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FAUSTO OLIVARES, PINTOR Y HOMBRE JONDO

Por Javier Cano - Enero 18, 2025
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FAUSTO OLIVARES, PINTOR Y  HOMBRE JONDO
Sentado, Fausto Olivares corrige un dibujo a su hijo Jaime en el nevado paisaje francés de Hurbache. Foto: Archivo de Javier Cano.

El año en que la ausencia del creador jiennense alcanza las tres décadas, Lacontradejaén recuerda hoy la figura y la obra de uno de sus artistas plásticos más singulares, docente inolvidable para varias generaciones y jaenero comprometido, cuyo aliento tuvo mucho que ver en la consolidación de la cultura flamenca en Jaén

Si no fuera porque no es así, a ver quién discutía que en la foto que encabeza este reportaje, su protagonista no es un cantaor en pleno silencio de una soleá de Alcalá, con esa pose propia de Joaquín el de la Paula y ese gesto, ese perfil suyo de estatua sedente caracolera que tanto recordó siempre a Manuel Mairena, el gran benjamín de la genial dinastía alcoreña.

Fausto Olivares Palacios (menudos apellidos jondos) se llamó en vida y se sigue llamando, encarnado ya en memoria, el protagonista de La Contra de este sanantoniano sábado de enero, con aroma de lumbre, que Montané firmó parece que para los restos. 

Un artista y un hombre jondo Fausto, un cabal (así lo recuerda su legión de discípulos, alumnos y amigos) entre 1940 y 1995 (los años de su venida y marcha de la existencia), que en 2025 (el año de las efemérides indemostrables) cumple tres décadas de ausencia y, paradójicamente, de diaria presencia en el paisaje (tiene calle a su nombre en la ciudad) y el paisanaje de aquí. 

Salvada la entradilla a modo de primer tercio sentimental, cabe argüir que no hay diccionario en el mundo (ni siquiera el de la RAE, que ya es decir) capaz de definir con exactitud académica la jondura, lo jondo. La hondura sí, también lo hondo, y remite a lo profundo, a lo sentido, a lo alto en el más recóndito de sus significados. 

Entre todos esos temblores, humanos y sobrehumanos, transitó por el mundo quien fue a la pintura lo que la bulería al cante: un perpetuo itinerario ora trágico, ora luminoso sobre el finísimo hilo de lo real inaprensible y lo imaginado palpable, espacios sin burladeros donde este hombre y artista cabal lidió la vida con el estoque suave de la belleza entre sus manos, hasta que un astifino calendario se lo llevó después de cuadrarlo, por sorpresa y en un santiamén, en la suerte contraria. 

 El pintor, en el centro, en una de sus exposiciones, conversa con los artistas Carmen Bermúdez y Antonio Povedano. Foto: Archivo de Javier Cano.
El pintor, en el centro, en una de sus exposiciones, conversa con los artistas Carmen Bermúdez y Antonio Povedano. Foto: Archivo de Javier Cano.

JAENERO DE LA MAGDALENA

Todo acercamiento con ambición de verdad a la figura de Olivares Palacios pasa, sí o sí, por el Jaén que habitó en la voz caliza de Rosario López, hecha a base de hueso... y de alma: la ciudad antigua, amamantada con chorreones de cuestas, tan líricos como los que Juan Pozo ha convertido en lenguaje oficial de sus acuarelas. Quien las probó (léase disfrutó), lo sabe.

Sí: Fausto era de la Magdalena, como el manido Lagarto de la leyenda que nunca fue Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, aunque a fuerza de repertirlo pareciese verdad. En absoluto, jamás de los jamases.

La cuestión es que nacer donde él nació, a la vera del raudal, hizo de él habitante de un molde en el que convivían los ayes de Juan de la Malena con las falsetas líquidas de Tomás Reyes, y eso pesa, vaya si pesa. "Fausto Olivares no pinta la soleá, pinta por soleá", escribió de él el poeta Ramón Porras. 

Dotado de forma innata para el arte, Enrique Barrios y Francisco Cerezo Moreno encauzaron la vocación del pintor, quienes junto con don Pablo Martín del Castillo conforman la tríada magistral, el triple espejo en el que se miró Olivares en sus inicios. Pintura y flamenco: los dos territorios donde el apellido de Fausto creció y procuró el mejor de los frutos. 

Aventura académica en la madrileña Escuela de Bellas Artes de San Fernando, noches de cante, rienda suelta a su inclinación viajera y amor en la urbe a la que da nombre: París. 

EL FAUSTO MÁS ÍNTIMO

Precisamente a trescientos kilómetros de la 'ville lumiere' reside actualmente Francoise Gerardin, la viuda del artista, quien desde aquellas latitudes atiende más que amablemente a este periódico para evocar a su esposo: "Para mí, todos los días están dedicados a Fausto", asegura, y continúa.

