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DEL MAR DE OLIVOS AL OCÉANO

DEL MAR DE OLIVOS AL OCÉANO

Por Javier Cano - Junio 24, 2023
Compartir en X @JavierC91311858

Piratas, aventureros, militares, fundadores, literatos y hasta una académica de la Mar forman una nutrida relación de destacados jiennenses relacionados con la navegación, en una tierra de interior que, sin embargo, tuvo consideración de provincia marítima

"El mar de peces tan lejos, / y el mar de olivos de Dios, / por todo Jaén naciendo". El mar de olivos que besa las orillas de Jaén, como ese que Melchor Mesa plasmó, con su inconfundible pincelada, en la obra artística que corona este reportaje. 

Parece un eslogan afortunado pero no, que eso del mar de olivos es el verso de un poeta de la Generación del 36, el valenciano Vicente Duyos, que (eso sí) se codeó con lo mejor de la torería y el cante de Despeñaperros para abajo, asuntos que le caían como un guante a su inspiración neopopularista.

Y así, como el que no quiere la cosa, rebautizó la provincia jiennense y, de paso, resucitó para ella su rica memoria marítima. 

Y es que estas tierras fueron, en otro tiempo, fondo marino, isla, espigón u orilla si se atiende a los vestigios naturales hallados a través de los siglos y, también, a la iconografía revelada al respecto por la actividad arqueológica.

Todo ello, unido a las biografíass de los hijos de Jaén que decidieron en su día levar anclas hacen del paraíso interior mucho más que un mar de olivos.

Ahí están descubrimientos como el que, a principios de 2017, encabezó el profesor de la UJA Matías Reolid: nada menos que ballenas y leones marinos de hace diez millones de años entre Andújar y Villanueva de la Reina.

Por si a alguien le cupiese duda sobre esto, zonas del Santo Reino hay en las que, todavía, al ojo rápido no le resulta difícil descubrir, a ras de suelo, fósiles propios del mundo acuático.

Para quien tenga curiosidad, un paseo (cuando el sol guarda su látigo) por el carril que asciende desde las huertas de las orillas del Guadalbullón hasta la ermita de la Purísima, en La Cerradura (cerca de Pegalajar), puede ser una productiva jornada de iniciación a la arqueología y el comienzo de una singular colección.

 El profesor Reolidad muestra unos fósiles marinos hallados en la provincia. Foto: Universidad de Jaén.
El profesor Reolidad muestra unos fósiles marinos hallados en la provincia. Foto: Universidad de Jaén.

'MARINEROS EN TIERRA'

"El mar, la mar, el mar, solo la mar...", recitaba Alberti con ese eco oceánico que le poblaba el idioma. Y es que, avanzando el tiempo, la relación de Jaén con el mar (aparte de esa añoranza eterna grabada en el ADN de los jiennenses quizá como herencia biológica de su presencia en la provincia) tiene en un personaje de aquí, nacido en el siglo XVI, uno de sus paradigmas: Pedro Fernández de Bobadilla.

Hijo del marqués de Moya, su linaje da nombre a una calle del barrio de la Magdalena, donde tuvo palacio. Aristócrata de azarosa vida, después de vestir el hábito de la Orden de Santiago se hizo fraile dominico, pero la vida conventual no era su vocación y cambió las vestiduras talares por las de corsario. Sí, sí, lo que leen. 

Reclutó a maleantes y, con ellos (como el pirata de Espronceda), hizo de la mar su patria. Conocedores de sus aventuras, los papas Julio II (el que le metía prisa a Miguel Ángel para que le terminara los frescos de la Capilla Sixtina) y su sucesor, el Médici León X (pontífices muy dados a guerrear, por cierto) lo convencieron para servir a sus órdenes como almirante. 

Tan bien le fue, que el mismísimo Carlos V le confió una numerosa armada que, eso sí, un tormentón hizo añicos en las costas de Bretaña, las mismas que le sirvieron de sepultura, tan lejos de su Jaén de su alma. 

Paralela, en vicisitudes, a la de Bobadilla fue la existencia de Pedro Ordóñez de Ceballos, que al honor de ser el primero en dar la vuelta al mundo desde América suma, como una más de sus numerosas facetas, la de corsario.

