El balcón que dio origen a la ofrenda de la cruz del Abuelo
El 31 y el 33 de Almendros Aguilar (41 de la antigua Maestra Alta) fueron escenario de un trágico suceso en 1877, con la marquesa de Blanco Hermoso como protagonista
Tanto se ha dicho y escrito sobre el origen de la conocida popularmente como 'cruz de la marquesa' (la que cada Viernes Santo lleva Nuestro Padre Jesús en su hombro derecho) que nada nuevo descubre Lacontradejaén con este reportaje. Al menos a priori.
Porque no es menos cierto que son muchísimos los jiennenses que, a día de hoy, desconocen el emplazamiento exacto de la mansión en cuyo ámbito se registró el trágico suceso que dio origen a la ofrenda de tan rica pieza.
Un hermoso leño de palosanto (madera de antiquísima y preciada manufactura ya en tiempos precolombinos) y remates de bronce dorado, inseparable de la iconografía procesional del Nazareno de los Descalzos, que si hubiese que ser rigurosos, concretos, exactos...,habría que llamar "de la hermana del marqués".
¿Que por qué? Porque allá por el año de su donación, 1879, Ana Josefa López de Mendoza y Muñoz-Cobo (1828-1913) aún no poseía el título de Blanco Hermoso, a la sazón en poder de su hermano Luis, que fallecería en 1885.
Sin ser tan puntillosos ni enmendarle la plana a la memoria sentimental jaenera, a la citada aristócrata (que heredaría el marquesado en 1886) se debe la llegada del madero a Jaén. Y ahora es cuando toca contar la razón.
ACCIDENTE MORTAL
Eso de quitarse años se ve que viene de largo porque, si se hace caso a los papeles viejos, la futura marquesa tenía (en 1880) cincuenta y dos inviernos, no los cuarenta y cinco que indica la escritura pública de donación de la cruz consultada por Manuel López Pérez y María Amparo y María Teresa López Arandia para su magna obra en torno a Jesús Nazareno.
Coqueterías aparte, la verdad es que la aristócrata estuvo a punto de no alcanzar el medio siglo de vida si no llega a ser por lo que ella consideró intervención divina del Abuelo.
Era 1877, junio por más señas y el día del Corpus, procesión que en el Jaén de entonces abarcaba el tradicional itinerario del casco antiguo de la capital.
Como muchos jiennenses saben a pie juntillas, o al menos han escuchado alguna vez, lo que iba a ser una jornada luminosa se tornó en tragedia en cuestión de minutos, cuando la Custodia del Vandalino avanzaba por la calle Maestra Alta (desde 1903 rotulada en honor del poeta Almendros Aguilar, quien en su número 44 cerró los ojos para siempre un año después).
En el momento en que el cortejo eucarístico acababa de pasar bajo el arco de San Lorenzo, uno de los balcones de la señorial mansión de Manuel Aranda y Messía de la Cerda (1824-1910), alcalde de la capital, cedió al peso de sus ocupantes y cayó desde una considerable altura.
Ocupado en su mayoría por damas nobles (Teresa de Contreras, de la casa vizcondal de Begíjar, así como tres féminas de la familia del polígrafo ubetense Muñoz Garnica emparentadas con el marquesado de Navasequilla) aquella privilegiada tribuna vinculada a la casa condal de Humanes dio con sus cuerpos en el duro suelo.
Para más inri (nunca mejor traído), aplastó a quienes se encontraban debajo, que no eran otros que una 'baby-sitter' (una tata de toda la vida) y tres pequeños, como relata en las páginas de la legendaria revista Alto Guadalquivir el recordado Rafael Ortega Sagrista tomando como base los recuerdos del ministro jaenés Ruiz Giménez, testigo del suceso.
El peor parado de todos fue Rafaelito Monereo, que perdió la vida en el accidente y, poco después, recibía sepultura en el viejo cementerio de San Eufrasio, en cuyos libros de enterramiento consta el estado en que llegó el cadáver a su última morada. No tenía ni quince años.
Según Ruiz Giménez, la inminente marquesa de Blanco Hermoso sufrió graves heridas y, dada su devoción a Nuestro Padre Jesús (su madre había sido camarera de la imagen, a la que regaló en 1869 una valiosísima túnica), le ofreció "una cruz, una gran cruz", si salía airosa de aquella desgracia.
Superado el trance, Ana Josefa López de Mendoza encargó la pieza a los orfebres valencianos de Timoteo Xerry, que hicieron virguerías con el trabajo de marquetería firmado por los talleres Albacar.
El mismo que cuelga, durante todo el año, en un muro del santuario camarín de Jesús, guardado en el colosal estuche-vitrina que en 1990 (así consta en el archivo de la cofradía) regaló María Teresa Messía Sáenz, marquesa viuda de Blanco Hermoso, fallecida el pasado año 2023) en su propio nombre y en el de su esposo, Pedro Palomeque Mariscal (1921-1984).
ALMENDROS AGUILAR, 31, 33 (y 35)
La mansión se encontraba en el número 41 de la entonces denominada Maestra Alta, que hasta veintiséis años después no honraría con al autor del Soneto a la Cruz.
Se trataba de un hermoso caserón que, según Enrique Montiel, contaba "con treinta y tres habitaciones" (las mismas que uno de sus números de policía, que comparte con el 35, que es el que reconoce el Catastro). Así llegó a sus oídos de boca de sus ascendientes de la familia Uribe, una de las más linajudas de Jaén y que, asegura el periodista, habitó el palacete hasta mediado el siglo XX.
"Después de vender la finca, hicieron una clínica", apostilla el varias veces galardonado periodista, afincado en tierras gaditanas.
Efectivamente, parte del inmenso inmueble acogió durante décadas el centro médico del doctor Ángel Salas Navarrete (1911-1986); un galeno malagueño, pionero del esquí en Sierra Nevada en sus tiempos de estudiante en la Universidad granadina, que tras ejercer como traumatólogo alcanzó prestigio en el ámbito de la cirugía.
Todavía hoy puede verse, en la fachada de lo que fue palacio de los Messía, una bella hornacina con la Virgen del Perpetuo Socorro (patrona de los médicos españoles desde 1962, época en que Salas ya ejercía la medicina en la mansión).
Protegida por una reja y escoltada por dos faroles, de este artístico azulejo ni Manuel Urbano ni la ya citada María Teresa López Arandia se ocupan en sendos trabajos específicos sobre las hornacinas de la ciudad.
Aquel centro médico que muchos recordarán y que en 1995 vio desaparecer su aspecto de siglos para dejar paso a un bloque de pisos contiguo a lo que fue otro histórico punto de la ciudad: el cine San Lorenzo.
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