La cacicada de Carmen
Tengo un amor desde antiguo hacia Córdoba. Muchos jiennenses, movidos por nostalgias universitarias, consideran que Granada es la ciudad andaluza más hermosa, mientras que otros opinan que es Sevilla. Para mí la belleza rotunda se llama Córdoba, tierra donde viví un breve y feliz periodo de mi infancia. Mi padre trabajó un año en Lucena. Vivíamos en Cabra, pueblo al que traigo en ocasiones a la memoria para que tantos recuerdos felices no se esfumen con el paso del tiempo como niebla que se disipa.
En las postrimerías del franquismo hubo un debate en las Cortes acerca de la reforma educativa. El ministro del Movimiento, José Solís, natural de Cabra y conocido como «la sonrisa del Régimen» por su talante aperturista y su carácter dicharachero, defendía que a los jóvenes había que ofrecerles «más deporte y menos latín», frase que debía antojársele muy original porque la pronunció reiteradas veces. El simpático y seseante cordobés terminó su discurso preguntando: «¿Pero para qué sirve saber latín hoy en día?». Se levantó Adolfo Muñoz Alonso, un procurador vallisoletano y adusto profesor que, a pesar de carecer del gracejo del andaluz, improvisó una respuesta que ha pasado a los anales de la historia reciente: «Por de pronto el latín sirve, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa».
Recientemente, la inopinada decisión del Gobierno de instalar en Córdoba el Colce ha causado una conmoción en Jaén susceptible de medirse con un sismógrafo. El parque logístico del Ejército no sólo habría supuesto la creación de muchísimos puestos de trabajo cualificados en tierras jaeneras, sino que hubiese actuado como un motor de dinamización socioeconómica en esta tierra preterida por los políticos y abandonada a su suerte. Y es que, en la vida, lo peor no es perder en una competición limpia, porque del batacazo del fracaso uno aprende y se levanta, se sacude el polvo, se lame las heridas y reanuda el camino. Lo peor es dar esperanzas desde la Secretaría de Estado del Ministerio de Defensa que a la postre se reputan falsas.
¿Y por qué ha sucedido esto?
Porque Jaén no fue nido de terroristas, sino vivero de tricornios. Aquí no existe un Otegi para ofrecerle cambalaches, y lo que aportaron los jiennenses, además de la Academia de la Guardia Civil, fue su sangre derramada durante décadas de atentados, pues muchos guardias repartidos por una geografía hostil hablaban con nuestro acento.
Porque Jaén no quiere independizarse de España y sus habitantes son gente pacífica que, en lugar de dar golpes de estado e incendiar con la kale borroka las calles, se han dedicado durante generaciones a trabajar con dureza y honradez, a deslomarse en las fábricas del País Vasco y de Cataluña, a emigrar en búsqueda de un horizonte vital próspero que los alejase de la pobreza.
Tras nuestros votos no se agazapan amenazas, violencias ni chantajes. Somos una provincia laboriosa desacostumbrada a chalanear con dirigentes que muestran altivez con los humildes y sumisión con los poderosos. Eso es lo que pasa.
Jaén es la tierra del fatalismo del ea, la forma castiza del c’est la vie de los franceses. Llevamos demasiado tiempo de postergación política, de olvidos consentidos, de hurtarnos el porvenir ofreciéndonos migajas. Experimentamos una especie de Regreso al futuro: conforme pasan los años se nos devuelve al pasado, quedamos descolgados de la modernidad. No somos sino los habitantes del pueblo de Bienvenido Mister Marshall, que miran atónitos cómo la caravana del progreso pasa veloz ante ellos sin detenerse.
A los jiennenses no nos mueve la autocomplacencia, porque sabemos que tenemos que mejorar en muchos aspectos. Pero no debemos inocularnos con el virus de la indolencia, que nos paraliza e impide progresar. Recordemos que no estamos solos: nos tenemos a nosotros mismos. Nuestra extensa tierra es heterogénea, tiene tanta diversidad paisajística, tanta acumulación de historia, tanta riqueza olivarera y pueblos tan distintos que casi somos un país dentro de una provincia.
Me da la impresión de que esta vez el agravio ha sido tan nocturno y alevoso que ha ejercido de desfibrilador de nuestra aletargada conciencia colectiva. Las instituciones y organizaciones que colaboraron en el proyecto del Colce para Jaén no solamente hicieron un trabajo impecable, sino algo inédito: cooperar sin que la ideología fuese un obstáculo. El bien común nos unió a todos. Estuvimos muy bien representados por nuestro Ayuntamiento y por un alcalde que se comportó con un sentido del honor propio del Siglo del Oro. Por una vez, los jienenses hemos sido como en Fuenteovejuna, con la paradoja de que la obra teatral no se desarrolló en Córdoba, sino en Jaén.
Y es que no hay que olvidar que todo esto asunto ha sido un amaño de la vicepresidenta del Gobierno, natural de Cabra.
Una cacicada de Carmen la egabrense.
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