UN POLÍMATA JIENNENSE EN PLENO SIGLO XXI
Músico, escritor, profesor, folclorista, lutier y pintor, el santistebeño Juan Guerrero Olid es historia viva de la cultura del Santo Reino
En más de una ocasión lo han presentado al público, en cualquiera de sus actuaciones, como un Leonardo da Vinci, un hombre del Renacimiento, pero él zanja la cuestión con una frase lapidaria que destila sencillez, humildad: "Nada de eso, solo es que me gusta la música, me gusta la pintura y hago todo lo posible por aprovechar el tiempo para eso".
Para eso... y para mucho más. Se llama talmente como aquel histórico secretario del poeta Juan Ramón Jiménez en quien el poeta de Moguer (tan particular y huraño) confiaba ciegamente, y su segundo apellido evoca a otro secretario, mano derecha del condestable Iranzo y, para muchos, el autor de su deliciosa y medieval Crónica.
O sea, que Lacontra de este último sábado de abril de 2024 se rinde a los méritos de Juan Guerrero Olid (Santisteban del Puerto, 1953), un auténtico polímata jiennense del siglo XXI cuya trayectoria humana y artística reinvindican muchos. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Músico, folclorista, lutier, escritor, maestro, pintor y dibujante. Lo dicho, un polímata de hoy que no gasta largos cabellos o poblada barba (la tuvo, pero pasó a la historia) ni falta que le hace; ¿o es que no deja de ser otro punto a su favor que alguien con tantísima actividad haya tenido tiempo, incluso, de afeitarse y pelarse regularmente? Pues eso.
Bromas aparte, lo cierto es que este santistebeño afincado en Úbeda, que encontró en Linares su geografía laboral durante décadas, puede presumir de una hoja de servicios de lo más brillante en todos los palos que ha tocado, y no son pocos.
Jubilado ya como docente pero profundamente activo con los instrumentos de cuerda o los bolígrafos en sus manos, confiesa sentirse "bien de salud, con la tensión un poquillo alta, pero físicamente bien y anímicamente, también": "Tengo ganas de hacer cosas, de dibujar, de hacer música", comenta a este periódico.
Dicho y hecho, porque su producción pictórica no cesa. En cuanto a la interpretación musical, se ha convertido en una suerte de Silvio Rodríguez de aquí, al que ya solo se le puede disfrutar en las contadas actuaciones que ofrece en la ubetense Sinagoga del Agua:
"Algunas veces me llama Andrea Pezzini para dar un concierto de música sefardí a grupos que vienen de fuera; eso me permite mantener la actividad psíquica y física. Hay que estar en buenas condiciones para tocar y cantar. Pero sobre todo hay que tener ganas".
MAESTRO
Maestros Guerrero ha habido más de uno, especialmente significativos en el universo de las partituras: Francisco (1528-1599), una de las glorias de la polifonía renacentista; Jacinto, el compositor de zarzuelas (1895-1951), o Salvador (1923-2010). A Juan Guerrero Olid le cabe ocupar el cuarto puesto de ese singular podio mientras une a esa honrosa consideración su propio oficio, su manera de ganarse la vida: la docencia.
Hijo de un hogar rural, confiesa que proviene de una "familia humilde, sencilla, del campo y de la albañilería", pero pronto tuvo claro que lo suyo era la música, especialidad que escogió cuando cursó los estudios de Magisterio en Jaén, capital a la que llegó de la mano de sus padres, en busca de una vida con horizontes más amplios, que para él se hicieron realidad en la Ciudad de las Minas:
"Estuve en algún pueblo, pero terminé en Linares, donde me jubilé. Allí es donde más tiempo he estado, primero en el Centro del Profesorado, donde daba cursillos para los docentes, y luego en el colegio Virgen de Linarejos, del que al final fui director", evoca.
Una profesión que le ha permitido (en sus propias palabras) aprovechar el "tiempo libre" que le procuraba, sin necesidad de tener que depender de la música o la pintura (con sus incertidumbres) como sustento.
UN NOMBRE PROPIO DE LA MÚSICA
Profesional o amateur, lo cierto es que la carrera musical de Juan Guerrero está jalonada de hitos desde sus comienzos.
Unos orígenes que parecen tener su antecedente en el abuelo materno, como él mismo explica a los lectores de estas páginas digitales: "No lo conocí, pero dicen que tocaba la guitarra y cantaba bastante bien; supongo que por ahí me puede venir esa vena musical".
Autodidacta, aprendió a tocar la guitarra "solo", sin pasar por el conservatorio, "viendo a otros tocar", cuando no pasaba de los once años. Después, cautivado por figuras como Paco Ibáñez o Joaquín Díaz, debutaría en "algunos recitalillos" en la capital de la provincia, el mismo año que estrenaba la mayoría de edad.
Así llegó a la canción sefardí, de la que no se ha separado a pesar de las décadas que llevan juntos, como si el desgaste de una convivencia diaria no hubiese hecho otra cosa que afianzar su relación: "Era algo que no había en Jaén; lo escuché de Joaquín Díaz y me llamó mucho la atención, además de que a la gente vi que le gustaba", recuerda.
De ahí a fichar por lo más granado de la música jaenera, hubo un paso solamente: "Te veían, y algunos que iban a hacer grupos te llamaban para colaborar".
