"Los mineros me enseñaron que debo ser solidario"
"No tengo el corazón grande, soy así y ya está. Ni quiero medallas, ni monumentos, quiero hechos. Que vengan empresas para la juventud. Seguiré con mi lucha hasta que pueda. Cuando no, que me lleven con un carrillo". Con el mismo carrillo con el que sacaba el carbón de la mina, en Andorra, en la provincia de Teruel. Una tierra vinculada desde los años 40 a la minería del carbón, base principal de su economía y desarrollo. No olvida el día en que se quedó enterrado. Su enfermedad le recuerda su pasado de forma constante, pero con orgullo. Grabado a fuego tiene lo que le enseñaron sus compañeros: "Debes ser solidario con la gente pobre, con la gente humilde". Se ha convertido en su razón de vida.
Miguel Salas Cortijo (Andújar, 1950) ha sido minero durante más de 20 años. Ha estado frente a frente con la muerte y con la soledad. Su piel está curtida y tostada. Es callosa, como la del marinero que cada día desafía al oleaje para llevar el pan a su casa. Un comunista que se encomienda a Santa Bárbara y a la Virgen de la Cabeza con un objetivo que deviene su única meta de vida: Conseguir que Andújar tenga industrias. Hará lo que haga falta, como aquel 11 de julio de 2012 cuando después de 1.200 kilómetros a pie entró en Madrid con sus compañeros. Él estuvo en la "Marcha Negra"; a él le pegaron en la "Marcha Negra".
— ¿Por qué está aquí, en la recta de Llanos del Sotillo, manifestándose desde hace días?
—Por el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos, porque estoy viendo que no van a tener. Estoy luchando por ellos. De Aragón me traje una solidaridad muy grande cuando fui minero. Lo único que me dijeron los compañeros es que fuese solidario con la gente pobre, con la gente humilde. Así que estoy y estaré siempre en la lucha obrera, en la que llevo mucho años, y voy a cumplir ya 58.
—¿Hasta cuando la protesta?
—No voy a parar. Cuando salga de aquí vamos a recoger firmas. Voy a hacer una marcha a Sevilla, porque lo prometí. Lo prometí cuando fuimos a Jaén. Prometí que haría esto y lo he hecho. He prometido ir a Madrid y si hace falta voy a Bruselas andando, que son dos meses y pico. Voy a por todas.
—¿Qué pide para Andújar?
—Industrialización. No para mí, sino para el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos.
—¿Echa en falta que le apoye la gente, porque está aquí, en lo que se supone que iba a ser el Polígono Innovandújar, solo?
—No. Le puedo mostrar la libreta que tengo ahí. Han venido ya 320 personas a verme, las tengo todas apuntadas. Ha venido el alcalde, Paco Huertas. La asociación de parados Fénix, donde mi hija es la secretaria, me ha apoyado, igual que la gente de la CNT. También IU. Y la Guardia Civil se ha portado muy bien conmigo estos días y le doy las gracias a los agentes de aquí, de Andújar, y de Marmolejo. Ayer -por el miércoles- lo hicieron 37 jóvenes.Cogieron sus mantas, se sentaron en el suelo y estuvimos charlando un rato.
—¿De qué hablan?
—Me dan ánimos y me apoyan. Me dicen que soy un luchador de los pobres, de la gente humilde. Muchas veces se me saltan las lagrimas...
En este momento debemos parar la entrevista porque Miguel Salas no puede continuar. Un nudo en la garganta le impide hablar.
—¿Usted tiene hijos?
—Sí. Tengo un hijo que lo van a dejar parado. Eso duele mucho. Pero yo no miro por mis hijos, miro por todos, en global.
LA VIDA DE UN MINERO
—¿Y usted está jubilado?
—Sí, por enfermedad profesional. Tengo silicosis, de la mina.
—¿Por qué decidió irse a Aragón a trabajar en la mina?
—Éramos doce hermanos y la necesidad nos obligaba, porque nos faltaba para comer. Mi padre trabajaba, por aquel entonces, en los pantanos de Córdoba. Con tanto hermano no podíamos tirar hacia delante y con 18 años me fui a trabajar a la mina. Conmigo me llevé a uno de mis hermanos. Allí me he tirado 24 años. Bueno, en realidad 26, pero dos estuve de baja por un accidente que tuve.
—¿Cómo es trabajar en la mina?
—Durísimo. Cuando llegué el pueblo tenía unos 12.000 habitantes, todos vinculados a la mina, con su economato, su campo de fútbol... Ya no. Ya tendrá unos 8.000. La mina es muy mala, muy penosa. La soledad es grandísima. No ves al compañero que tienes al lado tuyo trabajando. Le ves solo con la lámpara. Si hay peligro, te haces una señal con la lámpara y sales corriendo. Eso es para contarlo... Éramos 3.700 compañeros en las dos minas, la Fortuna y la Iluminada.