Tenía solo dieciséis años cuando otro tipo de aventuras (con una mujer casada, que todo hay que decirlo) lo obligaron a embarcarse por primera vez, una acción que repetiría hasta la saciedad. 

A punto estuvo de ir en busco del legendario Dorado y, tras muchas idas y venidas con las bodegas cargadas de oro, el 'conquistador' Ceballos (en el más sentimental sentido de la palabra) sentó la cabeza, se hizo sacerdote y volvió a Jaén.

Muchos vecinos de la capital, de los que ya peinan canas, recordarán cerca del convento de Santa Clara la iglesia de San Pedro, que agonizó en ruinas hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo XX. Allí fue sepultado Pedro Ordóñez, y bajo el edificio de viviendas que suplió al recinto religioso continúan sus huesos.

Hasta aquí la aportación del mar de olivos al pirateo, al menos al más tradicional, el de parche, pata de palo y botella de ron. Que el otro, el más moderno, es harino de otro costal. 

Pero sin duda, el episodio oceánico de más relumbrón en el que la tierra del ronquío tuvo 'embajadores' fue el Descubrimiento de América.

Un capítulo de la historia que cada vez más pone en su sitio el papel de la provincia en su desenlace, con escenarios y nombres que están ahí por derecho propio.

Lo adelantó el imprescindible Ortega Sagrista en un precioso opúsculo publicado por el IEG allá por 1985, cuyas páginas situaban una entrevista decisiva de los Reyes Católicos con Cristóbal Colón en el antiguo palacio episcopal de la calle Campanas, hace la tira de años, en 1489. Hoy, una lápida conmemorativa recuerda tan notable hecho. 

Con el genovés (o portugués, que diría cantando el showman Gurruchaga con letra de otro jiennense de Úbeda, Sabina), partieron en el primer viaje en busca del Nuevo Mundo los jiennenses Antón de Cuéllar (con calle en la capital), Diego de Montalbán, Antón de Jaén y otros cuyos nombres reposan en los archivos. Todo está en los libros.

A ellos hay que añadir a quienes salieron hacia las Indias posteriormente, siguiendo la estela de ilusión abierta por el descubridor. Baezanos como Gonzalo de Mendoza o Diego de Ledesma, el ubetense Bartolomé de León, el marteño Fernando Francisco de Escobedo, el clérigo loperano Bernabé Cobo, el alcaudetense Juan de Alcaudete, el jimenato Juan Díaz o los jaeneros Juan Pérez y Juan Rincón, entre muchos otros. 

 Rodrigo Urrutia, un quesadeño pionero en la Armada española. Foto: Archivo de Javier Cano.
Rodrigo Urrutia, un quesadeño pionero en la Armada española. Foto: Archivo de Javier Cano.

Náufrago ilustre fue otro baezano, Diego de Nicuesa, que en América se enriqueció y arruinó (como le pasó varias veces a Rafael el Gallo, que nada tiene que ver con este reportaje pero cuyo ejemplo venía que ni pintado), entró en pendencias y acabó, según las crónicas y tras una peripecia digna de Robinson Crusoe, devorado por los indios caribeños. ¡Qué yuyu!

De la ciudad en la que Machado enseñó francés partió también (esta vez con Magallanes) Luis del Molino, que en plena travesía apoyó un motín contra el descubridor del estrecho que lleva su apellido y al que, finalmente, también se lo tragarían las olas.

Por cierto, que por aquella época el matemático santistebeño Juan Pérez de Moya firmó su Arte de navegar (o de marear), una auténtica enciclopedia del momento que recogía una completa exposición de los conocimientos marítimos de su época y convirtió al bachiller que da nombre a un edificio de la UJA en todo un referente del mundo de la navegación. 

Y entre tanto hombre, la historia de los naufragios tiene un pequeño hueco para la mujer de un alcalaíno, Pedro Hernández, cuya 'gracia', por cierto, se omite. Lo de siempre, vamos. 

No ocurre así con la religiosa sabioteña Magdalena Muñoz, "hombruna y varonil" según la definen los textos consultados, y que a partir de 1617 abandonó el convento, vivió como hombre bajo el nombre de Gaspar Muñoz y se embarcó hacia Italia. 

