ODA SERRANA AL MAESTRO DEL PAISAJE
Segura de la Sierra acoge el primer museo dedicado al desaparecido pintor jiennense Rufino Martos, un atractivo y entrañable espacio que alberga una destacada representación de la amplia obra de este prolífico y cada día más reivindicado artista
Hace ya cuatro décadas que Segura de la Sierra disfruta de la categoría de Conjunto Histórico Artístico y apenas doce meses desde que entró en la Red de los Pueblos más Bonitos de España.
Patria chica (según una abrumadora mayoría de estudiosos) del gran poeta medieval Jorge Manrique, pasear por sus calles es respirar poesía, ungirse de monumentalidad, transitar por un mapa urbano y natural copado de hitos al que, desde el pasado mes de junio, se suma uno peculiarísimo y (dicen los que saben) que de justicia: el Museo Pintor Rufino Martos ((Jaén, 1912-Córdoba, 1993).
Ubicado en la popular calle Higuericas, tan singular espacio expositivo alberga una buena representación de la amplia obra del prolífico artista. Una auténtica oda serrana en honor de quien es, para un elevado número de voces autorizadas, el maestro contemporáneo del paisaje y uno de los grandes de la historia del arte jiennense.
Alrededor de setenta metros cuadrados repartidos en tres habitaciones, un esmerado escenario para la exhibición de cuadros y otras piezas que certifican la calidad de este discípulo de Nogué y de Martínez Vázquez, cuya "honesta" mirada (Manuel Kayser dixit) retrató como ninguna otra la belleza de un Jaén a cielo abierto que permanece intacto en sus cuadros.
UN GRAN DESCONOCIDO
También para muchos, Rufino Martos Ortiz es un gran desconocido en su propia tierra, por más que su nombre campee en el rótulo de una vía urbana del castizo barrio de Peñamefécit. Incluso sobre la fachada del número 24 de la jaenerísima calle Espiga, a un paso de la Catedral, ninguna lápida recuerda que allí nació un grande del arte local.
Quienes se adentren en la apasionante aventura de visitar el Museo Provincial pueden contemplar ese Paisaje de Hornos de Segura con el que el pintor se hace presente en 'El Prado' de aquí, y los que hayan pasado por las aulas de la Escuela de Arte José Nogué o hayan leído el libro publicado por esta institución con motivo de su primer centenario conocerán su trayectoria docente, la apasionante historia de superación de aquel muchacho que, como explica su hijo Juan Martos a Lacontradejaén, "fue un hortelano hasta los veinte años de edad".
Pero lo cierto es que, a pie de calle e incluso más adentro, ni Rufino Martos ni bastantes de sus compañeros de generación andan, precisamente, en los labios ni en la memoria del personal:
"Las nuevas generaciones, verdaderamente, no lo conocen, y actualmente creo que menos todavía. El modelo de sociedad ha cambiado mucho y las humanidades se han quedado muy arrinconadas. Aquí, en Jaén, se ve un desinterés grande por la pintura. Hace años, recuerdo que la gente hacía un esfuerzo por tener una obra de arte en su casa, y tener un Rufino Martos, por ejemplo, era importante. Ahora no, ahora se pasa olímpicamente", sentencia Manuel Kayser (que conoció y admiró a la par al protagonista de este reportaje), y apostilla:
"Los jiennenses tenemos una cosa negativa, y es que no valoramos lo nuestro. Hay cierto catetismo de vanguardia en Jaén, y muy poca justicia. Tenemos que empezar a recuperar a figuras como Rufino Martos; era una persona muy honesta, en el sentido de que nunca ocultó que fue alumno de Eduardo Martínez Vázquez, se sentía orgulloso de ello y eso, en otras personas, no se manifiesta, por ese culto a la personalidad, al yo. Él era una persona bastante honrada, que sabía darle a cada cual lo que correspondía, y uno de los pintores paisajistas más significativos del siglo XX".
Un recuerdo que coincide plenamente con la impresión que del gran paisajista conserva su propio hijo: "El sello que me ha dejado mi padre es el de una persona muy reservada, muy seria y muy honesta, algo que se refleja en su pintura, directa y sincera. Era muy decidido al pintar, en sus trazos, y eso quiere decir que tenía una base muy fuerte, muy asentada, que le hacía trabajar sin dudas, sin titubeos".
EL MUSEO
Entrar al Museo Pintor Rufino Martos no cuesta nada, en el más amplio sentido de la frase: la entrada es libre, gratuita, pero la salida deja un sabor a visita cara, por la trascendencia de su contenido.
Emplazado en un edificio de 1988 construido ex profeso por el segundo de los hijos de Rufino Martos, Juan (ceramista y alma mater del museo), como lugar de trabajo, una vez jubilado decidió que el mejor destino que podía tener el inmueble era divulgar la producción de su padre. Esta es una de las razones que justifican la creación de este espacio expositivo en Segura de la Sierra. La otra...
