"Llevo 70 años fuera, pero todos los días me acuerdo de mi tierra"
La cambileña María Jesús García García recaló en la provincia de Lérida en 1952 y hoy, a sus 97 años recién cumplidos, mantiene vivísimas sus raíces
Nació en 1925, el mismo año que Paul Newman abrió sus luminosos ojos azules por vez primera o en plena guerra del Rif el Ejército español desembarcó en Alhucemas.
Se llama María Jesús García García, y si no fuera porque es así nadie se creería los noventa y siete otoños que tiene, de tan clara como es su voz y tan tersa y limpia la piel, que recuerda a las condesas de Goya. Una cambileña que a pesar de contar por décadas el tiempo que lleva fuera de su patria chica, no ha perdido el acento de aquí ni la querencia hacia su pueblo y su provincia:
"Todos los días me acuerdo de mi tierra. Hablo con mi sobrina por teléfono (una hija de mi hermana ) y le digo siempre lo que me acuerdo de Jaén. Y cuando veo el tiempo en la tele, busco Jaén también".
Hija de Zacarías y Feliciana, es la mayor de cuatro hermanas y la única superviviente de aquel sencillo hogar: "Nunca me pensé que se irían mis hermanas antes que yo, y dos de ellas con cincuenta y tantos años"", lamenta mientras se acuerda de las fatigas que pasó en su infancia y adolescencia hasta la primera vez que dejó Cambil, cuando tenía diecisiete años, para "servir" en Jaén:
"En la primera casa en la que estuve eran nueve, mi madre no quería que me quedase allí porque era muy joven y a lo mejor no iba a poder con tanto, pero me quedé y estuve tres años", recuerda María Jesús.
De ahí a otras casas, entre ellas "la de don Juan Cubero", el creador de la famosa y ya desaparecida guarnicionería de la Puerta Barrera, con sus dos legendarias cabezas de caballo colgadas en la puerta del establecimiento: "Estando trabajando en esa casa, me casé". Andrés, cambileño como ella y desaparecido hace ahora once años, fue el amor de su vida y el padre de sus seis hijos (Tere, Pilar, Andrés, Rosi, Juan y Josep).
Hombre echado para adelante, vio una oportunidad de ganarse la vida dignamente a muchos kilómetros de aquí, tiró primero de sus padres y hermanos y luego de su esposa, camino del municipio leridano de Borjas Blancas, donde se ganó el pan, honradamente, los treinta y seis años que trabajó en una fábrica de harina.
Borjas Blancas, un pueblo con nombre de título nobiliario (aunque no haya condado, ducado ni marquesado que lo ostente) y un paisaje familiar a los ojos de estos jiennenses, lleno de olivos, con un aceite que dio que hablar a mediados del XX y un museo oleícola que visitan muchas pero que muchas personas cada año.
¡Hasta de un palacio del marqués de Olivar presume la capital de la comarca de Las Garrigas! Vamos, que huele a Jaén por los cuatro costados.
En esos campos de Dios trabajó alguna vez María Jesús recogiendo alfalfa, arrimando el hombro a la economía familiar, "pero poco": "Yo he sido una mujer de mi casa", sentencia.
Abuela de siete nietos y bisabuela de dos (y lo que viene de camino), dice que desde que se declaró el confinamiento no ha vuelto a salir a la calle y que son sus descendientes (todos vecinos de su tierra adoptiva) quienes le dan compaña y la atienden cada día, que algunos achaques tiene pese al espléndido aspecto que mantiene a nada y menos de cumplir el siglo:
"La voz la tengo bien, pero de ahí para abajo estoy fatal. No veo con un ojo..., ¡son noventa y siete años! De cabeza también estoy bien, por lo menos veo a gente más joven que está peor que yo", comenta.
A ver quién no firmaba pasar de los setenta con la lucidez y el desparpajo de una mujer en cuya memoria conviven la Guerra Civil, la posguerra, las históricas riadas leridanas del 82 y un montón de buenos ratos, faltaría más.
Entre esos buenos momentos, los que pasa mirando instantáneas de su Cambil de su alma, que Josep (el más joven de los García García) le hace más grandes para que pueda verlas con detalle:
"Estoy en un grupo de fotografías de cambileños, le enseño fotos de los nacimientos de agua, que le gustan, y del pueblo; cuando colgué la de su cumpleaños, un montón de gente la comentó y preguntaba por ella", indica (con acento catalán catalán, pero catalán) el benjamín de la casa.
Él y el resto de sus hermanos e hijos, conocen el pueblo donde nacieron sus padres, Cambil es para ellos algo así como una segunda patria gracias al amor que sus padres les han inoculado a lo largo de sus vidas: "Hemos ido varias veces y lo tenemos dentro, tenemos muchos recuerdos, nos gusta mucho. Es nuestra segunda tierra".
Amor, sí, a boca llena, a palabra constante, a recuerdo indeleble: el que hace más llevadero los casi seiscientos kilómetros de distancia que separan el mar de olivos del canal del Segre, desde donde María Jesús, segura de que jamás volverá a pisar el noble suelo de su pueblo natal, envía el más emocionante y sencillo de los mensajes:
"Que me acuerdo mucho de ellos, de todo el pueblo". Si las piedras hablasen, seguro que los farallones cambileños dirían lo mismo de ella.
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