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EL IMPRESIONANTE (Y SECRETO) MUSEO ETNOGRÁFICO DE JUAN QUIRÓS

Por Javier Cano - Noviembre 23, 2024
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EL IMPRESIONANTE (Y SECRETO) MUSEO ETNOGRÁFICO DE JUAN QUIRÓS
Quirós, en el horno tradicional de su panadería particular. Foto: Javier Cano.

Hondo aficionado y estudioso de la arqueología, las culturas del vino, el aceite y el pan o el coleccionismo de vehículos históricos, el jiennense ha levantado por sí mismo un auténtico complejo expositivo en su propia casa de las afueras de la capital

Juan Pedro García Quirós (Jaén, 1947) no pasará a la historia como el teórico jiennense del existencialismo, aunque su postura vital, su modo de estar en el mundo coincidan plenamente con aquel postulado fundamental de Sartre de que "un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo": así es el protagonista de este reportaje, vaya que sí, clavado, como el retrato del Rápido que Carmelo Palomino firmó en el 91.

No ha impartido clase en la Universidad (que ni siquiera pisó en sus años mozos); antes bien, y aunque estudió y se hizo delineante (jamás ejerció), se ha ganado la vida primero en el campo (oficio de sus ancestros), en la obra, en una fundición y, después, con el uniforme de la Policía Local, que ha vestido durante cuatro décadas:

"Nunca me ha gustado una oficina, soy un hombre salvaje, de la calle. Como policía me quisieron meter para hacer planos y demás y dije a mi jefe que no, que yo era callejero", comenta a este periódico.

Escucharle es adentrarse en el universo de la arqueología y la etnografía de la mano de alguien que sabe muy bien por dónde pisa, que se ha pateado páginas y páginas de libros hasta adquirir unos conocimientos dignos de un experto. Un sabio que, según le es inherente a quien destila esa virtud, rezuma humildad por los cuatro costados y que, como el mismísimo Descartes, daría todo lo que sabe (que es mucho, muchísimo) por la mitad de lo que ignora (que él dice que es bastante también).

Patriota del Puente Tablas, donde nacieron él y quienes le legaron la sangre que le puebla las venas, defiende a capa y espada ese espacio de la capital donde le nació la querencia por lo antiguo: "Desde que era niño iba al oppidum ibérico buscando tajoletes, o a ver si me encontraba un plato entero; una vez lo encontré, de una sola pieza, y mi madre lo usó para ponerle leche sopada a los pollos", recuerda. 

Hoy, Juan Quirós (así es más conocido) comparte por primera vez y excepcionalmente su universo singular con los lectores de Lacontradejaén. 

 Entre la amplísima colección de trebejos, aparatos y útiles que conserva el jiennense figura también una impresionante muestra de motocicletas y coches históricos. Foto: Javier Cano.
Entre la amplísima colección de trebejos, aparatos y útiles que conserva el jiennense figura también una impresionante muestra de motocicletas y coches históricos. Foto: Javier Cano.

UNA COLECCIÓN INABARCABLE

Aquel plato ibérico a la que la autora de sus días le dio el más práctico de los usos no figura en la inacabable colección de piezas (de gran y pequeño formato) que conceden a su finca jaenera el derecho a llamarse museo. Un auténtico complejo expositivo de doce edificios que, como toda muestra que se precie, dice mucho acerca de su 'comisario'.

Ubicada en una finca que Garcia Quirós heredó de su familia, el hogar de Juan Pedro, su esposa y las 'caponatas' (nombre ochentero con el que ha bautizado genéricamente a sus distantes gallinas) es una inmensa 'cámara maravillosa' en pleno siglo XXI, solo que en lugar de un gabinete de curiosidades propio del Renacimiento abarca un amplísimo catálogo no escrito de piezas propias de las culturas del vino, el aceite y el pan, la forja, útiles de trabajo del campo y la piedra, herramientas...

Ah, y coches y motos: un majestuoso Mercedes 220 SE de riguroso azul oscuro oficial, con tapicería granate y tanto espacio en su habitáculo que del volante al embrague puede dar vértigo; veintiún Seat 600 y una docena larga de motocicletas de diferentes cilindradas, no aptas para corazones demasiado sensibles a la hermosura mecánica de las Bultaco, las Montesa, Ossa y otras criaturas rugientes que el futurista Marinetti veía más bellas que a la mismísima Victoria de Samotracia:

"Cuando me casé compré un 'Seílla' de segunda mano y viajamos mucho por España; años después, un día, le dije a mi mujer de comprar uno y lo restauré. La gente, en Jaén, murmuraba que alguien se había gastado doscientas mil pesetas en restaurar un 'Seílla' en Jaén; este es". 

