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Un tranquilo paréntesis entre cuestones: la calle Llana

Por Javier Cano - Junio 01, 2025
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Un tranquilo paréntesis entre cuestones: la calle Llana
Una de las casonas nobles de la calle Llana de Jaén. Foto: Google Maps.

Dedicada al cartógrafo decimonónico jaenés Francisco Coello desde el año 1902, es una de las vías urbanas de la capital con mayor historia y riqueza patrimonial

De la casa en cuya fachada trasera campea la hornacina del Cristo de la Buena Voluntad a la mansión donde habitó el arquitecto López de Rojas (autor de la fachada de la Catedral); o si se parte desde la acera de los pares, desde los restos de lo que fue puerta de Noguera (escondidos pero a día de hoy visibles en el interior de un edificio en obras) hasta los recios muros que separan del mundanal ruido el huerto del monasterio de Santa Teresa. 

Todo eso y mucho más es la calle Llana, como se ha conocido de toda la vida a la que empezó siendo Llana de Santa María, luego Llana de la Puerta de Noguera, dicen que del canónigo Montefrío y, al final, de Francisco Coello (desde 1902), en honor de aquel célebre cartógrafo militar que por mucho que una placa municipal se empeñe en ubicarle el nacimiento en esta zona concreta, vio la luz primera a pocos metros pero en otra calle, aunque eso es otra historia (o eso diría Moustache, el apasionante barman de Irma la dulce).

Sereno paréntesis extendido entre los cuestones que suben o bajan de la Catedral a la Alcantarilla o viceversa, si hay en Jaén capital una vía urbana en la que todavía es posible equivocarse de época al pasear, esa es Francisco Coello. 

Ahí está, jalonada de casonas, palacios y zaguanes que rezuman historia. ¿Que no? Lean, lean. En la esquina ya con Los Peñas, ese envidiable predio que en su día ocupó el arquitecto catedralicio y, ahora, continúa siendo estudio de arquitectura. Curioso, ¿a que sí? 

Aledaño, el convento dominico con su veneradísimo Fray Escoba y su torno asomado hacia el misterio, que siempre procuró perfume a magdalenas.

Entre sus muros descansan en paz don José del Prado y Palacio y su esposa, Teresa Fernández de Villalta y Coca (marqueses del Rincón de San Ildefonso, desde su traslado del cementerio viejo) o la insigne folclorista (vecina del barrio) doña Lola Torres, igualmente reubicada en las sepulturas conventuales.

Siguiendo en línea por la acera de los impares, el número 27, donde pilló la Guerra Civil al gran poeta y académico Alcalá Venceslada y su familia y en cuyo patio esculpió otro grande, Jacinto Higueras Fuentes, el busto del escritor que actualmente se puede admirar en el colegio que lleva su nombre en pleno barrio jaenero de Belén y San Roque. 

 En esta casa de la calle Llana vivió el arquitecto que ideó la fachada de la Catedral. Foto: Google.
En esta casa de la calle Llana vivió el arquitecto que ideó la fachada de la Catedral. Foto: Google.

Esquina con la calle Recogidas se levanta otro hermoso palacete que en 1993 capitalizó las páginas de sucesos de la prensa provincial y mucho más, al descubrirse en su interior los cadáveres del abogado Lorenzo Guerrero Palomo (otro personaje fascinante) y María Palma, perteneciente a una de las familias más conocidas y ensoleradas de Jaén. 

El caserón que fue del arquitecto Manuel Millán (autor de un buen número de ejemplos de arquitectura doméstica en la ciudad) y un estupendo repertorio de dinteles y jambas (mayoritariamente del XVIII) tras las que respiran patios de esos que quitan el hipo, complementan un paseo que hay que interrumpir al llegar al número 9. Palabras mayores. 

Allí estuvo el palacio del marqués pontificio de Villalta (primero), que luego sería de su hija y yerno (los Rincón de San Ildefonso) y, fallecidos ambos, engrosaría el patrimonio de los marqueses de Blanco Hermoso, en cuyas manos estuvo hasta principios de los años 70 del pasado siglo XX. Muchos de los que peinan canas lo recuerdan aún. ¡La de veces que cruzaron ese dintel Cazabán, Espantaleón, Ruiz Córdoba...!

En la terraza de ese inmueble se tomó la célebre fotografía en la que Miguel Hernández dicta a su flamante esposa, Josefina Manresa (en plena "luna de miel" en el escenario bélico del 37) algún texto, que bien pudiera ser el universal poema Aceituneros. Las sillas y la mesa donde se ve al autor de las Nanas de la cebolla y su mujer, lejos de perderse, se preservan en una casería de histórico y entrañable nombre. 

En ese palacio, además, colgó durante décadas la cruz de palosanto de El Abuelo, hasta que en el 72 falleció la marquesa doña Ana Mariscal Tirado y comenzó una suerte de peregrinación que concluyó, en 2009, con su colocación en el Camarín. 

Algo más allá, esquina con Julio Ángel (la calle donde vivió y murió el sombrerero Cámara), otro caserón guarda entre sus muros de sillares la memoria de un episodio que pone de manifiesto la devoción que Jaén profesó siempre a Nuestro Padre Jesús: por sus puertas sacaron, para fusilarlo, a Ezequiel Sierra Quesada (emparetado con los Calatayud), que en ese domicilio escondió, para protegerlas, las llaves de El Abuelo.

Terminada la guerra, sus sobrinos Ramón Calatayud Sierra y Eugenio Molleja Quesada recuperaron las jaenerísimas llaves, que según la tradición lleva en su brazo Jesús desde finales del XVII. 

Calle sin ajetreo comercial, aunque hubo bares y queda una farmacia, su otra acera no tiene nada que envidiarle: las ya citadas altas tapias del convento carmelita descalzo, un centro de día cuyos sótanos presumen de tinajones que sobrecogen, de grandes, y que fue en los años 80 del pasado siglo temido correccional para zagalones rebeldes; palacios como el de los Villegas (de la casa de los marqueses de Navasequilla) o el hermosísimo actual estudio y casa del arquitecto Antonio de Toro Codes, también dieciochesca y con uno de los mejores patios del lugar. 

Una maravilla de calle en pleno arrabal de las Monjas, en la que el Jaén de siempre se hace el remolón y se aferra a la calma. 

 Miguel Hernández y su esposa, Josefina Manresa, en la terraza del palacio de Blanco Hermoso, en la jiennense calle Llana, durante la Guerra. Archivo fotográfico de Javier Cano.
Miguel Hernández y su esposa, Josefina Manresa, en la terraza del palacio de Blanco Hermoso, en la jiennense calle Llana, durante la Guerra. Archivo fotográfico de Javier Cano.

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