Andando el tiempo, esas llamadas lo llevarían a militar en las filas de grupos tan celebrados del panorama jaenés como Andaraje o Tiahuanaco, o a aportar el 50 por ciento al aplaudido Dúo Arquitrabe, que fundó junto con Marisi Carmona: "Ahora estoy solo otra vez, esa es la evolución, empiezo solo y acabo solo. Entrar en grupos ahora no me llama la atención", comenta mientras hace memoria de su paso por las citadas formaciones.
"En Tiahuanaco buscaban a alguien que tocara el charango y la guitarra, y para cantar coros. Fue una experiencia muy buena para mí y dimos bastantes conciertos".
Uno de sus compañeros de aquella época, precisamente, alaba las facultades de Guerrero: "Yo me rindo ante su trayectoria, tanto profesional como musical", expresa Antonio Martínez Liébanas, y añade:
"Lo conozco desde hace más de cuarenta años, es un grandísimo músico, una gran persona, multiinstrumentista; ha tocado muchísimos palos en el mundo de la música, porque aparte de estar en Andaraje se vino con nosotros en el 81 y parte del 82, y dejó una huella imborrable en Tiahuanaco, donde manejó el charango y la guitarra de manera muy depurada, muy limpia".
Antonio Martínez destaca también el papel de lutier del santistebeño, así como su dominio de instrumentos específicos de la música tradicional como el rabel, la zanfona o la epinette... "Es un gran personaje, y muy polifacético", sentencia.
Luego vendría Arquitrabe, a finales de los 80, con el que divulgaron la música sefardí y el romancero (parte del cual había recogido él mismo en las tierras de El Condado) en multitud de actuaciones y en dos trabajos de estudio.
Hasta se atrevió Guerrero Olid con el folk norteamericano, banjo entre sus manos, como los Some Friends: "Son experiencias únicas, es algo que te da muchas tablas, muy valioso, convivencia con gente muy distinta y conceptos musicales que a lo mejor son distintos a los tuyos. Todo eso, si no estás en un grupo, no lo asimilas, no lo experimentas. Es muy interesante estar en grupos y saber cómo empasatar los distintos instrumentos, las voces, y la satisfacción de poner eso en el escenario y que a la gente le guste", argumenta.
ARTISTA PLÁSTICO
También por la vena materna parece que le vino la capacidad creativa: "Recuerdo las libretas de la escuela, de mi madre, que guardo, con dibujos de bastante calidad a sus doce o trece años". ¿No dijo Napoleón que el porvenir de un hijo es siempre obra de su madre?
Un don en el que cualquiera sabe si no intervino también su condición de hijo de Santisteban del Puerto, la patria chica de los Higueras escultores (Fuentes y Cátedra) o de Ana Higueras Rodríguez, la gran soprano internacional, rama ilustre del árbol de los dos grandes Jacintos al igual que el hijo de esta, el pianista Jaime del Val Higueras.
"El hecho de nacer en un pueblo tan artístico influye, estás siempre oyendo cosas, hay referencias de Jacinto Higueras, la escultura, las imágenes de procesión, artistas de allí, y eso te va estimulando", asevera.
Sin embargo, y al contrario que le ocurrió con la música, la pintura sí lo encontró en las aulas especializadas, en este caso las de la histórica Escuela de Artes y Oficios de Jaén (hoy José Nogué), donde aprendió de manos insignes:
"Tuve de maestro a Fausto Olivares. Se trabajaba mucho y se aprendía mucho, si uno tenía ganas de aprender. Hacíamos mucha escayola a carboncillo, pastel (el óleo no se trajababa todavía) y retratos a lápiz; los compañeros pasaban por la tarima y en una hora teníamos que retratarlos", rememora.
No son pocos quienes han disfrutado (y lo siguen haciendo) con las obras artísticas de Juan Guerrero, cuya humildad intrínseca (el fundamento sólido de todas las virtudes, la llamaba Confucio hace la tira de siglos) y su dedicación profesional han mantenido lejos de las salas de exposiciones, si se exceptúan las contadas muestras que ha protagonizado, principalmente en territorio jiennense:
"Como uno tiene la profesión con la cual se mantiene y lo otro lo haces por afición, porque tienes tiempo y lo aprovechas de esa manera, tampoco te metes en esos círculos de exposiones profesionales, lo que supondría dejar el trabajo y dedicarte exclusivamente a la pintura", justifica.
Es la suya una plástica figurativa, realista, en la que cobra carta de naturaleza el universo rural, las faenas del campo, las escenas de costumbres en óleo sobre lienzo o... ¡a bolígrafo!: "No he visto a nadie tan bueno como él con sus dibujos a bolígrafo, pero bolígrafos normales. Es admirable, y encima sencillo y humilde como pocos", aporta Antonio Martínez Liébanas, que une a su condición de músico su querencia a la pintura.
"Llevo décadas haciendo dibujos a bolígrafo; empecé a plumilla con tinta china sepia, pero lo del Bic viene de hace muchos años, tanto de punta normal como de punta fina, que sacan muchos matices según la intensidad con que rayes el papel o la cantidad de rayitas que hagas", detalla Guerrero, a quien le piden que exponga sus piezas continuamente: "Las salas son muy complicadas", rebate él.
Si a esta inacabable relación de habilidades se suman sus artículos en revistas como El toro de caña, su pertenencia al Ateneo Ilugo o su conocimiento de la cultura sefardí, ¿quién no reconoce en Juan Guerrero Olid a ese hombre del Renacimiento con el que tantas veces lo han rebautizado? ¿A ese polímata jiennense, atemporal, del siglo XXI?
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