Prejubilado desde comienzos de este siglo y definitivamente hace más o menos dos lustros, quince años han pasado desde que comenzó a erigir su museo, con esas manitas que (ojalá falte mucho) ha de lamer la tierra. Quince años..., y una verdadera fortuna que ha invertido en la adquisición de muchas de las joyas que, hoy día, le hacen la ola cuando pasa delante de ellas, salvadas de una desaparición segura. 

"Tenía que trabajar en el campo mientras estaba de policía, y mi mujer también ha trabajado como una negra: ¡yo no sé cómo estoy vivo!. Echaba horas extras,, diez años echando noventa o cien horas extras. ¡Y como no hemos tenido vicios!, celebra, a la par que apostilla: "Si volviera a nacer volvería a hacer esto".

Ese 'esto' al que alude va desde las piedras que constelan la solería de exteriores e interiores hasta los materiales de construcción que sustentan la personalísima arquitectura 'quirosiana': "Todo lo he traído en carrillos, todo está hecho a mano", sentencia. Sí, y da gusto acceder al jardín con piscina y caminar escuchando el agua que pone su lorquiana música desde los pequeños canales abiertos por Quirós en tanto Manolo (un burro de la zona) rebuzna 'canciones' que suenan a gloria para los oídos de Juan Pedro. 

Restos de derribos, puertas y ventanas de madera de antiguas casonas y caserías, elementos sustentantes de forja y madera, rejas, oscuras zapatas restituidas en su oficio, sobrecogedores troncos de álamo que soportan el peso de los tejados al modo de las columnas de las mezquitas hipóstilas de la Anatolia medieval, pero en modo rústico...

Solo con lo relatado hasta aquí, visitar este inimaginable domicilio jaenés a la orilla del Guadalbullón resulta una experiencia confortadora, con sus artesonados neomudéjares (cien por cien Juan Quirós) en las alturas de sus templetes, que también los hay. Y libros y revistas a cientos, a espuertas.

De hecho, cuando no está enfrascado en nuevos proyectos o dando forma a nuevos contextos, a Quirós hay que buscarlo entre volúmenes, leyendo historia griega, egipcia, sobre la civilización tartésica, tratados de geografía o planteando argumentos sobre turdetanos, oretanos y bastetanos. O sea, en su salsa. 

 Juan Antonio García Quirós, en una de las grandes tinajas que conserva en su residencia. Foto: Javier Cano.
Juan Antonio García Quirós, en una de las grandes tinajas que conserva en su residencia. Foto: Javier Cano.

VINO, ACEITE Y PAN

Harían falta veinticinco ediciones extraordinarias de Lacontradejaén, como mínimo, para que ni una sola de las maravillas que posee Juan Pedro obtuviera mención en estas páginas digitales. Asumida esta imposibilidad, queda el consuelo de ayudar a que los lectores se hagan una idea de lo que ha logrado rescatar Juan Pedro García a lo largo del tiempo. 

El primer espacio, hasta ahora no divulgado, que amablemente abre para este diario su dueño, es el dedicado al vino, que junto con el pan y el aceite conforman la base de la dieta mediterránea y, también, el grueso del 'catálogo' no escrito que es la pasión y la gloria de Quirós. 

Grandes tinajas para el almacenamiento de los caldos, con más de un siglo de antigüedad, conviven con botijuelas, barriles, máquinas de producción de vino, carros de transporte, machacadoras de uva, cántaros de la Mota del Cuervo ("muy famosos"), botijas, cántaros de Bailén, pipas para las botas, filtros, idrias romanas, duelas o aparatos para azufrar las parras en una suerte de bodega que es, en realidad, una máquina del tiempo que deja sitio, además, para una fábrica de luz "procedente de la presa del Víboras, con aparatos antiguos, braseros, aspiradoras, tacillas o aisladores, una cafetera...". Un paraíso para los amantes de lo vintage, pero vintage de verdad. 

Todo en perfecto funcionamiento y con el plus de que su propietario es capaz de explicar no solo sus orígenes, usos a lo largo de los siglos y cualquier detalle que enriquezca su relato, sino también el precio que ha pagado por las piezas que no ha conseguido por gentileza de amigos o conocidos (que son legión y de los que podría montar otro museo); vamos, que si de su casa no salen cajas y cajas de botellas con el mejor de los mostaganes es porque ni tiene ganas ni es su objetivo. 

