Los Muertos y Ataúd, dos calles funerarias en la capital
Ubicadas, respectivamente, en el antiguo arrabal de las Monjas y junto a la desaparecida parroquia de San Pedro, a día de hoy lucen denominaciones menos inquietantes
Dos calles tiene Jaén capital que bien podrían 'celebrar' sus macabras verbenas este fin de semana de difuntos, si se atiende a las denominaciones oficiales que lucieron en sus rótulos durante décadas.
La primera en pleno casco histórico de la ciudad, a cuatro pasos de la Catedral. Un cuestarrón de esos cien por cien jaeneros que comienza en los primeros tramos de la Carrera de Jesús, cruza Francisco Coello y va a desembocar en otra pendiente más de aquí que el paso de aire: la Alcantarilla.
Dedicada desde 1862 al Príncipe Alfonso (que luego sería el rey Alfonso XII), de ella escribió Manuel López Pérez que se la llamó del Sochantre (primero) y del Chantre (después), antes del Siglo de las Luces, cuando todo quisque la conocía por el inquietante topónimo de calle de los Muertos.
¿Que por qué? "Pudiera venir de la práctica, recogida por el deán Mazas, de rezar unos responsos ante la embocadura de la calle, a mediados del XVIII, en recuerdo a la existencia en su trazado de uno de los primitivos cementerios de la collación de Santa María", según el recordado cronista.
Otra versión de su origen la sitúa el historiador en "la triste circunstancia de que en una epidemia de peste, esta calle fue la que dio mayor tasa de mortalidad".
Constelada de casonas nobles (principalmente en su primer tramo), se intentó perpetuar bajo el nombre de Prado y Palacio y, en tiempos de la república, en honor del sindicalista Manuel Llaneza. Pero no cuajó la cosa.
Allí tuvieron su solar los Varea, y vecino de ella fueron también el periodista Manuel Lucini Morales (1912-1994) o el recordado cofrade de la Vera Cruz y presidente de la Agrupación de Cofradías Ángel Muñoz Maldonado.
EN LA MAGDALENA
Aunque nunca se llamó "de los Muertos" de manera oficial, merece mención en estas páginas digitales otra calle popularmente conocida como tal, en pleno barrio de la Magdalena, junto al viejo hospital de San Juan de Dios.
Típicamente empedrada, su ubicación la convertía en tránsito inevitable para quienes exhalaban su último suspiro en las instalaciones sanitarias que tantos jiennenses recuerdan todavía en funcionamiento hasta comienzos de la década de 1970.
HABLANDO DE FÉRETROS...
Se ha dicho siempre en Jaén que la visita de Isabel II a mediados del XIX fue tan gravosa para la ciudad, que hasta hace muy poco tiempo aún quedaban flecos por pagar de aquellos fastos.
Exageraciones aparte, lo que sí es cierto es que el paso de la reina por la capital dejó una significativa huella en su toponimia local ya desde el primer momento que tocó el término municipal: ahí está la Vega de la Reina, antiguo Batán del obispo, que cambió su denominación en honor de la regia señora.
La propia y anteriormente citada calle Príncipe Alfonso debe su nombre al a la sazón príncipe de Asturias, pero no solo para bautizar en loor de miembros de la familia real sirvió la presencia de la trasbisabuela de Felipe VI, no, que también barrió de un golpe los macabros ecos de algunos puntos del callejero.
Caso de los Muertos y, también, de la actual calle Bailén, antaño del Ataúd. Sí, el féretro tenía en Jaén rótulo urbano junto a la desaparecida parroquia de San Pedro (en la que fue bautizado, por cierto, el universal guitarrista Andrés Segovia, como consta en la placa de la que fue su fachada).
Rincón de incómodo acceso y oscuridad asegurada, "junto al cantón de entrada, en una dependencia aneja a la sacristía del templo, se solía guardar la parihuela y ataúd utilizado de forma comunal para los entierros de los feligreses humildes y miembros de algunas cofradías", aclara López Pérez en El viejo Jaén.
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