Expedicionarios hubo que amaron tanto su tierra natal que dejaron escrito en el mapa americano el topónimo jaenés, caso del capitán Diego Palomino, fundador de Jaén de Bracamoros, en Perú, donde otro baezano (curiosa coincidencia de nacidos en este municipio de La Loma) alcanzó el rango de capitán general de la flota peruana: Jerónimo de Torres. 

O el almirante Cristóbal Espinosa de los Monteros, y hubo incluso quienes ganaron gloria militar a bordo de las naves que al mando de Juan de Austria lucharon en la celebérrima Batalla de Lepanto, como Rodrigo de Benavides, de la casa condal de Santisteban. 

PIONEROS Y CONTEMPORÁNEOS

¿A que andan ustedes sorprendidos del historión marinero que acumulan los Jaenes? No es para menos, pero la cosa da para más y sin tener que remontarse tantos siglos atrás.

Verbigracia un quesadeño, Rodrigo de Urrutia y de la Rosa, que tuvo el honor de ser el primer alumno en inscribirse en la Real Compañía de Guardiasmarinas de Cádiz, algo así como el antecedente inmediato de lo que luego pasaría a llamarse la Escuela Naval. 

Fundada en el siglo XVIII, tras Urrutia llegarían gentes de aquí como Diego Suárez de Figueroa y del Rey o Alberto Camargo y Lucio de Espinosa, auténticos pioneros. 

Ya en el XIX, un ubetense (otra vez la comarca de La Loma) llegó a vicealmirante de la Armada Española: se llamaba Francisco Javier Enrile García, pertenecía a una familia noble (el marquesado de Casa Enrile, creado por Carlos III en 1778) y se batió el cobre en conflictos tan históricos como las batallas de Filipinas y Cuba, antes de caer fusilado en Torrejón de Ardoz (Madrid) en 1936. 

Y pionero donde las haya, Lola Higueras, otra santistebeña de ilustres apellidos: los de los universales escultores, padre e hijo, Jacinto Higueras Fuentes y Jacinto Higueras Cátedra.

Aunque nacida en Madrid en 1945, auténticas pleamares jiennenses se forman por las venas de esta insigne académica de la RAM (la Real Academia de la Mar).

Licenciada en Historia de América, catedrática de Historia del Arte, directora técnica del Museo Naval de Madrid hasta su jubilación en 2005, comisaria de exposiciones, conferenciante, profesora...

Es autora igualmente de más de noventa publicaciones sobre la historia marítima española, en general, y la Marina ilustrada y los viajes científico-marítimos a América y el Pacífico en el siglo XVIII, en particular; coordinadora científica de importantes publicaciones, directora de series monográficas... 

Y (¡agárrense, que hay olas!), pionera de la arqueología naval, o lo que es lo mismo, la primera mujer buzo de la Armada Española. 

 Higueras, enfundada en su traje de buceadora, en Jávea, el año 1971. Foto: Higueras Arte.
Higueras, enfundada en su traje de buceadora, en Jávea, el año 1971. Foto: Higueras Arte.

JAÉN, PROVINCIA MARÍTIMA

Una unión, la de Jaén y el mar, que en tiempos de Fernando VI, en 1748, culminó con la concesión oficial del título de provincia marítima, con Ministerio de Marina propio. 

"Necesitado de los montes de Segura para surtir de madera los departamentos de Cádiz y Cartagena (según reza en los documentos de la época), el Santo Reino recibió tan acuática denominación, de forma que el Guadalquivir, el Guadalimar y el Guadalmena terminarían convertidos, asimismo, en cauce para los troncos de los que, después, saldrían hermosas embarcaciones.

Se hacía realidad así el ansiado proyecto que dos centurias antes redactara el arquitecto italiano Juan Bautista Antonelli con el objetivo de hacer navegable el gran río andaluz, ese originario borbollón de agua clara del que escribió Machado, evocándolo en su nacimiento.

Una historia que parece increíble, sí: Jaén, provincia marítima, pero que durante muchos años fue una curiosa realidad. 

 Jaén, puerto de mar, obra de Martínez Castellón de 1923. Foto: Archivo de Javier Cano.
Jaén, puerto de mar, obra de Martínez Castellón de 1923. Foto: Archivo de Javier Cano.

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