Memoria
Cualquier palabra, olor, imagen pueden desatar un recuerdo. Hoy estaba conduciendo y he visto de pasada un coche con la ventanilla trasera protegida del sol por una tela marrón, encajada con el cristal por la parte superior. Cortina improvisada que me empujó sin mucha delicadeza hasta 25, 30 años atrás, cuando era niño y veraneaba siempre, de manera inconmovible, en Almuñécar, como media población jaenera en la época. Ese viaje anual, el trayecto Jaén-Almuñécar, se preparaba con cuidado extremo, cual Paris-Dakar. Es cierto que, por aquel entonces, las carreteras eran malas (las de la costa; la autovía a Granada no ha cambiado), y se tardaba mucho más, aunque creo que mi mente infantil y la lejanía del recuerdo desvirtuan la realidad.
La tela marrón que vislumbré hoy me llevó sin preaviso a las sábanas que colocaban mi madre y mi tío en las ventanillas traseras de nuestros coches para acometer ese viaje, ese peregrinaje veraniego. Había que proteger a los niños —y yo era uno de ellos—del sol. Por ese motivo también, se partía muy temprano, noche aún, a las 6, 5 de la mañana, evitando el tráfico y al astro rey. La nocturnidad añadía magia al rito.
El pedazo textil de color marrón desvaído me recordó esos trayectos con mi hermana, mi madre, mis abuelos, mis tíos. La última parte del viaje transcurría por una carretera comarcal que hacía eses pronunciadas desde lo alto de una montaña. A un lado la roca, al otro el mar, muy abajo, después del vacío. A mis ojos de niño miedica, esas curvas resultaban tan peligrosas y mortíferas como si sortearan volcanes en erupción. Pero ese temor también era excitación, sensación de aventura.
De este recuerdo lejano pasé a mis abuelos, a los que ya no están, y traté de concretar qué objeto, sabor o canción me lanzaba hacia la memoria que de ellos guardo. El dominó y las noches de verano durmiendo al raso, sacando un colchón al porche, son de mi abuelo Antonio. La fragancia intensa de un puro habano y los programas de radio dominicales, narrando en bucle partidos de fútbol, son patrimonio de mi abuelo Fernando. Algunas comidas caseras, la costura y la tragicomedia pertenecen a mi abuela Pepa. El jazmín me lleva a mi antiguo piso del final del Gran Eje, cuando la Avenida de Andalucía era el Gran Eje y yo aún no tenía muy claro cómo iba a desperdiciar mi juventud. Seguía conduciendo y solo habían pasado 3, 4 minutos desde que viera la tela marrón colocada en esa ventanilla trasera fugaz. Saltaba de un recuerdo a otro reviviendo a personas, lugares, episodios de mi fotonovela particular.
Me pregunto qué pasará cuando yo muera. Si alguien pensará en mí, años después, y qué será lo que desate en esa persona mi recuerdo.
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