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ROMPIENDO ESTEREOTIPOS

ROMPIENDO ESTEREOTIPOS

Por Javier Cano - Agosto 01, 2020
Compartir en X @JavierC91311858

La estudiante jiennense Trinidad Camacho Vacas está a punto de cruzar las puertas de la Universidad de Córdoba para convertirse en pediatra o en ginecóloga, después de superar la Selectividad con una nota de esas que apabullan. Con una trayectoria personal y académica ejemplar, la futura doctora es todo un ejemplo de integración que rompe cualquiera de los desafortunados tópicos todavía vigentes

A Trinidad Camacho Vacas le ocurre lo que al gran poeta José Hierro, que no se reconocía cuando le llamaban José, que solo respondía al hipocorístico Pepe por muy académico de la Lengua que fuese o muchos premios Cervantes y Príncipe de Asturias que le gloriasen la biografía. Sí, a Trinidad Camacho hay que llamarla Trini para que la conversación fluya y, a cada tres palabras, suelte una de esas brevísimas sonrisas que suenan a gloria a quien la escucha. 

Nacida en la capital jiennense en 2002, estrenó hace nada y menos una mayoría de edad que, en sus palabras, tampoco es para tanto: "No he notado la diferencia", asegura; un argumento que difiere de lo que la mayoría de las chicas en capilla de los 18 apuntan, confiadas en que dejar la menoría es la panacea, como si eso de cruzar la barrera de la adolescencia a la juventud fuese lo más de lo más.

Trini no; lo suyo es romper tópicos enquistados sin proponérselo, con la naturalidad de quien camina sobre ascuas en San Pedro Manrique sin quemarse, como si nada. Vaya que sí: es mujer, gitana por más señas, y en cuestión de cuatro años estará pasando consulta a mamás o a peques, que esa es su vocación y el destino que se ha labrado a golpe de esfuerzo. 

"Yo siempre he sido una niña muy responsable; no es que me guste estudiar, pero estoy concienciada de que si no lo hago no hay forma de salir adelante, de ser independiente. Siempre me he esforzado al máximo, lo he dado todo de mí", confiesa. 

Hija del jiennense Antonio Camacho (vendedor ambulante) y María Vacas (dependienta, administrativa...), será la tercera doctora de la dinastía, que cuenta ya con un tío y una tía suyos dedicados a la medicina en la Ciudad de la Mezquita. Segunda de cuatro hermanos, la constancia y la responsabilidad (así, unidas) son el olor de su casa, el que ha respirado:  

"En mi familia ha habido circunstancias que nos lo han hecho pasar mal económicamente. Somos una familia numerosa, y mis padres me han concienciado de que quien no estudia no puede ser independiente ni valerse por sí misma, ser alguien". Ese ejemplo ha calado en su personalidad y el resultado es indudable: un expediente académico impresionante, con una nota de Selectividad de 13,37 sobre 14. Sin palabras.

"Me esperaba una nota un poco más baja, pero al final ha salido muy bien la cosa: Ahora estoy muy tranquila", dice, satisfecha.

EL HOGAR DE LOS CAMACHO VACAS

A simple vista, de los 'hijos del sol, de las estrellas y el amor' (como cantaba Bertín Osborne en su ochentera Noches de San Juan pensando en los calés) Trini tiene esos rasgos misteriosos que llevaron a Lorca a escribir uno de los libros más sobrecogedores de la poesía mundial o a Antonio Begíjar a pintarlos; lo que no se ve (el alma), se le supone, como el valor a los militares.

Se crio en la calle San Andrés, que rezuma historia en cada una de sus piedras, a un paso de la vieja judería jiennense, paraíso del sincretismo en los tiempos en que las tres culturas convivían en la ciudad sin decirse una palabra más alta que otra. 

Debe de marcar eso de desenvolverse entre la mañana y la noche por calles que callan tantas vivencias, por callejones que resumen el pasado medieval de Jaén, a la sombra de la espadaña de la Santa Capilla, leyendo las horas en las campanas.

