
MEDIO SIGLO SIN TAMAYO, EL PINTOR DE ALMAS
El próximo mes de octubre se cumplirán cincuenta años de la muerte del artista ubetense, cuyos retratos, paisajes y dibujos le procuraron el reconocimiento público a lo largo de su trayectoria vital y creativa
Descubrir a estas alturas a José María Tamayo Serrano (Úbeda, 1888-Jaén, 1975) es pretensión no absurda: lo siguiente. Reconocido como fue durante su vida y recordado tras atravesar los umbrales de la muerte (hace cincuenta años este 2025), el artista goza a día de hoy de buena salud crítica a la par que su memoria sobrevive al olvido.
Este sábado de Cuaresma, en plenitud del septenario que su cofradía dedica al Cristo que Tamayo firmó para su estandarte, Lacontradejaén recuerda a aquel retratista de almas cuya condición de pintor de cámara de Alfonso XIII le valió más de un mal rato durante la Guerra Civil, como su nieto, tocayo del creador ubetense, recuerda para los lectores de este periódico.
APUNTE BIOGRÁFICO
De trazar la aventura vital y artística del maestro se han encargado no pocos estudiosos y críticos, y a modo de conclusión se puede asegurar que su figura, en lo humano y en lo creativo, sale siempre bastante bien parada. No en vano, su propio hijo Francisco Luis Tamayo Peña, a sus noventa y cuatro inviernos, lo evoca para estas páginas digitales desde la Almería donde reside desde hace la tira de décadas:
"Era una persona muy sencilla y natural. Además era muy humano, porque durante la Guerra Civil iba a pasar toda la noche con los que iban a morir por estar condenados a muerte. Porque era miembro de Acción Católica", evoca el único vástago vivo del pintor.
Un capítulo este, el del conflicto fratricida, cuya marca en la memoria sentimental de los Tamayo sigue vivísima, de tanto sufrimiento como les procuró. Pero esa es otra historia, como diría el camarero del bar donde hacían vida Irma la Dulce y su Néstor, y tendrá capítulo propio líneas abajo.
Casado con su prima sorihuelense Obdulia Peña y padre de tres hijos, fue Tamayo criatura de buena familia, que a los dieciocho se vio en el Madrid de su época como pensionado de la Diputación Provincial de Jaén para estudiar Bellas Artes en la Academia de San Fernando, de la que saldría con el mejor expediente posible y una colocación docente que lo devolvería pronto, por voluntad propia, a tierras jiennenses.
Profesor en la capital del Santo Reino, ganó todos los premios ganables y de su paleta salieron virguerías como los retratos de Alfonso XIII, el general Saro o el rey Carlos III, que si le granjearon parabienes antes de que estallase lo que estalló en el 36, lo conducirían después a un periodo de degradación social que quedó patente, también, en su producción pictórica.
Ahí está el retrato que preside este reportaje, donde Tamayo se hace un selfie al óleo ataviado de "camarada", en palabras de su nieto José María:
"Durante la guerra tuvo que esconderse por estar perseguido por el hecho de haber pintado el cuadro de Alfonso XIII y se disfrazó de "camarada". De hecho, pintó un autorretrato suyo sobre una caja de puros (porque no tenía dinero para el lienzo) en el que iba vestido de camarada".
TAMAYO, LA GUERRA, LA MUERTE
Sí, el sueldo y el empleo le costaron al artista el haber pintado, del natural, al mismísimo Borbón reinante allá por 1924, y las consecuencias, claro, llegaron, vaya si llegaron:
"Para sobrevivir iba por los bares realizando retratos a lápiz y les decía: 'Camarada, te vendo el retrato por una peseta", explica su nieto, y apostilla: "Sus hijos Juan, Pepe y mi padre, Paco, iban a hacer cola a los cuarteles para coger las sobras del rancho para poder comer".
Al respecto, añade: "Para poder sobrevivir hicieron una fábrica doméstica de fabricación de matamoscas y las vendían en una droguería que tenía un familiar, hasta que se acabó el alambre porque lo necesitaban para las alambradas de la guerra y prohibieron que se usaran para otra cosa".
Fue entonces cuando, según el hijo de su hijo, empezó a trabajar retocando clichés de fotografías con el pincel: "Cuando vieron los resultados no se creían que fuera capaz de hacer esos retoques tan buenos a mano, y mi abuelo tuvo que hacerlo delante de ellos para demostrárselo. También iban en el tranvía a los pueblos de alrededor de Madrid para intercambiar ropa por comida de los cortijos".
Superado el trance que dividió España y todavía colea, Tamayo recuperó su puesto como profesor en la ciudad jaenera, restauró, firmó ilustraciones para distintas publicaciones y acrecentó su prestigio como pintor, que le permitió mantener una posición cómoda gracias a los numerosos encargos recibidos.
Falleció en Almería (donde residía junto a su hijo Francisco Luis, fuente de este trabajo) el 28 de octubre de 1975. Sin embargo, su cuerpo reposa a kilómetros de la ciudad de la Alcazaba, aquí, en el viejo cementerio de San Eufrasio, donde nada más cruzar el arquito que conduce hacia los patios interiores, frente a la sepultura de Almendros Aguilar, cualquier mirada se topa con el nombre del artista.
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