Vicente Montuno: una cuesta rural y 'académica'
Delicia para quienes gustan del callejeo, la antigua Cruz de la Piedra o Empedrada de San Ildefonso conserva aún ese aire labriego del barrio donde está ubicada
Cuestas tiene Jaén para repartir, pero acaso sea la tan fatigosa como encantadora Empedrada de San Ildefonso uno de los mejores ejemplos de cómo se las gasta la ciudad a la hora de sugerir desplazamientos.
Que se lo digan si no a los vecinos de los Adarves Bajos, que entre otras posibilidades para acceder al centro capitalino cuentan con esta vertiginosa pendiente en la que más de un conductor se las ha visto y se las ha deseado, sobre todo en días de lluvia. ¡Qué sudores!
Hablando de lluvia... Ya ha llovido desde que los jaeneros del XVI se cruzaban por ella con Vandelvira camino de su casa, a cuatro pasos del cuestón, hacia la Catedral y viceversa. Por ella lo llevaron, ya cadáver, hacia el templo donde está su sepultura.
Parece que el poeta pastoreño pensaba en la que en su día se llamó también Cruz de la Piedra para escribir aquellos versos: "Ala de tela suave, / para tu vuelo / te llevaré por calles / que den al Cielo: / cuestas que suben / para darle a sus labios / zumo de nube".
"Calle labradora y antigua que huele a horno de pan cocer y a cargas de ramón de oliva; que trasciende a cuadra y cañas de maíz ricial para el ganado...", la describió uno de sus más ilustres vecinos, Rafael Ortega Sagrista, en su magna obra Dibujando en Jaén, mano a mano con Berges.
"Aquí vivió don Rafael, justamente en donde yo vivo, en el piso de arriba. Ahí estuvo la imagen de la Virgen de las Siete Palabras que donó a La Expiración", evoca otro residente ilustre, el folclorista e investigador villargordeño Francisco Jiménez Delgado.
Eran los años 80, cuando el 32 de la Carrera estaba de obras y el autor de Escenas y costumbres de Jaén se mudó temporalmente a la que desde 1973 lleva el nombre del poeta mariano Vicente Montuno Morente (Jaén, 1898-Madrid, 1975).
"Calle de lecheras", apostilla Jiménez, que en la fachada del número 9 colocó un mosaico de azulejo en honor de "las lecheras y hortelanas de esta calle Empedrada de San Ildefonso".
"Cuando yo me mudé quedaba alguna casa antigua con portada de sillería, puertecillas accesorias de las cuadras, ventanucos a ras de suelo de las bodegas y ventanas altas con poleas, para guardar grano en las cámaras. Había también patios emparrados, pozos...", explica el que fuera subdirector de la Universidad Popular Municipal de Jaén.
UNA CALLE "RURAL" Y ACADÉMICA
Según Francisco Jiménez, vivir en esta calle "es como vivir en un pueblo pequeño incardinado en el centro de la ciudad": "En cuanto desciendes, sabe a pueblo".
No en vano, una de sus principales singularidades tiene todo el encanto de un sabroso paréntesis rural: "El olor a pan y dulces; hay varios hornos y en la madrugada, si no corre mucho el viento, ese olor penetra en mi dormitorio". Dulces sueños, nunca mejor dicho.
Quien decida pasearla tiene el más recomendable punto de partida en las orillas mismas de la basílica menor de San Ildefonso, el barrio de los dos "descensos": el que se escribe con mayúscula, el de 1430, que ungió de carácter sacratísimo toda la collación, y el de este auténtico trampolín en el que más de un saltador de esquí desearía tener su segunda residencia, para practicar diariamente apuntando hacia Los Villares.
Nada más iniciar la ruta, el paseante se topa, a la derecha, con una portada de sillería, único resto del viejo edificio que allí hubo, donde desde los años 70 abren sus puertas las instalaciones de la Academia Bibliográfica Mariana 'Virgen de la Capilla', una singularísima institución (la única de esta naturaleza en toda España, junto con la de Lérida) cuyos académicos se baten el cobre en torno a los estudios mariológicos, con la patrona de la capital como protagonista.
Hitos destacables son también el callejón ciego que se abre frente a la Academia, hoy dedicado a Nuestra Señora de la Soledad y donde se levanta la Casa Museo de la Virgen de la Capilla. Mantos, alhajas, condecoraciones, obras de arte, una estupenda pinacoteca... Uno de esos tesoros por descubrir para muchos, todavía, que incluye en su interior el mismísimo camarín de la patrona.
Calle abajo, las fauces de los callejones que en ella desembocan desde el antiguo Pilarejo del Borrego o la enlazan con sus paralelas (Los Romeros, San Fernando, Los Romeros, Pedro Díaz, Miguel Romera...) y el encanto medieval de una hornacina dedicada al Señor de la Salud, "seguramente colocada allí después de alguna epidemia en la que no murieron vecinos" de esta vía urbana, en palabras de Francisco Jiménez.
El propio historiador asevera: "Antes no tenía tanta cuesta pero, al derribar las casa antiguas, en vez de llevarse fuera la tierra la echaron en la calle, y eso produjo varias pendientes, a base del tapial de las casas".
Esas casas en las que, hasta hace nada y menos, podían verse todavía las viejas argollas donde los muleros aferraban sus bestias.
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