Lorenzo Leyva, 'Macareno del año', larveño todo un siglo
Aunque no olvida sus raíces jiennenses, sus más de ocho décadas en tierras hispalenses lo han convertido en un reconocido y apreciado sevillano adoptivo
"Me quedé viudo con ochenta y tres años, pero la tristeza no la quiero por nada del mundo; yo, en vida, me porté con mi mujer como hay que portarse, así que cuando murió me puse a viajar por el mundo, y he conocido muchos países; luego, con ochenta y cuatro años y pico me metí en el teatro".
Así de vitalista se muestra Lorenzo Leyva Díaz a su primer siglo de existencia, que estrenó el pasado día 10 de febrero.
Un enamorado de la vida nacido en Larva en 1923, que por más inviernos que acumule mantiene intacta su capacidad de ver la belleza, de disfrutar de cada día, de apurar el tiempo; vamos, que no envejece (o eso aseguraba Kafka, nacido solo un año después que el protagonista de este reportaje).
Ahí está, tan lozano que nada más atender la llamada de Lacontradejaén y escuchar la primera pregunta, responde sin dudarlo: "Estoy muy bien, tomando el sol". El sol, sí, en pleno febrero, estos días de extraña bonanza meteorológica que en Sevilla (su tierra adoptiva) parecen ya primavera pura.
Tiene a Larva en su corazón, y eso que dejó el precioso pueblo de Sierra Mágina cuando solo contaba dieciocho años, o lo que es lo mismo: cuando la Guerra Civil hacía de las suyas en España.
Se fue, sí, pero la ausencia no le ahorró los malos ratos de un conflicto que un poco más y le cuesta la vida a su padre: "Lo escondí en una cueva; vino un camión con mucha gente, con escopetas, y estuvo escondido allí tres días, con una botella de agua y un poco de comida. Querían matarlo...".
Quizá por eso, por la dura experiencia, o porque ha preferido desterrar de su memoria rencores y bandos, se lleva actualmente a las mil maravillas con gentes de unas y otras ideologías: "A las personas no hay que juzgarlas por su partido político, hay buenos y malos en las derechas y en las izquierdas. A la gente hay que juzgarla por cómo es cada uno", asegura, y lo mismo se le ve en una foto con el presidente de la Junta que con el líder socialista Juan Espadas.
Más de dieciséis lustros (¡que se dice pronto!) lleva en la capital de Andalucía, adonde llegó como opositor al Cuerpo Militar Ferroviario, y allí encontró no solo destino profesional sino también el paisaje perfecto, el escenario cabal de su aventura en el mundo. Y tanto que sí, que como cantaban Los Romeros de la Puebla "tuvo que ser Sevilla" la que (hasta arriba de azahar) envolviese el encuentro con su media naranja:
"Yo tocaba la bandurria en el baile y la conocí, en las Cruces de Mayo; la conocí y me enamoré de ella como un loco". Manuela Ibáñez Ramírez se llamaba la ya tristemente desaparecida esposa, que por esos caprichos del destino resultó ser una arjonera sensible con la que formó un próspero y feliz hogar de cinco hijos, que ya va por los diez nietos y siete biznietos ("una de ellas americana", apunta su hija Lorena).
Por unas cosas y otras, entonces, ¿se puede decir que es ya un auténtico hijo adoptivo de la antigua Híspalis? Parece que sí, o al menos así lo entienden algunos de sus amigos:
"Tenemos el placer de tener con nosotros a don Lorenzo Leyva Díaz, que ha cumplido cien años, un hombre que ama a Sevilla aunque por sus venas corra sangre jiennense, y nos honra con su presencia y simpatía", comentó Juanma Moreno con motivo del cumpleaños del larveño.
Lo que afirmaba Cicerón, hace la tira de tiempo: que donde se esté bien allí está la patria de uno. Y la suya, a estas alturas de la película, está en Andalucía. Y no será porque no ha conocido otras latitudes, menudo es Lorenzo:
"Cuando me quedé viudo, me puse a viajar por el mundo; conozco muchos países". Su hija lo certifica y recuerda una sabrosa anécdota al respecto: "En un crucero que hizo se lo disputaban, porque se disfrazaba de pirata y hacía pasar ratos estupendos a la gente".
Momentos en los que sumó aplausos a espuertas, que si se pudieran guardar en las vitrinas no tendrían hueco, de tantos reconocimientos como este espléndido centenario tiene en su biografía: "Lo nombraron 'Macareno del año' y tiene ya cuatro Giraldillos, además de la placa que, cuando cumplió los ochenta, le entregó la alcaldesa de Larva en presencia de sus primos, que tiene allí muchos", detalla Lorena Leyva.
Palmas, sí, todas las que Sevilla sabe hacer a compás, pero no tantas como las que le han deparado las tablas, el teatro, otra de sus maduras pasiones, en la que ha destacado mucho, pero mucho: "Diez u once años he estado ahí, me metí cuando tenía ochenta y cuatro", explica.
Por donde va, levanta admiración y genera envidia sana: "¿Qué hay que hacer para cumplir cien años", le preguntó el presidente de la Junta de Andalucía hace nada y menos. Y no lo duda a la hora de responder: "Dormir con la conciencia tranquila y con el amor y el cariño de su familia y amigos".
Un lema que presidiría el escudo heráldico de Lorenzo si a día de hoy se estilase conceder títulos nobiliarios a cuenta de los valores, y en cuya cinta o leyenda campearían tres palabras: humildad, honestidad, trabajo. Y hablando de nobleza, de aristocracia... Tendría su palacio principal en la ciudad del Betis, pero tanto en Larva (su cuna) como en Arjona (la tierra de su recordada esposa) contaría con casa solariega.
Para ellos, larveños y urgavonenses, tienen palabras de querencia los labios de Leyva Díaz: "¿A mis primos?, que los quiero, porque son mi familia y muy buena gente, y a mis paisanos qué les voy a decir, allí nací y me crie". Y a la gente de Arjona, que nunca los olvida, él que llegó a tener un bar en los aledaños de la estación del pueblo, un local que dejó huella y muchos recordarán todavía.
Lorenzo Leyva Díaz, 'Macareno del año', atrapado por Sevilla, ciudadano del mundo, pero ante todo y sobre todo un andaluz de Larva, un cazador curtido en los cotos arjoneros. Un siglo vivo, vivísimo, sin renegar de sus raíces, sino todo lo contrario.
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