Dijo George Herbert, hace la tira de años, que unos buenos padres valen por cien maestros, y en casa de los Camacho Vacas parece cumplirse a rajatabla la sentencia del poeta inglés. A base de ejemplo, de batirse el cobre contra las dificultades, el matrimonio ha construido un hogar cuyos principios empapan la forma de ver la vida de sus hijos, de todos ellos: la mayor estudia el doble Grado de Ingeniería y Electrónica en la UJA, la tercera comenzará el Bachillerato el próximo curso y el benjamín tiene todas las papeletas para ser otro fenómeno cuando le toque demostrarlo.

"La verdad es que siento un placer muy grande, el esfuerzo ha merecido la pena. Ha partido de ella, pero los principios estaban claros y eran sí o sí. A mis hijas siempre les he dicho que intenten ser la número uno en todo, por lo menos que lo intenten, que saquen lo máximo de ellas, que para ser mediocres ya estamos muchos", expresa Antonio Camacho con la lentitud de quien mide lo que dice, de quien no habla por hablar. 

Es un padre orgulloso, en el mejor sentido de la palabra, consciente (junto con su esposa) de lo que tiene en casa:  "La verdad es que nosotros, gracias a Dios, con todas mis hijas no tenemos quejas, siempre han tenido la cabeza muy bien amueblada, los pies en el suelo, son amigas de sus amigas y, por supuesto, siempre al servicio de ellas. No soy yo el más adecuado para decirlo, pero...". 

Habla lentamente, con una voz relajada que, sin embargo, ha tenido que forzar muchas pero que muchas veces en los mercadillos, sacrificada fuente de ingresos familiar gracias a la que Trini y sus hermanas pueden mirar hacia el futuro con ambición: "Yo soy autónomo, con un sueldo normal y corriente. Pero el esfuerzo, sobre todo, es de mi mujer, ella va por encima de mí. Yo he estado siempre apoyando, pero mi mujer ha sido la primera en todo, siempre antes que yo".

Escuchándolo queda claro que la humildad y la prudencia lo definen y claro, de tal palo... una hija que, puestos a ganarse la vida, prefiere hacerlo mejorando las de los demás: "Espero que, al final, y más con la carrera que ha elegido, todo esto sirva para sanar a personas, para ayudar a otros", concluye Antonio.

ENRAIZADA EN SU PRIMER BARRIO

En el colegio del barrio de San Andrés, heredero de la tradición docente del que en pleno siglo XVI creara el venerable Gutierre González Doncel, transcurrieron la infancia y la primera adolescencia de Camacho Vacas, "Infantil, Primaria, primero y segundo de la ESO": "De allí pasé al instituto San Juan Bosco, que está también cerca [a cuatro pasos, la verdad]. Ahí cursé tercero y cuarto de Secundaria, porque en San Andrés solo había primero y segundo".

Solo por eso, sí, porque la flamante universitaria jiennense es más de ese barrio que el callejón del Gato, la Molineta o el palacio de los Torres de Navarra, y ahora, desde la casa de la carretera de Circunvalación a la que la llevó una mudanza, sigue teniéndolo clarísimo: "Cuando paso por esa zona, todavía me trae muy buenos recuerdos, me gustaría seguir viviendo allí", expresa.

No ha cambiado el casco antiguo por las zonas de expansión, precisamente; es más, afirma sentirse más que bien en su nuevo vecindario:"Estoy muy contenta donde vivo ahora, pero tengo muy buenos recuerdos de todos mis amigos, ha sido muy importante para mí, me ha marcado". Y apostilla: "También ha sido bueno despegarme de esa zona para conocer a otras personas".

Sea como sea, algo de lo que escribió y cantó Manuel Molina (la mitad de Lole y Manuel) como nadie lo hizo, lo siente ella como propio: "Mira si soy trianero / que estando en la calle Sierpes / me considero extranjero". Pues eso.

LA MEDICINA, UNA VOCACIÓN

"Mi tío y mi tía son médicos, y aunque desde chica he querido ser profesora, conforme he crecido me he interesado más por ese mundo. Cuando vi a mi madre embarazada, me empecé a interesar por la obstetricia y la ginecología,  buscaba en páginas web lo que pasa en el embarazo. Yo quería ser enfermera o matrona, pero al ver la nota de Selectividad y que puedo optar, tiro por lo alto, ya habrá tiempo de bajar", aclara Trinidad Camacho sobre el nacimiento de su vocación como galena. 