"Mi padre estuvo por aquí en los años 70 y 80 con frecuencia; aquí tenía una casa el pintor Francisco Cerezo, que todavía existe, y este hombre pretendió crear como un grupúsculo de artistas en el pueblo, como pasaba en otros lugares. Reunía de vez en cuadno, sobre todos los veranos, a una serie de pintores y mi padre venía con más frecuencia, aprovechaba el buen tiempo para venir y pintar. La zona se presta bastante a esta actividad, la sierra y el mismo pueblo", aclara.
Con estos mimbres, Juan Martos de la Casa no lo dudó, se lio la manta a la cabeza y, "sin ninguna ayuda institucional" pero con todos los permisos preceptivos, fundó lo que estas páginas digitales acercan hoy a los lectores.
"Lo que expongo es el legado que mi padre me dejó a mí, que es la cuarta parte más o menos de su obra. Fue muy prolífico, siempre estaba pintando, era su pasión. De hecho, su obra está muy dispersa, hay mucha gente que tiene obra suya, muchos particulares". O lo que es lo mismo, que catalogar la producción de Martos es más que complicado.
Sea como fuere, lo que sí está claro es que la existencia del museo en honor de Rufino Martos supone un atractivo más en la poblada lista de bondades que posee este municipio serrano, rodeado de paisajes maravillosos que, en algunos casos, pueden reconocerse sobre los lienzos que conforman la colección.
"Hay obras de distintos géneros, algunos retratos muy interesantes, entre ellos el suyo propio, y de la familia. También es verdad que el museo tiene más obra, no está toda colgada. Irá creciendo. Lo que sí es cierto es que tiene muchísimo interés, por la obra en sí y por quien es", apunta Kayser.
Así lo rubrican, igualmente, muchos de los visitantes que pasan por las instalaciones. "Hay de todo, gente que no abre la boca, mira y se va, y gente que se queda un rato hablando conmigo hablando de mi padre, de su pintura; la mayoría no lo conocían y se sorprenden de la calidad de su obra, me miran y me preguntan '¡Qué es lo que tienes aquí!
Paisajes, y mucho más. Bodegones, marinas, nocturnos... Casi ningún género escapó al interés del pintor a la hora de plasmar lo que su honda mirada registró.
"Me encantaría que mucha gente viniera por aquí y cumpliera el doble deseo de ver el pueblo, la zona, que es muy interesante, y de paso el museo, cuyos cuadros reflejan Segura de la Sierra, sus escenas costumbristas, sus paisajes, en una pintura muy impactante", invita Juan Martos a jiennenses y foráneos.
APUNTE BIOGRÁFICO
Uno de los episodios más llamativos de la biografía humana y artística de Rufino Martos le aconteció en plena juventud. Un encuentro de esos que marcan el futuro y que, en el caso del pintor, resultó crucial:
Hijo de hortelanos y hortelano él mismo, al artista no se le caían los anillos a la hora de faenar en el campo. "Estaba en una huerta por la zona donde ahora se pone el mercadillo, una zona de huertas, y una de ellas la tenía arrendada mi abuelo; mi familia tenía alquilado ese terreno desde principios del siglo XIX, todos mis antepasados pasaron por allí, al menos desde entonces se dedicaban a trabajar la tierra", rememora Juan Martos, y relata:
"Un día apareció en ese olivar José Nogué, que era amigo del propietario de la huerta e imagino que este le recomendaría el lugar por las vistas tan buenas que tenía. Mi padre, en su timidez, con apenas quince años, lo observaba desde lejos, lo veía pintar. Nogué vio los primeros dibujos de mi padre, se ve que le gustaron y lo animó a ir a la Escuela de Artes y Oficios".
Así comenzó la trayectoria de Martos Ortiz por el universo del arte, primero en las aulas del viejo caserón que fue convento de Santa María de los Ángeles y luego en las de la reputada Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde llegó becado por la Diputación Provincial tras una auténtica campaña de apoyo por parte de un grupo de próceres jiennenses.
Junto con Nogué, el otro nombre imprescindible en esta biografía es el del profesor Eduardo Martínez Vázquez, que en esa etapa madrileña se convirtió en su verdadero maestro, al que durante toda su vida profesó una devoción propia de las almas nobles.
Mediado el XX consiguió su primera plaza como docente en Jaén, en el mismo centro de la calle Martínez Molina donde dio sus primeros pasos como alumno aventajado; de ahí pasó a Escuela de Palencia y, finalmente, a Córdoba, donde trabajó hasta su jubilación.
Casado con la jiennense Joaquina de la Casa Carrillo y padre de cuatro hijos, falleció en la Ciudad de la Mezquita en el 93. Allí reposan sus restos y allí, a principios de los 70, recibió la elocuente visita de un ya nonagenario José Nogué, recuerda Juan Martos. Una despedida (al maestro catalán le quedaba nada y menos) que informa de esa de esa lealtad incorruptible que presidió la vida de Rufino Martos.
Si (como decía Nabokov), la historia de un escritor es la historia de su estilo, la historia de Rufino Martos es la historia de su pintura. La de esa honestidad, la de esa honradez. Digna de un museo.
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