La casa que guardó las llaves de El Abuelo en la Guerra
Primero en la cuesta de la Alcantarilla y después en el Arrabal de las monjas, preservar el preciado e icónico elemento nazareno le costó la vida a su custodio
"¿Dónde estuvieron las llaves de Nuestro Padre Jesús Nazareno durante la Guerra Civil española, desde 1936 hasta 1939? A esa pregunta voy a contestar (...) por haber vivido personalmente, y como protagonista, aquellos acontecimientos que dejaron en mí una huella imborrable".
Son palabras que Ramón Calatayud Sierra (Jaén, 1918-1999) dejó escritas en los números 12 y 13 (de 1994) de la revista de la cofradía nazarena, que él mismo gobernó entre los años 1964 a 1971, bajo el título de Un emotivo relato.
En dicho trabajo, el que fuera también alcalde de la capital del 67 al 74 comparte con los cofrades eso precisamente, la emocionada y emocionante remembranza de unos hechos que le tocaron muy de cerca y que, hoy domingo, Lacontradejaén rescata para sus lectores.
UNAS LLAVES CON MUCHA TRADICIÓN
Antes de conocer su periplo conviene detenerse en las memorias de unas llaves cuyo piadoso origen data del siglo XVII; vamos, que ya ha llovido.
Según la tradición, cuelgan del brazo izquierdo de Jesús de los Descalzos desde agosto de 1681, cuando a alguna alma poética de aquí se le ocurrió que el mejor destino para las llaves del hospitalico de apestados donde moría la gente a mansalva a causa de tan terrible enfermedad debían de formar parte, para los restos, de la iconografía nazarena. Dicen que en cuanto Jesús rozó el umbral de aquella casa de muerte, no se registró ni una defunción más.
Aunque hay quien lo pone en duda, lo cierto es que este relato caló desde el principio en el pueblo jaenero, y ahí sigue.
Sobre el terciopelo llevan, pues, la tira de años y con la más querida de las imágenes jiennenses han pasado por las diferentes casas donde Jesús encontró cobijo a lo largo de las centurias: el Camarín, el Sagrario, la Merced, la Catedral y de nuevo al Camarín. Tan emblemáticas son, que una réplica de ellas sirve de simbólica recompensa a los promitentes que se 'jubilan'.
SUPERVIVIENTES AL CONFLICTO
Durante la Guerra se perdieron las espigas de plata que los labradores le ofrendaron a mediados del XIX, y un montón de piezas más. De entre las que sobrevivieron gracias a la heroicidad de algunos cofrades (las ricas túnicas, la cruz de la marquesa...), las llaves que protagonizan estas páginas digitales.
¿Cuáles de ellas? Porque desde el XVIII, y debido a la demanda de las familias para que sus miembros asomados hacia la muerte las tuvieran en sus manos a la hora de expirar, hubo que hacer más de una copia. En concreto, y según se lee en las actas de la hermandad, una señalada devota (Concepción Forcada) fue la donante de las que El Abuelo llevaba en 1936.
"Buscando aquellas llaves fueron a la casa de mi tío Ezequiel Sierra Quesada [actual finca marcada con los números 15 y 17 de la cuesta de la Alcantarilla], que era el fabricano de la cofradía. Hicieron un registro exhaustivo, detallado, pero no dieron con las llaves. Pensaron que podría tenerlas guardadas en su casa —como así era—. Pero, al no dar resultado sus indagaciones, lo detuvieron, pasándolo a la Prisión Provincial", rememora Calatayud.
Poco después, "junto al cementerio de Mancha Real, el 5 de abril de 1937, junto a otros 96 presos" era fusilado. "El gran delito de mi tío Ezequiel fue no haber entregado las llaves de Nuestro Padre Jesús Nazareno", concluye quien también presidió el Real Jaén en la década de los 50.
Casado en 1924 (así lo certifica el nomenclátor cofrade de la época, que se custodia en el archivo de la cofradía) con Amalia Góngora Ayustante, esta sería quien a través de una "patética llamada" a sus "dos sobrinos mayores" (el propio Calatayud y Eugenio Molleja Sierra) los citó para entregarles las llaves, que ambos jóvenes resolvieron esconder en el hogar familiar del segundo.
Un hermoso caserón de la antigua calle Pilarillos se convirtió, de sopetón, en el arca donde las llaves sobrevivirían a la guerra. Se trata del número 7 de la actual calle Julio Ángel (dedicada a quien fue alcalde de la ciudad entre 1895 y 1897):
"Sacamos un sillar de 40 por 20 centímetros de una de las paredes del sótano de la calle. Tomamos las llaves, las envolvimos en unos algodones, juntamente con su cadena, y las metimos en un bote de cristal. Luego precintamos el bote con una goma de cámara de automóvil y asegurada esta con varias vueltas de cuerda, se profundizó más el hueco del sillar y en aquel nuevo espacio conseguido se colocó el tarro con su preciado contenido. Después el sillar fue colocado en su sitio y fijado con el mismo material que tenía anteriormente", evocaba Ramón Calatayud cinco años antes de fallecer.
Preservadas de cualquier daño, en abril de 1939, al término de la contienda, ambos primos recuperaron las llaves y las entregaron a la junta de gobierno de la hermandad, como consta en las actas correspondientes.
Una historia realmente emotiva que Calatayud abrochó con un no menos conmovedor epílogo: "A mi primo, Eugenio Molleja Sierra, lo hago testigo desde el cielo, pues murió el 12 de diciembre de 1946. Su muerte fue hermosa. Él tuvo las llaves de Jesús, cedidas por la cofradía, hasta el final de su vida. Las tuvo entre sus manos, apretándolas, dándoles su último beso y su postrer suspiro".
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