Lo tiene clarísimo y, además, las circunstancias le son propicias. Estudiará en Córdoba, donde ejercen sus parientes y donde vive su abuela materna, lo que además de procurarle cercanía con la matriarca le facilitará un techo cálido. 

La única pega es eso de tener que dejar su Jaén de su alma, pero para eso hay un refrán que seguro que Trini ya conoce y se repite a sí misma: 'Sarna con gusto, no pica': "Al principio cuesta concienciarse de eso pero bueno, al fin y al cabo me hace ilusión cursar algo diferente y en otro lugar, por esa parte me gusta". Solucionado el capítulo de la nostalgia, entonces.

ROMPIENDO TÓPICOS

En pleno siglo XXI, la integración total del pueblo gitano sigue siendo una asignatura pendiente que, por supuesto, se extiende a los ámbitos educativos. Lejos quedan los tiempos del absentismo escolar generalizado y en las aulas de colegios e institutos conviven payos, gitanos y toda una diversidad étnica con naturalidad. Al menos, en el caso de Trini, jamás se ha sentido señalada por razón de su origen, ni tampoco por su condición de mujer.

"Todo eso ya está normalizado, no he notado diferencias; a mí no me han tachado ni he sentido conductas racistas, pero es verdad que siempre salen los tópicos. A lo mejor en una conversación de amigas, y te pone en una situación incómoda, pero solo eso", afirma, y añade: "Si hay gente que no se ha juntado conmigo no creo que haya sido por ser yo gitana".

Es consciente de que la frontera entre la enseñanza secundaria y el paso a Bachillerato (mucho más a la hora de acceder a la Universidad) no es territorio, precisamente, poblado por su gente, no: "Cuando yo era pequeña, en mi clase solo había tres niñas gitanas y en Bachillerato, en el Fuente de la Peña, estoy yo sola, así que sorprende un poco el número, la verdad. Da pena, es necesario que los niños se motiven".

Y es que, según Lupe Quesada, orientadora educativa del instituto dentro del programa Promociona, de la Fundación Secretariado Gitano, los prejuicios siguen existiendo. "Hay veces que no dicen que son gitanas, y aunque ellas lo ven más normalizado, desde otro punto de vista todavía hay gente que se extraña". 

Para Quesada, sin embargo, la tendencia, aunque remolona, es positiva y "cada vez más niñas gitanas estudian": "Queda mucho por recorrer, pero sí es cierto que poco a poco se va viendo color", celebra. Por su parte, José Manuel Jiménez, director del IES, considera a Camacho "plenamente integrada en el centro": "La mayoría de la gente no sabe que es gitana, y hay que destacarlo, porque todas las noticias que se publican sobre este colectivo suelen ser negativas", reivindica.

El responsable del Fuente de la Peña no ahorra elogios para la estudiante, cuya nota en el EBAU califica de "una barbaridad": "Un 13,37 está fuera del alcance del común de los mortales, está entre las más altas del instituto y de toda la provincia", enfatiza el docente. 

Tanto es así que, en sus palabras, más de un profesor se ha 'rifado' el privilegio de concederle la carta de recomendación necesaria para obtener una beca con la que arrimar apoyos al desembolso que supone estudiar una carrera universitaria, y encima fuera de Jaén: "Es una persona muy querida, de actitud muy responsable y respetuosa, los compañeros la quieren un montón, que no siempre pasa", concluye Jiménez. 

CONCIENCIA DE GRUPO

En esta línea, Trini es transparente y, lejos de ocultar su pertenencia a la etnia lorquiana, asume el camino de la normalización como el único que la sociedad debe seguir a estas alturas: "Tengo conciencia de grupo y, aunque creo que una persona gitana no tiene más mérito que otra que no lo sea por el hecho de estudiar, sí es cierto que causa un poco de sorpresa, todavía existen los tópicos de que los gitanos van al mercadillo, son chatarreros...".

En sus palabras, a día de hoy "muchos y muchas van a la Universidad, estudian, sacan buenísimas notas... el pensamiento de la sociedad debe cambiar en ese sentido, que no existan esos prejuicios innecesarios". Lo de cursar Ciencias Políticas, ni de lejos. Será una gran médica, seguro, pero el Congreso de los Diputados se pierde a una convencida activista de la igualdad y los derechos humanos. Vaya que sí.

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