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Los 300

Por Juan Antonio Arboledas Rumí - Octubre 29, 2017
Los 300

El título de este escrito obedece más a un significado espiritual y simbólico, que al meramente literal, ya que esta escuadra futbolística la integraban muchos menos guerreros, pero dotados todos ellos de una moral y fortaleza similares a la de aquellos Esparatanos de las termópilas. Evoco, pues, a aquel Athletic de Bilbao de los años 83 y 84, fruto este, de una gestación en los años previos, progresiva y muy bien engranada, con un proporcionado relevo generacional, que en cambio, padeció un declive en los ulteriores, más acelerado de lo que su clase merecía.

Aún recuerdo aquella noche en el Estadio de Linarejos. Partido de copa. El sorteo había emparejado en sus rondas iniciales al Linares, por entonces en su segundo año en la categoría de plata (tras su segunda y última época hasta nuestros días, en dicha división), con el mismísimo Athletic de Bilbao, equipo con una solera única en esta competición. De hecho, hasta esa fecha, era el club que más títulos ostentaba (22) hasta que el Barcelona le superó años después.

En la mencionada temporada 82-83, yo cursaba “octavo” de la extinta EGB. Aquel acontecimiento supuso un “boom” en el colegio. Todos estábamos flipando; especialmente los “cuatro” del curso, que eran del Athletic: Bravo, Soler, Lumbreras y, sobre todo, Juanfran; que era el más pequeño físicamente de la clase, pero que en personalidad, lucidez y picardía nos sacaba una cabeza a todos. ¡Veríamos al Athletic!, en vivo y en directo, además. No se hablaba en clase en esos días de otro tema, supongo que de haber sido otro “primera” se hubiese suscitado idéntica expectación. Pero éste si era en verdad uno de los grandes, históricamente hablando. En ése primer tercio de la temporada andaba ya notablemente destacado en la clasificación; ostentando el título moral de “equipo revelación”. Pero nadie podría haber imaginado que terminaría alzándose con el título liguero (y, en el siguiente curso, además), máxime cuando tendría que competir con escuadras fortísimas, técnica y económicamente; como en Barca de Schuster y Maradona, además de los Carrasco, Victor, Migueli, Alexanco, Quini, Marcos… O el Real Madrid de los Santillana, Juanito, Camacho, Juan José, Stielike, Gallego…(que ése año con D´Stefano como entrenador fueron subcampeones de los 5 títulos en juego, incluida la Liga que perdieron en Valencia la última jornada, en favor del propio Athletic) o incluso el reciente ganador de las dos últimas ligas, sus vecinos de la Real Sociedad, practicamente con la misma plantilla, aún en su madurez deportiva: Arconada, Zamora, Diego, Gorriz, Larrañaga, Bakero, López Ufarte…

La novedad de aquella plantilla era su joven entrenador, un vasco de pura cepa. Javier Clemente. Un personaje singular, mordaz y fatuo y, de reacciones imprevisibles ante los medios. Pero un auténtico lider en lo táctico y psicológico para aquellos muchachos a los que dirigía, y que supo blindarlos del foco mediático, para que ello no interfiriera en su concentración, acaparando él para si mismo, todo el centro de atención, en todo lo ajeno a lo deportivo. Se convirtió en el entrenador de primera división más joven de la historia, honor efímero, que le arrebató Xavier Azkargorta (médico de profesión) justo la temporada siguiente, entrenando al Español.

Volviendo a aquella remota noche, la película de mi recuerdo cristaliza la vivencia a la perfección; ni fotos, ni videos, ni móviles, ni wassap… nada de eso existía entonces. Todas las imágenes viven impolutas en el álbum de mi mente y de mis gozos, donde se alberga aquella instantánea sin una sola arruga, nada descolorida por el inexorable paso del tiempo. La mejor foto, sin duda, la de la memoria.

 Alineación del Linares CF, en el Municipal de Linarejos.
Alineación del Linares CF, en el Municipal de Linarejos.

Iba con mis tíos, como de costumbre y, nada más entrar al estadio, me extravíe como un rayo hacia el lugar que en mente tenía ya reservado, que no era otro que el túnel de salida desde los vestuarios hacia el campo. Con el objeto de verlos pasar justo delante de mi, a menos de un metro. Mi firme deseo era disfrutar de aquel momento único, en solitario. Una vez en dicho túnel, me agarré a la alambrada y ya no me solté, mire hacia el fondo y, divisé la cabeza y medio cuerpo de uno de los jugadores visitantes, con su equipación clásica; camisola a rayas rojas y blancas y, pantalón y medias negras. No paraba de moverse, trotes in situ, soltando piernas, movimientos giratorios de cabeza... y detrás de éste, en fila india, se adivinaba el resto del equipo. Lo conocí en el acto, era Noriega; sí Noriega. Un delantero no muy alto de estatura, pero corpulento y muy eficaz en el esquema táctico de Clemente. Estaba harto de verlo en los cromos, en todos sus formatos además. Estoy seguro de que hubiera conocido a cualquier jugador de primera. Con los libros y los deberes no era muy abnegado, pero con los álbumes, las estampas, las alineaciones de fútbol… era todo un portento. Y a primera vista lo identifique antes que nadie; lo supe porque fuí el único que gritó su nombre entre el tumulto; fue algo instintivo, movido por las incontrolables manos de la emotividad, y así lo vociferé: ¡¡NORIEGA!!.. me miró fugaz, ni se inmutó; ni un guiño, ni nada. Continuaba brincando en la entrada del pasadizo. ¡¡Qué concentración!!. Ése equipo tenía mucha hambre, mucha motivación (llevaba 27 años sin ganar la liga) y no se confiaba ni con el equipo más modesto del mundo.

