"¿Cómo es posible que Dios me esté dando tanta vida?"
A sus ciento ocho años de edad, la castellariega Dolores García Martínez reside en su pueblo natal rodeada de los cuidados de su familia y la admiración de sus vecinos
Si no es por la caída que sufrió hace pocos días, Dolores García Martínez habría atendido a Lacontradejaén a las mil maravillas, con esa fluidez suya que el golpetazo le ha mermado y la obliga a permanecer en cama hasta que su salud se sobreponga a las circunstancias. Y visto lo visto, se sobrepone, vaya que sí:
"Se cayó, se dio un golpe en la cadera o quizá se cayó como consecuencia de un fallo en la cadera, no lo sabemos; la tuvieron que operar en Linares, los médicos no daban mucho por ella, por que superara la operación, pero la ha superado. Es increíble", relata su sobrino Juan Crisóstomo Mayoralas a este periódico.
Ahí está Lola, a sus ciento ocho años cumplidos hace prácticamente un mes, que deja boquiabiertos a sus vecinos con su capacidad de supervivencia tras toda una aventura vital que comenzó en 1915 y ha visto con esos ya históricos ojos suyos lo que para muchos solo es rastreable a través de los libros.
Nada menos que dos pandemias de las grandes, aquella terrible gripe española de 1918 que esquilmó el censo nacional hasta extremos inéditos entonces y, ya en pleno siglo XXI, un coronavirus que todavía colea pero que ella ha sorteado como si nada.
Pero, ¿cómo es posible llegar, lúcida e independiente, a una edad tan alta? Hay quien dice que el secreto está en la alimentación, aunque en el caso de esta castellariega que es ya un monumento vivo, cualquiera sabe:
"Su alimentación ha sido siempre normal, nada extraordinario; no ha bebido nada de alcohol ni ha fumado. Un punto importante es que ha comido guindillas picantes desde que tenía trece años, guindillas a puñados, increíble", explica, sorprendido, su sobrino, y apostilla:
"Es una costumbre de toda su vida, su madre parece ser que también era aficionada al picante y ella ha seguido la costumbre y le ha ido bien". En este punto, más de uno se lanzará hacia Google para cerciorarse de las propiedades del picante, seguro que sí.
Toda su vida en Castellar (a excepción de unos cuantos años en el municipio ciudadrealeño de La Solana, donde ayudó a una de sus hermanas a criar a sus hijos), Lola es la mayor de una familia de siete hermanos de los que, a estas alturas de la película, únicamente ella permanece en este mundo.
Nieta de un veterinario, se crio en una familia acomodada en lo económico, si bien no le fueron ajenos los malos ratos (relativamente normal si se tiene en cuenta que ha sido testigo indirecto de dos guerras mundiales y directísima de la Guerra Civil española, que llevó a su padre a la cárcel).
Y así año tras año hasta llegar a convertirse en un prodigio de la naturaleza cuya cotidianidad, hasta hace nada y menos, conmovía, sobrecogía:
"Tras la operación está consciente, ya en casa, pero no tanto como estaba antes, en perfectas condiciones. El golpe en la cabeza le ha hecho perder agilidad", hasta el punto de tener lagunas actualmente a la hora incluso de reconocer a sus seres más cercanos, como aclara su sobrino.
"Ahora está en la cama, no sabemos si va a poder andar, si necesitará un andador... Hasta que tuvo la caída, ella se lo hacía todo: su cama, se aseaba, daba sus paseítos por la casa; no era de ver la tele mucho, tenía un horario fijo que no había quien se lo cambiara. Se levantaba a las ocho u ocho y media, comía a la una y media, cenaba a las nueve o nueve y media y se acostaba a las diez".
Horas que intercalaba con las visitas de los más allegados o de su inexcusable cita con el cura, para recibir una comunión a la que jamás ha renunciado: "Es muy religiosa", certifica Juan Crisóstoma Mayoralas, que junto con su mujer, María Villar, se encargan del cuidado de su querida tía.
Una castellariega de hecho y de derecho que, con los años que la adornan, podría haber acumulado placas y obsequios oficiales en unas vitrinas en las que solo figuran sus cosas, el ajuar doméstico, nada especial:
"Le han querido hacer homenajes todos los ayuntamientos, de izquierda o de derecha, pero ella no ha querido nunca ese tipo de cosas. En ese sentido es muy modesta, no ha querido sobresalir para nada".
Vamos, que si Lola fuese de ascendencia noble y tuviese blasón propio, en su lema se leería aquello que escribió el mismísimo creador de Peter Pan (niño eterno): que la vida es una larga lección de humildad.
"Asombrado" tiene a sus paisanos, que no dan crédito a la querencia que su ilustre vecina le tiene a la existencia, y mucho más ahora que acaba de volver a superar un trance como el que ha pasado: "Es la comidilla de todo el pueblo", sentencia Mayoralas.
Y ella (lo asegura su sobrino), en el reposo que la envuelve estos días, se interroga a sí misma más de una vez: "¿Cómo es posible que Dios me dé tanta vida?". Menuda pregunta, reservada solo para un puñado de almas.
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