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La memoria de Espeluy a través de los ojos de su entrañable tabernera

Por Javier Cano - Noviembre 26, 2023
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La memoria de Espeluy a través de los ojos de su entrañable tabernera
María Antonia, con sus sobrinas Rosa (izquierda) y Dori, en una imagen reciente. Foto cedida por Dori Serrrano.

Noventa y tres otoños contemplan a María Antonia Anguita, que al frente de Casa Adoración se ha ganado el aprecio de varias generaciones 

Además del oficio, lo que diferencia a María Antonia Anguita González (Espeluy, 1930) de celebridades como el astronauta Neil Amstrong, el escritor Antonio Gala o la actriz Silvana Mangano es que, noventa y tres años después de ver la luz primera, todavía sigue aquí, como Vicente Aleixandre frente a su Mar del Paraíso:

"Estoy regular nada más, tengo ya muchos años, estoy muy mal de la vista", se queja para, en un pispás, en cuanto entra en la conversación, demostrar que ni mucho menos, que da gusto verla, tan lúcida y ágil de memoria como fluida en su expresión: "Estoy bien, lo que pasa es que los años ya pesan".

¡Como que nació el año de la Dictablanda y se descubrió el planeta Plutón! Habla del ayer como si lo estuviera viendo pasar delante de sus ojos, y contagia ese gusto suyo por la vida en cada una de sus palabras y hasta en sus silencios, que constela de sonrisas constantes, como solo saben hacer las buenas conversadoras.

Con estos mimbres, hablar con esta entrañable tabernera espeluseña se convierte en una gozada, mucho más si se atiende a que, desde principios de los años 60, cuando abrió su conocido y entrañable negocio hostelero, nada de lo que haya pasado en su pueblo (bueno o malo) le ha sido ajeno. 

Sí: tras la barra de Casa Adoración desde entonces, se ha pasado la vida trabajando y, ahora, disfruta del descanso merecido con los suyos siempre cerca. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

 María Antonia, a la izquierda, junto a Adoración, su madre, y un representante, tras la barra del bar espeluseño. Foto cedida por Dori Serrano.
María Antonia, a la izquierda, junto a Adoración, su madre, y un representante, tras la barra del bar espeluseño. Foto cedida por Dori Serrano.

AMBIENTE FERROVIARIO

Como Neruda, el universo natal de María Antonia Anguita está poblado de trenes, vías, balastos... "Mi padre era ferroviario y, cuando nacimos, como no había sitio en los pabellones, nos fuimos a Cuatro Vientos; allí nacimos mi hermana mayor y yo, y la otra, la mayor, nació en Cazalilla, donde tenían mis abuelos una panadería", recuerda. 

Un mundo de máquinas y vagones con el que cualquier friki de los caminos de hierro soñaría, pero que al padre de la protagonista de este reportaje lo traía por la calle de la amargura, en aquellos años de guerra civil: "Estaba asustaico, las vías estaban pegando a mi casa y él temía que nos pasara algo, porque los aviones tiraban mucho a los trenes".

Superado el trance, en cuanto hubo hueco para ellos en las viviendas de Renfe se instalaron en una, pero no todo iba a ser alegría y su padre, enfermo de una pulmonía súbita, cerró sus ojos para siempre. A partir de entonces, la existencia de María Antonia transcurriría en el colegio (donde aguantó hasta sus catorce años) y, andando el tiempo, tras esa barra donde consiguió convertirse en una de las mujeres más queridas de su patria chica: 

"Me da mucha alegría verla con la de chatos de vino que nos tomamos en su casa y botellines del Alcázar", es solo uno de los numerosos comentarios generados a partir de la publicación de una foto suya en las redes sociales. 
 
Ese establecimiento al que llegaron tras la muerte de su padre, lo que en aquellos tiempos suponía irse directamente a la calle. Pero tanto su madre, Adoración (que dio nombre al negocio) como ella misma eran mujeres echadas para adelante y no se arredraron. Ni mucho menos: 

"A mi madre no le quedó pensión, porque a mi padre le faltaba muy poco para tener el tiempo que hacía falta para que nos la dieran, y compró un solar enfrente: hicimos una vivienda y puse yo el bar. Y así hasta que me jubilé".