Y comenzó el desfile por el corredizo de salida hacia el césped de Linarejos, ya a ojos de todos. Ni una sola sonrisa, ni un sólo gesto de relajación, en aquellos atletas. Ese fue el instante más emotivo para mí. Allí, agarrado a la valla metálica corrediza, mirando más con el alma que con los ojos. La majestuosidad de aquellos futbolistas era abrumadora. Desfilaban ufanos, conscientes de su superioridad, pero sin bajar la guardia. Once verracos con las patas “llenas de pelos”, los rictus sólidos como el hormigón, la mirada derretía el acero. A casi todos los había visto por televisión y, en los cromos a más no poder, pero ahora, estaban desfilando justo delante de mis narices; sin yo saberlo, estaba contemplando, a menos de un metro de mi, al futuro campeón de liga de esa temporada y también de la siguiente, quién melo iba a decir. Ya no solté ni una sola palabra más, imagino que la emoción me lo impedía. Y así, los fui reconociendo a todos: El capitán “Goicoetxea”, que aún no había lesionado a Maradona (hecho que sucedió a principios de la temporada siguiente y, que le costó dos tornillos al maleolo del tobillo del pelusa) porque tiempo nos hubiera faltado para llamarle al unísono: ¡Asesino!, ¡Asesino!... que es lo que empezaron a gritarle en todos los estadios españoles donde jugaba. Una lesión que se convirtió en la más célebre de la época, y una de las más míticas de la historia, junto con la que le infringió Schumacher el portero alemán a Battistón en la semifinal del reciente Mundial de España ( que casi le revienta la cabeza y que se llegó a temer por su vida), o la del portugués Morais a Pelé, en el Mundial Inglaterra 66, donde no lo lesionó por culpa de una feroz entrada única, sino por el cúmulo de ellas durante todo el encuentro (literalmente, lo cosió a patadas) terminando Pelé el choque, escandalosamente cojeando y, con Brasil eliminada, sin llegar tan siquiera a cuartos.

 Los jugadores del Athletic de Bilbao celebran, en la gabarra, el título de Liga con la afición.
Los jugadores del Athletic de Bilbao celebran, en la gabarra, el título de Liga con la afición.

Tras él, el resto: “Zubizarreta”, un portero de gran estatura (aunque no tan alto como su suplente, Cedrún) que atesoraba un saque muy potente, que llegaba hasta la portería rival; aún no había ido a la selección (Arconada continuaba siendo el portero titular a pesar del pésimo Mundial 82 que realizó, junto con todo el resto del equipo nacional). “De Andrés”, un centrocampista espigado con una melena rubia leonada y con complexión muy atlética, de gran similitud física con la figura icónica de Alejandro Magno; estaba dotado de un tiro lejano fortísimo y un espíritu muy aguerrido. Una gravísima lesión de rodilla (propiciada por el jugador del Real Madrid, Gallego) lo retiró prematuramente del fútbol, habilitándole desde entonces una senda de hospitales y padecimiento, que terminó hace un par de años en una prótesis integral en dicha rodilla. Urtubi, Lizeranzu, Urquiaga, Núñez, Julio Salinas, Sola, Gallego, Sarabia, Argote, Dani, De la Fuente, Meléndez (portero suplente, que exhibía un enorme mostacho); otros como: Patxi Salinas, Endika, Elguezábal… se incorporaron la temporada siguiente.

Y por último, aparecía el morboso Javier Clemente, que parecía generar cierta ojeriza en el respetable. Se mostraba relajado, con cierta sorna, altivo, vistiendo un chándal azul celeste con rayas blancas en los laterales y, un pitillo en la mano. Recuerdo que alguien del público le gritó, con más salero que inquina: ¡Clemente éres un chulo!, a lo que éste, miró fugazmente, guiñó un ojo, con una sonrisa pícara y se introdujo dentro del banquillo, sin ponerse nervioso.

El de Barakaldo había traído a Linares su equipo de gala. Nada de reservas o repescados del filial: el Bilbao Athetic, como en principio pudimos temer. Algo que creo agradecimos todos, aunque con ello se mermaran las opciones de obtener un resultado positivo para el equipo de nuestra ciudad. La indudable atracción de ver a los titulares del primer equipo primaba en cierta medida sobre sobre el resultado de la contienda.

