"Todos los días bajo a mi huerta con mi coche, el campo me da vida"
A sus noventa años recién cumplidos, Juan Martínez Jiménez destila vitalidad y, al volante, no falta ni un solo día a la cita con sus "olivas"
"Ya tiene uno sus cosillas, pero está aquí uno todavía". Son palabras de Juan Martínez Jiménez (Jaén, 1932), un agricultor, un hortelano del Puente Nuevo, "de toda la vida", que el pasado miércoles cumplió la friolera (la envidiable) de noventa años de edad en plenitud de facultades. ¿Que no? Lean, lean...
"Mis padres tenían campo y huertas y yo he tenido huertas y olivos, y las tengo todavía, aunque ya las lleva mi hijo. Eso sí, bajo todos los días al campo, tengo todavía el carné de conducir, bajo por las mañanas, me subo al mediodía y ya no me muevo de aquí, de mi casa".
A una década del siglo y no hay mañana que se le resista, la pereza no figura en su diccionario particular ni los achaques propios de un nonagenario pueden con él, vaya que no. Y es que lo tiene claro, clarísimo:
"Ver el campo, las olivas, me da vida y de camino me vale para moverme, no debo quedarme quieto, y ahora menos, por lo menos me distraigo; mi mujer falleció en abril de este año, y eso ha sido un golpe muy grande para mí". Esa es su pena, que si no fuese por la falta de su compañera de vida (se casaron a mediados de los 50 y nos lo ha separado más que la muerte) no se le borraría la sonrisa de la boca. Y aún así...
Hombre familiar donde los haya, de su matrimonio con Ángeles Ortiz le nacieron tres hijos: José Antonio, Carmina (conocida bloguera gastronómica) y María Ángeles, los tres pilares sobre los que descansan, con firmeza de contrafuerte y junto con sus cuatro nietas ("cuatro primores"), las satisfacciones de Juan:
"Solemos bajar todos los domingos al campo, hacemos comida y estamos allí todos juntos". Lo dijo un inglés, que la familia es un paraíso anticipado. ¡Que se lo digan a él y a los suyos, rodeados de naturaleza, con una buena mesa delante y en el escenario de sus momentos más entrañables!
UNA VIDA DURA, PERO CON EL MEJOR SABOR DE BOCA
Nacido en la jaenerísima calle Chinchilla, en pleno barrio de San Ildefonso, le tuvo siempre tanto apego al hogar paterno que, cuando faltaron los autores de sus días, él y sus hermanos decidieron reconstruir el edificio, dividirlo en cuatro pisos y compartir (cada uno en su celda) la colmena familiar.
No pisó la escuela, aunque su inteligencia innata y las clases recibidas por los maestros ambulantes de la época lo dotaron de los recursos suficientes para no tener que firmar con una X ni convertirse en un ser manejable: para nada. Lo suyo ha sido trabajar, madrugar, luchar... "La vida es lucha", sentencia Juan después de que, hace casi dos siglos, el mismísimo Carlyle dijera eso pero con acento británico en su voz. Los sabios, que se 'pisan' sin saberlo.
"Mi vida ha sido dura, en lo que al trabajo se refiere, pero no hemos pasado fatigas porque siempre hemos tenido huertas. Trabajo de sobra, eso sí, muchas horas al día desde chiquillo. Pero tengo muy buen sabor de boca de mi vida". Y lo dice alguien que ha pasado una Guerra Civil, otra Mundial, una posguerra, una pandemia terrible y hasta este veranito de olas y olas que lo mismo se alarga hasta Navidades:
"En el 45 pasó lo mismo que este año, no llovió nada, hizo un verano que ardía la tierra, mucha calor. Ese año fue muy duro también, pero yo he conocido más, lo que ocurre es que nunca es lo mismo; yo he conocido años de mucha calor, quizá mas que este año en cuanto se refiere a subir grados, pero no tan prolongado".
En el 45 dice... Lo suyo no es memoria, lo suyo es ese sello de capacidad que solo se imprime sobre algunas almascapacitadas (o eso escribió Gracián, que a frases rotundas no hay quien le gane). Se acuerda hasta de Manolito Ruiz, sí, el legendario Manuel Ruiz Córdoba, el del caballo que le ganó la apuesta al tren al galope, el dueño del Castillo y el cerro, al que contempló sobre su jaca en plena adolescencia (la de Juan, no la de Ruiz ni la del cuatralbo):
"Era vecino de mi abuelo en cuanto a fincas, y yo lo conocí, lo vi en su caballo dando paseos por allí, le gustaba al hombre hablar con las personas. Iba con el caballo a visitar a personas de las huertas. Mi abuelo tenía su campo entre el Puente Nuevo y Cerro Molina, y tanto este último como el Puente Tablas (así le llamamos ahora, antes era el cortijo de Coronado) y El Duende era todo suyo; y la Vega de la Reina, incluida la casería de las tejas verdes".
A Juan le salieron las canas a pie de árbol, sobre el surco o montado en su tractor, con el que labraba su tierra y las de quienes se lo demandaban, uno de los primeros tractores de sus características en su tiempo, con desgranadora de maíz, que todavía conservan en la finca. Toda una reliquia de sudores y esfuerzos.
Y así, año tras año, ha llegado a sus noventa: "Vivir con él es un gusto, la verdad. Todos los días aprendes algo de él, tiene una memoria increíble, ya quisiera yo. Y anda lo que haga falta, nos vamos de viaje y ya se ha comprado sus zapatillas para andorretear. Yo firmaba ahora mismo llegar como él a los noventa años", comenta su hija Carmina.
Noventa años..., los mismos que hubiesen cumplido Liz Taylor o el castizo Umbral si el tiempo les hubiese dejado, los que en 2022 celebra un grande del cante, Fosforito.
Noventa años, el último de ellos herido por no soplar las velas junto a Ángeles pero, a la vez, contento porque su cabeza puede recordarla cada día, gozar de la compañía de hijos y nietas, acariciar las ramas de los árboles que componen el telón de fondo de su paso por el mundo: "Me gusta la vida, me gusta mucho". Parece que él también a ella.
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