"Nos conocimos en París, a través de amigos comunes, en las vacaciones de verano del 65; fue todo muy rápido, y al cabo de unos meses cogimos el 2 caballos y nos fuimos. Y juntos hasta el final (que no es el final)", aclara Gerardin, rotunda a la hora de asegurar que el pintor jaenés "nunca se fue".

"Sigue vivo en su obra, yo estoy rodeada de sus cuadros, de nuestros recuerdos y vivencias, es toda una vida, ¡a veces hasta me peleo con él!", comenta entre risas. 

Décadas compartidas que hacen de Francoise acaso la mejor cronista de la historia de su marido y hoy, comparte con los lectores de Lacontradejaén: "Fausto era muy amigo de sus amigos y muy familia de su familia, la familia era sagrada para él, más de lo normal". En cuanto a su imán, a esa conocida capacidad suya para atraerse al personal, comenta: "Tenía un don para reunir a la gente a su alrededor".

Muchas de aquellas personas no se separaron de su vera en el momento de la despedida, una noticia que aquel 14 de mayo del 95 heló la sangre a un buen número de jiennenses y sumió la ciudad en una tristeza si no imprevista, sí increíble al fin y al cabo.

"Su muerte fue inesperada, murió en tres meses; le hicieron una operación que no sirvió para nada", explica sobre los esfuerzos realizados para que el cáncer de garganta no acabara silenciando al creador definitivamente. Él que, durante los casi once lustros que pasó en esta orilla de la nada, pisó las consultas médicas más bien poco: "Nunca tuvo problemas de salud, íbamos al hospital solo a ver a los amigos", certifica su viuda. 

Al respecto, añade: "Yo creo que Fausto estaba enfermo, pero él se lo callaba y cuando me di cuenta de que había algo, él no quería reaccionar". Se resignó, podría decirse, a aceptar que el viaje llegaba a su fin, que tocaba desembocar "en medio de la muerte, en plena luz", con palabras de Silvio (Rodríguez, claro). 

Un golpe sentimental que, también, dio de lleno en la cotidianidad de la familia: "Mi hijo pequeño, por ejemplo, tuvo que ponerse a trabajar, yo no podía pagarle unos estudios superiores. Nos cambió mucho la vida".

En aquellos lares, a apenas noventa kilómetros de la ciudad de Estrasburgo, Francoise Gerardin y Ephrem Olivares (el tercero de los hijos del matrimonio tras Jaime y Fausto) gestionan el museo dedicado a Olivares Palacios, en Hurbache.  

 Francoise Gerardin y Fausto Olivares Gerardin, viuda y uno de los tres hijos del artista, durante una visita al Museo Cerezo Moreno de Villatorres en noviembre de 2022, donde posaron con El reclamo, la obra de Olivares Palacios que se conserva en los fond
Francoise Gerardin y Fausto Olivares Gerardin, viuda y uno de los tres hijos del artista, durante una visita al Museo Cerezo Moreno de Villatorres en noviembre de 2022, donde posaron con El reclamo, la obra de Olivares Palacios que se conserva en los fond

REPOSO ETERNO EN JAÉN

Pintor neoxpresionista, inconfundible y un auténtico privilegio para quien pueden disfrutar en su casa de una obra suya, la labor docente del artista aparece como otro de los elementos sustentantes de su biografía, como su propia esposa confirma: "Le ponía tanta pasión a la enseñanza como a la pintura".

A día de hoy, una sala de la Escuela de Arte José Nogué (de la que fue director a partir del 78, a finales de la década en la que, con otros cabales, se cuajaron la Peña Flamenca, una de las entidades más ensoleradas y respetadas de aquí).

"Un artista nunca es lo bastante reconocido un artista, a Fausto también le falta reconocimiento, pero yo tengo esperanzas; me dejó una carta manuscrita en la que me decía que él no trabajaba para este año, ni para el que viene ni para dentro de diez años: '¡Yo trabajo para dentro de cien años!", sentencia. Y es que, como corrobora Gerardin, Fausto Olivares "tenía conciencia de su arte, creía mucho en él mismo".

Admirado, querido y recordado, esa pizca de trascendencia que pudiera regatearle la eternidad lo encontrará, un día, inevitablemente, en Jaén, igual que el destino conducía a Machado a Colliure en el poema de Miguel D'Ors. 

En el nicho 230 de la sección San Vicente (22) del cementerio de San Fernando, 'el nuevo' de toda la vida, campea sobre una lápida el nombre de quien añadió a los méritos de Jaén (muy noble, famosa y muy leal) el haber sido patria chica, cuna y origen de Fausto Olivares Palacios: pintor y hombre jondo.

 

 Una de las imágenes más conocidas del pintor. Foto: Wikipedia.
Una de las imágenes más conocidas del pintor. Foto: Wikipedia.

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