UN OLVIDADO NOVILLERO JIENNENSE DE POSGUERRA

De oro primero y de plata después, Viruta, Gavira, Enriquito o Enrique Cano (que así apareció en los carteles mientras estuvo en activo) fue uno de aquellos torerillos que pasaron sin pena ni gloria por la Fiesta. Pero pasó.
La jaenerísima costumbre de eso que Borges llamó la única venganza (o sea, el olvido) se ha cebado con muchos y muchas a lo largo del tiempo.
Tanto que incluso muchos de quienes se han detenido a radiografiar el panorama taurino de posguerra en la capital del Santo Reino, han desterrado a veces del cartel de la memoria a los que, pese a la intrascendencia de sus trayectorias sobre el albero, se amarraron los machos y dieron lo mejor de sí mismos en los todavía duros primeros años de la década de los cincuenta.
Plazas portátiles a bases de tablones, sin callejón a veces o con burladeros solo aptos para gente temeraria; ternos de alquiler, astados de dudosa virginidad en sus embestidas y carteles de papel barato que animaban al público a acudir a los cosos con la ilusión de llevarse a casa uno de los 'regalazos' que se anunciaban junto a los nombres de los toreros, prácticamente con el mismo tamaño de letra.
Una solanesca estampa que envolvió los deseos de los modestísimos de la tauromaquia local, de entre cuya nómina Lacontradejaén rescata hoy a un novillero de aquí del que las viejas crónicas dijeron maravillas mientras estuvo en activo: Enrique Cano Cuesta, a la par que evoca (de paso) a históricos taurinos jaeneros ya desaparecidos.
VIRUTA Y GAVIRA
Viruta y Gavira (en recuerdo del fino diestro homónimo cartagenero), de todo menos pareja sino todo lo contrario: una mismidad que puso apodo al protagonista de este reportaje (Jaén, 1930-1993), quien desde su aparición en los carteles de mediados del XX alternó con ambos sobrenombres artísticos, primero como becerrista y novillero y posteriormente, envuelto ya en el azabache de los subalternos.
Nacido (y habitante hasta su muerte) en la calle de San Lorenzo, pero en las antípodas del Arco (donde ese cuestón lame ya prácticamente las orillas del cerro de Santa Catalina), podría haber optado por bautizarse taurinamente con el mote familiar con el que, hasta hace nada y menos, aún era posible identificarlo en su barrio de la Merced: 'el pellejero' (en alusión al oficio judío tradicional desempeñado por sus ascendientes).
Pero no, su destino profesional (aficiones aparte) lo aguardaba entre maderas, nobles y de las otras, como celebrado carpintero con taller (el único que tuvo en vida) en la calle Jorge Morales hasta casi el día de su fallecimiento, poco antes de cumplir los sesenta y tres años de edad.
De ahí precisamente, del argot de su oficio, heredó el nombre artístico con el que apareció en el primer cartel conservado por su familia: Enrique Cano "Viruta, impreso en un ejemplar en tono rosa que anuncia un festejo nocturno en la plaza de toros de Andújar para el 18 de julio de 1950 (ya ha llovido, hace ahora tres cuartos de siglo).
Los recursos expresivos de la época para este tipo de difusión no tienen desperdicio: "Con permiso de la Autoridad y si el tiempo no lo impide, se celebrará una magnífica novillada y charlotada (...) 4 hermosos novillos, 4 de la acreditada ganaderíoa de los Sres. Hermandos de la Torre de esta localidad (...).
Con Cano, dos diestros de entonces: Juanito Belmonte y Paquito Delgado, a más de un eral "para la cuadrilla cómica-taurina, compuesta por los Hermanos Marx en el Ruedo". Como curiosidad, 12 pesetas costaba una entrada general de sombra. Y más curioso todavía: el sorteo de una casa (así, literalmente) entre el público.
Un paseíllo (nunca mejor dicho) por la colección de carteles que obran en poder de sus descendientes (consultados por este periódico) permiten resumir el nomenclator de promesas del toreo (de oro y de plata) y hasta de realidades ya asentadas de aquella étapa: ahí están Pedro de la Peña (con el que alternó en Andújar); José Guerrero "Guerrerito", Pepe Armenta o Joselito de Linares (en la plaza de la Ciudad de las Minas una tarde en la que llegaron a rifarse "una vaca lechera" y un "lujoso dormitorio").
O Paco Gómez "Esparterito" y Ángel Martorell (en Quesada, encartelados en la parte seria de una velada con el Charlot Turulato y Cantinflas andaluz y sus Botones); el francés Rolland Florent (en el coso de la Alameda, allá por el 52); Diego Córdoba (en Mancha Real), Justo Armenteros (en la plaza cordobesa de Puente Genil, junto con el profesor de equitación, popularísimo entonces, Alfonso Torres y su caballo Martinete (célebre por embestir como un toro).
Toreó además con Sebastián Hurtado "Droguerito) en Baeza, con algunos de los anteriormente citados y el malagueño Juan Jesús Gallego o el barcelonés Domingo Baños en la extremeña Olivenza; otra vez en Mancha Real junto a Paquito García, entre otros, y poniendo seriedad al asunto en la charlotada peroxileña del 55 protagonizada por los Chamacos musicales, Don Nicanor, el Doctor Max, el Gran Llapiserín, la Gitana Rizos y el Piloto Torero. Hasta aquí su lustro vestido de luces doradas.