—¿Cómo lo lleva la familia de un minero?
—Se acostumbran. Mi mujer me daba siempre un abrazo y me esperaba asomada a la ventana. Cuando se escuchaba la ambulancia se sobresaltaba, sabían que era un herido o algo peor. Sufría mucho, pero se acostumbraba. Cada día esperaba pensando: ¿vendrá hoy mi marido, mi cuñado y los compañeros?
—¿Un accidente le obligó a estar dos años de baja?
—Me quedé enterrado en la mina. Uno se mató y el otro perdió la pierna. Fue en Andorra, en la provincia de Teruel, en el bajo Aragón. Se produjo una explosión y se vino todo el carbón abajo. La mina es así... Ya después me dieron la enfermedad profesional. Pero eso no importa, lo importante es que de allí me traje una solidaridad muy grande. Me lo dijeron los mineros: sé solidario con la gente pobre. Y eso lo tengo metido aquí (se señala la cabeza y el corazón) y no se me quita.
—¿Vio Andújar muy cambiada cuando volvió de la mina?
—Sí. Volví en el 96. Aquí había trabajo, pero es que ahora... A veces pienso que mejor me hubiera quedado allí, pero la mina también la han cerrado. Los chavales (en referencia a sus hijos) tienen trabajo allí, porque Andorra, Teruel, está cerca de Zaragoza, y se van allí. Pero aquí es una pena. Y ahora cuando termine la aceituna, es peor todavía, habrá más paro.
—¿Qué le dicen sus antiguos compañeros mineros de su protesta de ahora?
—Me mandan mensajes de ánimo por el Facebook. Me han dicho que van a hacer un escrito para apoyarme, igual que yo los apoyé a ellos. No puedo olvidarme de ellos. Algunos ya están con los aparatos de goma para respirar... Muchos han muerto. Si es que no puedo hablar porque lo paso muy mal. La verdad es que yo tengo que reconocer que tengo un sueldo digno y que puedo comer. Pero tengo a mis hijos y muchos parados alrededor y es una pena. Lo que hace falta son empresas y que no falte el trabajo.
—Precisamente estamos en los terrenos que se supone que iban a ser un polígono industrial.
—Sí, efectivamente. Desde aquella punta...(señala al horizonte).
UN COMUNISTA HECHO EN LA MINA
—Miguel Salas ha sido un hombre vinculado a la política siempre.
—Soy del Partido Comunista de toda la vida, desde los 18 años. Por aquel entonces no sabía ni lo que era ser comunista. Me acuerdo que fueron tres hombres valientes de la CNT a la mina. Nos estábamos lavando para coger los autobuses que ponía Endesa para desplazarnos. Se pusieron delante de nosotros y dijeron: Abajo Franco, abajo el sindicato vertical, abajo el capitalismo. Los detuvieron y a mí con ellos. En ese momento yo ni siquiera había entrado en la política. Estuve 72 horas en el calabozo pero me soltaron porque estos tres muchachos explicaron que yo no tenía culpa.
—Su vida está llena de historias y de protestas, entre ellas la famosa Marcha Negra de la minería de 2012.
—Lo puede decir este hombre (señala al historiador Juan Vicente Córcoles). Yo he estado en muchas marchas. Además, escribo poesías y soy escritor. Tengo tres libros y para mayo voy a presentar otro. Pero todo relacionado con la mina, con sus accidentes, con las tarantas... En 2012 estuve en la Marcha Negra. Hice 1.200 kilómetros. Cogí el AVE y me fui a Zaragoza a acompañarlos. Me decían el abuelo, porque era el más viejo.
—¿Qué sintió cuando llegó a Madrid, ese 11 de julio de 2012, arropado por miles de madrileños?
—Uf. Cuando nosotros entramos por Madrid no creíamos que habrían tantas personas apoyándonos. Todos lloramos. Eso no se puede contar, eso se tiene que vivir. Yo iba en la primera fila. Me dieron un chaleco de Comisiones Obreras y llorábamos. Llorábamos de emoción por la gente. Me pegaron, pero culpa de la extrema derecha y de la extrema izquierda, lo digo bien claro. Los policías nos pegaron por culpa de ellos.
—¿A quién se encomienda un comunista?
—(Ríe). A Santa Bárbara; es mi patrona. Y, por supuesto, a mi Virgen de la Cabeza.
—¿Cómo le hace sentir ver por televisión tanto caso de corrupción?
—Lloro, me pongo malo. Cuando la quitan a la gente las casas he llorado. En la marcha que fueron a Bruselas los acompañé un tramo. Mi hija me llevó a las cinco de la mañana a Villafranca de Córdoba y anduve hasta La Carolina.
Miguel Salas hace referencia a los 87 días de marcha que en 2013 anduvo la plataforma Stop Desahucios desde Córdoba hasta Bruselas, en el llamado Viaje por la dignidad y la recuperación de nuestros derechos.
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