 Molino de aceite construido por el protagonista del reportaje. Foto: Javier Cano.
Molino de aceite construido por el protagonista del reportaje. Foto: Javier Cano.

Saciada la sed (de conocimiento, que no se ha de beber alcohol estando de servicio), el siguiente punto del itinerario (al que se llega tras dejar atrás una bomba de agua digna de la mejor película del Oeste) se dedica al pan, que el jiennense ha contextualizado con la construcción de una evocadora tahona a la que no le falta ni el más mínimo detalle. 

Horquillas, tenazas, palas para la ceniza y otra "para recoger la lumbre hacia un lado", otro palo "con un fregón para limpiar el horno por dentro...": "Lo bueno del pan de leña es que tiene tizne en el culo, eso no está contaminado, eso es lo bonito", comenta Juan mientras sostiene en sus manos un sinfín de cestas para vender el producto o detalla pieza por pieza las tablas para colocar barras y libras, la mesa de obrador "con la máquina de hacer las galletas, que le pusieron hace ochenta años", la artesa de harina para amasar a puño, las afinadores y un largo etcétera no, lo siguiente. 

Un molino manual, otros de origen austrohúngaros y una buena muestra de artesanía del mimbre, algunas de cuyos ejemplos sugieren la delicadeza rural de La cesta de pan de Dalí... Verdaderamente impresionante situarse en esta panadería cuya puerta (como las de la práctica totalidad de la finca) requieren llaves primas hermanas de las de la Catedral de Jaén. 

Para concluir, el 'oro líquido', con un molino "de sangre o de bestia", bidones, moledores de orujo "que salían de aquellas prensas de palanca que había antes", cántaros para ir por el aceite al molino, ánforas de donde se sacaba para consumirlo, básculas para pesar hasta miles de kilos, impresionantes motores cuyo ruidoso idioma remite a épocas pasadas...

Elementos, la mayoría, con más de un siglo y hasta siglo y medio y ahí están, ajenos a la obsolescencia, ni programada ni sin programar, entre los que tampoco faltan herramientas de campo y de piedra, sembradoras de mano, un arado de púa, básculas (que Quirós muestra a la par que narra el juicio de Osiris), injeros de los arados, vilortas, serones... Lo dicho, un sinfín. 

Y no le faltan retos, que ya pergeña lo que él mismo ha bautizado como "el monumento al martinete, que es un cante de lamentaciones, de odios y de rencillas entre fatigas gitanas". No canta (posiblemente sea una de las pocas habilidades que no cultiva, pero de jondura controla un rato largo): "Ese cante no tiene acompañamiento de guitarra, su compás es yunque y martillo, hondo como profunda es su esencia de cante grande", recita. ¡Sí, también! 

Con estos mimbres y a estas alturas del reportaje, más de un lector se habrá hecho dos grandes preguntas: la primera, ¿cómo es que este museo no goza de carácter visitable? La respuesta está en los labios del reportajeado: "Para eso tendría que contratar un seguro, si alguien viene aquí y se pilla un dedo o cualquier cosa, me busco una ruina". Dicho esto, sus amigos e invitados pueden presumir de ser unos verdaderos privilegiados. 

La segunda cuestión tampoco es baladí, ni mucho menos: ¿Qué pasará con todo lo acumulado por Juan Pedro García Quirós en el futuro? Padre de dos hijos (una médica forense y un empresario vinculado al mundo de la electricidad) y abuelo de tres nietos, lo tiene claro: 

"Toda la gente se muere, supongo que yo también. No sé, mis hijos espero que sigan con ello. Yo había pensado en hacer una fundación, pero no tengo tiempo para el inventario, que es obligatorio. ¡Bastante he trabajado, que lo hagan otros!, exclama, y concluye: "No quiero que se venda ni se parta. Esto está por encima del ser humano, al menos para mí, y debe seguir vivo, deseo que lo hagan; pero bueno, todo el que se muere se deja sus cosas y no viene a reclamar". ¿Resignado? Ni lo más mínimo: "¡Ojala que se mantenga y no caiga en manos ajenas". 

 Cestería y útiles de panadero en la tahona de Quirós. Foto: Javier Cano.
Cestería y útiles de panadero en la tahona de Quirós. Foto: Javier Cano.

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