Después militaría en las cuadrillas, ya subalterno, de Ramón Rodríguez "El Mere", Pedro Mengual "El Carloteño), Antonio Delgado (torero de Lucena), Pepe Arias "El Formidable", José Gómez Hueso, Pedro Muñoz, Manuel Charnero "Chaquín", Manolo Conde "El Sevillano", Antonio Armenteros y el a la sazón prometedor Antoñito Ordóñez, Mariano Dominguín, Paco Moreno (una tarde en Úbeda con la popularísima rejoneadora sudamericana Amina Assis), el tremendista Zorro de Toledo, Aurelio Núñez, Apolonio Vaquerito o Antonio Cruz.
Cabe añadir como jefes de filas de Gavira a Luis Montero, Antonio Moya, El Curruco, José Perea "El Labreño", Carlos Alamín y hasta el malogrado Antonio Millán "Carnicerito de Úbeda", a cuyas órdenes lidió en Jódar en el 64; José Ortega, José Puerto, José Manuel Sevilla "El Taranto", Pepe Ramírez Puerto, Manuel Arroyo "El Extremeño", José Calleja "El Porcune", Pepe Luis Gutiérrez, Florentino Luque "Niño del Neveral", Manuel Macías Navarro, Curro Ejea, Guillermo Gutiérrez "El Ecijano", Fernando Calpe "El Solitario", Hermenegildo Alcázar, Bienvenido Luján, Curro Vega, Antonio García Rojas...
Juan Ramos, Eleuterio Cortés "El Gitanillo", Manuel Sánchez, Juan Sánchez y el conocido jaenero Felipe Fernández "Felipín". O nombres de postín como los de Jaime Ostos, Miguel Mateo "Miguelín", Luis Parra "El Jerezano", en cuyas cuadrillas intervino en el 67 durante un "monumental festival" a beneficio de la pro-reconstrucción del templo parroquial de Villanueva del Arzobispo.
Compañeros suyos en la brega fueron Ángel Siles, Pedro Fernández "Peñita", Juan Gómez, Manolo Cruz, Gabriel Suárez, Miguel Montoro, Ramón Quesada "Sabino", Manolo Cano, Cándido García, Rafael Padilla, Mariano Guerra, Antonio Duarte, Pedro de los Reyes, José María Ruiz, Rafael Mariscal, Juan Maldonado Ortiz, Rafael Bautista "Rafaelete", Antonio González, Joaquín Toron, Manuel Cuevas, Emilio Saeta o Gabriel Maroto, en la arena de Jaén, Pegalajar, Cazorla, La Puerta de Segura, Huelma, Baeza, Martos, Cabra, La Puerta de Segura...
PUPILO DE "EL MANCO"
La afición taurina de Enrique Cano (que conservó intacta hasta su último suspiro) le hizo aspirar, de paso, a una situación económica para la que, por entonces, la tauromaquia tenía una buena llave. Pero no siempre.
Como ha quedado dicho líneas arriba, Viruta hubo de compatibilizar sus últimos años de banderillero con su profesión habitual, la carpintería, que precisamente lo llevaría a trabajar en la construcción de la plaza de toros de la capital con la empresa Trueba.
En las entrañas de este coso del 62, fiel a su querencia, se le pudo ver hasta su inesperada muerte como componente del servicio de callejón, en una de las llamadas puertas de corte. Mucho antes de eso, el entusiasmo de Gavira encontró en un jiennense adoptivo el cauce oportuno para sus búsquedas.
Sí, a la vera de Santiago Martínez López (apodado "el Manco" por la ausencia de uno de sus brazos, perdido en un accidente ferroviario en su infancia y fallecido en 1987) dio sus primeros pasos el novillero, junto a él conoció la geografía taurina allende los límites del Santo Reino y se codeó con nombres propios del arte de Cúchares.
¿Qué vio en él el popular apoderado? Acaso lo que expresa una vieja crónica cuyo ejemplar mecanografiado conserva la familia de Cano: "Bien podemos afirmar que estamos ante un presunto fenómeno del toreo". Y continúa: "Este nuevo Gavira demostró en esta tarde del Corpus, en Baeza, que puede presentarse sin disputa alguna ante las Aulas de Tauro".
La crónica apostilla: "Con el capote consiguió unos lances que no cabe más belleza en la compostura de la ejecución: bajos los brazos, lentos y cargando la suerte; así pues se aplaudió calurosamente (...) El inteligente aficionado de Baeza Manuel Jiménez dijo de este chaval que sus lances no esparcen perfumes de rosas ni sonidos de cascabeles, pero sí un tufillo a metal que se llama oro de ley". No está mal la crítica, no.
Casado con Juana Expósito Martínez y padre de siete hijos, en la sepultura número 14 de la sección San Eufrasio del cementerio jaenés de San Fernando reposan los restos (cargados de cicatrices de cornadas) de aquel olvidado novillero jiennense de posguerra.
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