Apenas presté atención a los jugadores del Linares; tan sólo me fije con claridad en Enrique Torres, que era el capitán y en Nando Yosu, el entrenador (que en su época de jugador había ganado junto con el linarense “Ficha” dos copas de la UEFA–Ferias- con el Valencia (que ése año había sustituido en el banquillo a Jose Antonio Naya), en el Linares jugaban por entonces: Guerrero y Nizetic (Porteros), Adriano, Diosdado, Preciado (el fallecido entrenador del Sporting), Pulido, Bautista, Marcelo, Oscar, Milo.. en esa temporada ya no estaban con nosotros ni el gran “Tolo Plaza”, ni “Melchor” (el Betis nos lo quitó a raiz de un partido de copa, donde se quedó maravillado con el habilidoso extremo linarense; sólo jugó un año con el Betis -temp 81-82-, donde llegó a compartir delantera junto con el “lobo Diarte” y “Poli Rincón”; ya en ésta citada temporada 82-83, había sido traspasado al Mallorca).

Una vez ya sobre el terreno de juego, mi atención seguía polarizada en los once jugadores vascos, que continuaban saltando, haciendo sprines cortos… activados a tope. Contemplar a aquellos “fueras de serie” sobre el césped en ésa actitud previa, sencillamente “acojonaba”; siempre con la mirada clavada en la del rival, incluso mientras se movían, al igual que un peso pesado del boxeo, con esa táctica de amilanamiento ya te metían el primer gol. Eran unos maestros en la intimidación, nunca te bajaban la mirada y, en el momento que tú lo hacías, estabas perdido, antes incluso del pitido inicial del partido. El éxito de éste equipo era precisamente que no subestimaban a nadie. De ésa forma es como ganaron la liga; “no perdonando” en los campos modestos y, asegurando en casa todo lo posible y más. De hecho, así es como se ganan las ligas, si quieres destronar al Madrid o al Barcelona, y éso Clemente lo sabía muy bien. Mérito tremendo y, más, cuando dispones de 22 jugadores todos oriundos de la misma tierra.

Comenzó el choque y, ya, desde el inicio se adueñaron del centro del campo sin despeinarse. ¡Qué soberbio toque de balón!, a “ras” de suelo; ni un sólo patadón, ni una sola pedrada, como trazados los pases con tiralíneas. Nunca había visto tocar la pelota de esa manera; había algo de hipnótico en ese peloteo, tan magistral, al primer toque, limpio en su trayectoria, parecía que el balón rebotaba en ellos, sin descomponerse en sus posiciones. Pero lo que más me impactó fue el sonido del balón: “tac-tac-tac”; seco, breve, sin eco, rítmico; un sonido casi armónico, como a tabla maciza, “tac-tac-tac”, las botas parecían percutir el balón, francamente, me quedaba boquiabierto. De repente, ¡golpe franco fuera del área! a favor del Athletic; un libre directo con barrera.

La semi-oscuridad del Linarejos no facilitaba plenamente en la lejanía la visibilidad, pero todo indicaba que la lanzaría el número 10, Urtubi. Visto y no visto, ¿había sido gol?, eso parece, decía la gente… ¡debe haber sido gol!, me di cuenta y, también algunos más, porque los jugadores del Athletic se dirigían todos juntos a trote, dándose cachetadas discretas, hacia el centro del campo. Efectivamente, había sido gol. Un trallazo por toda la escuadra; seco, potente y colocadísimo. Fugaz como un rayo. Visto y no visto, como aquel puñetazo que Alí le propinó a Sonny Liston en el segundo combate por título de los pesados y, que nadie vio. Pues así fue el gol de Urtubi, el 0-1, con el que terminaría el partido.

Al margen del vigor que exhibían, técnica e individualmente no eran un prodigio que digamos. Pero suplían esos carentes aspectos con un poderío intimidatorio basado en una disciplina táctica y rocosa, con una gran dosis de testiculina, además, que hacían naufragar al equipo con más talento que delante de ellos se plantara. Buena prueba de ello es la “incendiaria” final de la copa del rey del 84, con el colofón de la batalla campal que se desencadenó justo después del pitido final del árbitro. Un Barca cargado de internacionales, que con Maradona y Schuster, además, no pudieron zafarse de la “tela de araña” que el equipo vasco diseñó como estrategia ese día. Partido durísimo, con entradas violentas; todo el desenlace muy al límite. Creo que hoy en dia aquel Athletic hubiera terminado con seis o siete jugadores sobre el campo, nada más. Un Barça eficazmente anulado en su virtuoso juego, perdió completamente el sitio y los nervios.

Por cierto, aquel partido fue el definitivo para dos acontecimientos: El último título logrado por el Athletic Club hasta nuestros días y, también la última ocasión en que Maradona jugara con el Barca (aunque no en nuestro fútbol, al que regresaría fichando por el Sevilla en el año 92), el Nápoles se hizo con sus servicios en el inicio de la temporada 84-85.

PD: Es curioso como, casi 35 años después, cuando paso, ya echada la noche, por el Estadio de Linarejos, me viene sin quererlo el recuerdo lejano envuelto en nostalgia, de aquel Athletic de Bilbao.

Juan Antonio Arboledas Rumí

 

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