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UN POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27 EN EL CEMENTERIO VIEJO

Por Javier Cano - Octubre 26, 2024
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UN POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27 EN EL CEMENTERIO VIEJO
Sepultura de Rafael Porlán en el viejo cementerio de San Eufrasio de la capital jiennense. Foto: Javier Cano.

Rafael Porlán, de cuyo nacimiento se cumplen ciento veinticinco años en 2024, es uno de los ilustres personajes cuyos restos pueblan el melancólico camposanto de San Eufrasio de la capital, a la que llegó hace nueve décadas y donde expiró

La ciudad de Jaén puede presumir de haber tenido entre sus más ilustres vecinos a todo un poeta de la Generación del 27. Rafael Porlán Merlo (Córdoba, 1899) se llamó quien hoy ocupa el nicho número 92 de la sección 7 del patio de San Juan del romántico cementerio de San Eufrasio, a pocos dedos de distancia de su entrañable amigo, compañero de letras y tocayo Rafael Palomino Gutiérrez. Funeraria aunque entrañable casualidad para comprobar estos días de visita a los camposantos, no digan que no. 

Pero, ¿por qué el autor de Pirrón en Tarfía o los deliciosos Ejercicios para manos pequeñas dio con sus huesos, definitivamente, en el Santo Reino (en la capital del Santo Reino, con todas las letras)?

De estudiar su estancia entre los jaeneros (insuficiente para que dé nombre a una calle y, hasta hace poco, muy poco tiempo ni siquiera a recordarlo con una plaquita en el lugar en que residió) se han ocupado diferentes autores.

Entre ellos Manuel Urbano (Jaén, 1940-2013), que en Rafael Porlán. Poesía y prosa traza no solo un amplio y detallado análisis de su figura y obra, sino también de su etapa 'jaenita', su último camino hacia la muerte: "No hay más verdad que la noche", escribió en uno de sus soberbios romances. 

 Rafael Porlán, en el centro, con gafas. Foto: Archivo de Javier Cano.
Rafael Porlán, en el centro, con gafas. Foto: Archivo de Javier Cano.

ESBOZO BIOBIBLIOGRÁFICO

Porque (y esto no es de Sabina, aunque lo parezca) el olvido hace tiempo que olvidó a Porlán, Lacontradejaén no se detendrá más que momentáneamente en esbozar su biografía y su obra, detenidamente consultables en publicaciones y entradas cada día más numerosas (léanse los trabajos de los profesores José Cenizo, José María Barrera y Rafael Alarcón, entre otros).

Nacido en plena primavera de la Ciudad de la Mezquita, los testimonios recogidos por Barrera en Ensayos, aforismos y epistolarios lo presentan como un joven intelectualmente adelantado que, "sin título alguno" (confesión del propio poeta), terminaría aprobando con brillantez las oposiciones que le dieron sustento económico hasta su partida de este mundo. 

En Sevilla desde los trece años (por motivos laborales de su progenitor), fue en tierras hispalenses donde su lirismo halló el sendero cabal, una de cuyas primeros logros lo sitúan ya como secretario de la revista Mediodía, plenamente 'veintisietera'.

Tanto que si bien es cierto que no figura en la célebre fotografía fundacional del grupo en el que sí brillan ya Alberti, Lorca, Bergamín, Guillén o Gerardo Diego, todo lo sitúa entre el público del Ateneo aquel día de diciembre, y no un oyente más sino parte misma de la 'brillante pléyade', denominación atribuida al torero Sánchez Mejías. 

Cuñado de este, precisamente, fue el gran Joselito el Gallo, que en 1920 se dejó la vida en la plaza de toros toledana de Talavera de la Reina, adonde Porlán arribó en 1933 como secretario del Banco de España. Apenas un año después, llegaba a su último destino: Jaén. 

 Antiguo hotel Rosario, en la Calle Carrera de Jesús. Foto: Beatriz Rivilla
Antiguo hotel Rosario, en la Calle Carrera de Jesús. Foto: Beatriz Rivilla

ONCE AÑOS EN LA CIUDAD

Íntimamente, estas páginas digitales se acercaron a su aventura vital de la mano de su sobrina Julia Porlán Muñoz, hija de Manuel, uno de los seis hermanos, quien (como gran parte de la familia) continúa afincada en la ciudad del ea.

"Sus padres, mis abuelos, vivían en Córdoba, trabajaban en Carbonell y Cía. Luego lo trasladaron a Sevilla, y allí vivió él su juventud hasta que colocó en el Banco de España. Después lo trasladaron, ya con el banco, a Talavera de la Reina (Toledo), y de allí vino a Jaén".

Secretario de la entidad financiera estatal también por estos pagos, once años pasó aquí Rafael Porlán Merlo, quien desde su llegada se convirtió en huésped cotidiano del por entonces uno de los principales hospedajes jaeneros: el Hotel Rosario, en pleno Arrabal de las Monjas, balcón con balcón a la lonja sur de la Catedral. 

"La mayor parte de su tiempo se desenvuelve en la reducida área de un polígono cuyos vértices serían el Hotel Rosario, el Banco de España [actual Catastro], el Círculo La Peña [en la calle Maestra y presidido por Inocente Fe], Los Quince [otro casinillo al socaire del ensolerado Portalillo] y el Café España ['cuartel general de Cazabán y de los fotógrafos 'amateur' de entonces], poco más de diez mil metros cuadrados", aclara Urbano en su libro de 1983.

Julia Porlán lo evocaba para este periódico: "Como estaba solo, no tenía familia aquí, estaba soltero y llevaba una vida... regular, se unió muchísimo a nosotros. Vivía en el Hotel Rosario, y nos invitaba a los dos sobrinos mayores a comer los domingos. Para nosotros, que veníamos del pueblo, eso era una novedad. Muy cariñoso, sí". Y apostillaba: "Era alegre. Estaba operado, laringectomizado, por lo visto tenía cáncer de garganta o algo así y llevaba una cánula".

MUERTE DE UN POETA

Aquejado de esa enfermedad tan poética como cruel que es la tuberculosis, Rafael Porlán pasó sus últimos días en el sanatorio del Neveral, bajo la vigilancia médica del doctor Luis Sagaz Zubelzu (Madrid, 1905-Jaén, 1983). 

Una vida (según su sobrina) "de bohemio" y sus problemas respiratorios de siempre encauzaron su singular anatomía hacia el silencio del nicho. Era un 8 de agosto de 1945, tiempo de posguerra mundial y todavía de la española, y una de las más hermosas voces callaba para siempre. Tenía cuarenta y seis años. 

"Como nosotros ya vivíamos aquí, pues se decidió enterrarlo aquí. Sus padres ya habían muerto y estaban enterrados en Sevilla, pareció oportuno que se quedara aquí", comenta Julia Porlán Muñoz. 

Setenta y nueve años hace que aquella lápida gris, hoy casi ilegible, selló para los restos la sombra humana de quien allí yace. La otra, la creativa, la poética, no deja de quebrar límites. 

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