La insoportable levedad de Andrés
Andrés Iniesta, tan extraordinario en el campo como discreto fuera, copa los informativos de televisión tras confirmar que deja el Barça
Sostiene Jorge Valdano que el fútbol profesional permite al niño vivir de un juego infantil hasta la etapa adulta. Si el futbolista maneja bien las cuentas, puede vivir de lo que generó en el campo hasta el fin de sus días. No puede de ningún modo volver al césped. La pelota se acaba. Hay caducidad en la élite, y las carreras son breves —la mayoría no llega a las dos décadas. Hoy dice adiós al Barça Andrés Iniesta, el capitán del equipo al que llegó desde Fuentealbilla (Albacete) cuando era un niño. Cierra su etapa en Europa sobre el campo, después de una temporada en la que ha mantenido viva y útil la esencia de su fútbol: un primer control inigualable, el desequilibrio como arma entre líneas y la agilidad mental de conducir a su equipo. Se va, dice, porque sería un engaño quedarse y ser la sombra de lo que fue. Es el argumento genuino de todos los genios que entienden que un día hay que abdicar. Todos lo aceptan llorando. Como Ronaldo Nazario, quien se fue cuando constató que decrecía la sincronización entre las piernas y la cabeza. Hay incluso quienes advierten esa insoportable levedad de la vida futbolística antes de colgar las botas. Vale la pena escuchar qué es lo que le importa al delantero argentino Gonzalo Higuaín:
Pues va a tener razón .... pic.twitter.com/Tg6eoucoZ6
— David De Dios Arana (@dediosarana) May 17, 2018
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