Luces
Cada año, la Navidad hace acto de presencia a la par que lo hace el frío. Este continuo ocurre una y otra vez, como si nos encontráramos dentro de un bucle temporal del que es imposible escapar. De esta forma, vuelven las comidas familiares, los villancicos y las colas en las administraciones de lotería o, cómo no, en las tiendas de grandes superficies repartidas por las distintas ciudades del mundo occidentalizado.
Si por algo se caracteriza este tiempo festivo es por su magia, que hace que la Navidad sea apreciada como un valle en el ritmo de vida de la sociedad actual y cumpla el papel de nexo entre años, relacionándolos como el interludio de una obra musical. Aun así, destaca un elemento que toma cada vez más relevancia en este periodo, pues, aunque parezca increíble, el consumismo es cada vez más protagonista, llegando a robar la atención de lo verdaderamente importante. El ejemplo más claro puede ser el alumbrado de las fiestas, en el que existe una carrera de fondo entre administraciones por determinar qué ciudad tiene la mejor iluminación, con Málaga y Vigo como máximos exponentes de la que podría ser nuestra versión navideña del clásico de Stanley Kubrick ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.
El paulatino cambio de roles hace que muchas personas afronten la Navidad con más miedo que ilusión. Esta coyuntura es especialmente crítica en este 2021, año en el que al presumiblemente perenne COVID-19 se le suma la inflación y una mayor dificultad para mantener el ritmo económico que la sociedad, la globalización y los gobiernos marcan. Ni que decir tiene el inmenso pavor que algunos padres sufren al recorrer los pasillos de juguetes con precios astronómicos, algo que se suma a la subida exponencial del coste de la energía y al algo más comedido, pero también presente, aumento en el del resto de productos y servicios. Esta realidad no hace más que aumentar la tremenda brecha existente entre los precios de compra y la salud económica de las familias, diferencia preocupantemente alta en nuestra provincia.
Todo este escenario hace del final del 2021 el mejor momento para pensar en cómo se ha llegado hasta aquí. La deriva en la que nos encontramos, provocada por un sistema basado en un capitalismo exacerbado, nos ha hecho olvidar la esencia de esa magia navideña, condensada en las reuniones familiares y en actos como la recogida de alimentos que tuvo lugar en la Universidad de Jaén.
Que los árboles no nos impidan ver el bosque, pues esa magia, casi ritual, sigue ahí. Independientemente de las creencias religiosas, la Navidad es un tiempo de cariño, amistad y empatía, algo que debemos ser capaces de recordar cuando las grandes corporaciones nos bombardeen con publicidad en la que, de forma indirecta, se nos remarque la necesidad de demostrar materialmente nuestros sentimientos hacia otros.
Por ello, de acuerdo con este ambiente que roza el realismo mágico, me gustaría desear a todos los lectores y lectoras unas felices fiestas y mucha fuerza para el nuevo año, el cual espero que esté protagonizado por el amor, pues no existe mejor regalo ni camino más corto hacia la felicidad.
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