Se dice pronto, treinta años largos y siempre con el local a rebosar, que nos le faltó inteligencia a la hora de montarlo: "Frente de nosotros había un local muy grande, que era donde paraban los ferroviarios de Córdoba, de Puente Genil, personal de trenes, mozos, jefes de tren".

Una estupenda parroquia que hizo que aquella taberna (no servían platos calientes) medrase y se conviertiera en toda una institución local: "Ha sido un trabajo duro el bar, atendiendo a proveedores, comprar, servir, almacenar... También vendía vino, y una temporada hasta bombonas de gas", evoca Anguita. 

Tanto se entregó a su oficio (y a la atención de su madre), que no tuvo tiempo ni de formar su propia familia: "Tengo una foto grande, con dieciocho años, y hay quien me dice que era guapísima, pero aunque alguno me pretendió y me dijo piropos, no llegué a casarme".

Y ya se sabe, a quien Dios no le da hijos... Así está como está, siempre rodeada de sobrinas y sobrinos, que acuden a esa casa que un día fue bar y hoy es un tranquilo hogar y, allí, le hacen compaña: "Tengo dos sobrinos de la más pequeña, en Mengíbar, y no me dejan, vienen por la noche, por la tarde aquí conmigo. Y me han buscado una mujer para que duerma conmigo". De todo, menos sola. 

"Y otra mujer viene por la mañana, me arregla muy bien, me pinta (es peluquera), me arregla la cabeza y me dice '¡Por Dios, cómo está, qué bien!'; y yo digo '¡aquí estoy!" mientras ríe, una actitud que forma parte de su idioma tanto como su acento cien por cien Espeluy. 

 Con sus sobrinos Ángel, Inés, Rosa y Dori y su madre, Adoración, en una instantánea de 1990. Foto cedida por Dori Serrano.
Con sus sobrinos Ángel, Inés, Rosa y Dori y su madre, Adoración, en una instantánea de 1990. Foto cedida por Dori Serrano.

EL SECRETO DE LA LONGEVIDAD

Pero, ¿cómo se lo ha cuajado esta mujer sencilla y simpática a rabiar para alcanzar las nueve décadas largas de aventura vital? ¿Será la alimentación? "Nunca me he cuidado de una forma especial, lo único que he hecho ha sido trabajar; lo que sí digo es que yo nunca había pensado llegar a esta edad", comenta. 

Pues ha llegado, vaya que sí, y tiene toda la pinta de que va a dejarla atrás pero bien, entre otras cosas porque goza del bienestar de espíritu que condede una conciencia tranquila, esa almohada insuperable (en palabras de Voltaire):

"Si he podido ayudar a alguien, le he ayudado. Muchas veces han venido y me han dicho 'María Antonia, que todavía no hemos cobrado', y yo le he dicho 'toma'; he hecho favores de esos todos los que he podido", relata sin el más mínimo asomo de presunción. 

No a todo el mundo le saldría positivo ese balance, pero ella no ha aspirado nunca nada más que a ganarse el pan con el sudor de su frente y a procurar el mejor de los ambientes a quienes prefieren estar a su vera. 

"Estoy contenta con mi vida, porque me ha quedado mi sueldecico; compré un piso en Jaén, pequeño, y lo tengo alquilado, y con eso y la poquilla paga tiro bien. Así que si volviera a nacer, volvería a hacer las mismas cosas".

¿Será por eso, por su forma de pasar por el mundo, por lo que se la aprecia tanto? "Todo el mundo me llama mucho, me pusieron sangre hace poco, porque tenía una anemia, y cuando se enteraron, todo el día llamando a María Antonia...". ¿Y quien la llamaría para preguntar por ella si no fuese por afecto, por gratitud, por sincero interés? 

Tantos años pendiente de quien andaba tras la barra y ahora es ella la atendida, nunca le falta compañía. Eso solo le pasa a quien lo merece. Se lo ha ganado a pulso.  

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