Pepe Polluelas a treinta años de su muerte y 96 de su nacimiento
La Peña de Jaén evoca al mítico cantaor jiennense a través de sus redes con un artículo firmado por el desaparecido flamencólogo Rafael Valera
El pasado 26 de abril, Pepe Polluelas hubiera cumplido noventa y seis años, casi un siglo de vida de un mítico cantaor jiennense de cuyo fallecimiento se cumplen tres décadas precisamente este año del coronavirus. La efeméride no ha pasado de largo para la Peña Flamenca de Jaén, que ha colgado en sus redes sociales un artículo de su revista Candil, firmado por el desaparecido flamencólogo Rafael Valera, en honor de Polluelas.
"Era un cantaor ciertamente largo y conocedor de bastantes personalismos cantaores. Le gustaba iniciar sus fandangos recordando la creatividad de José Cepero con su granaína-malagueña, para seguidamente evocar a Palanca, Marchena, Antonio el de la Calzá, El Sevillano y a Pepe Pinto. Era, por otro lado, buen conocedor de los cantes mineros con matices marcheneros y singularidad propia, evocando muy asiduamente a Joaquín Vargas 'El Cojo de Málaga”, escribe Valera.
El recordado estudioso asegura: "Polluelas se encontraba consigo mismo cuando cantaba por soleá, estilo este siempre amado por el artista, ya que conocía bastantes personalismos y localismos, mas siempre imperaba su matiz personal en la ejecución. Y aquí hay que resaltar su fino rebuscamiento de las letras y su pasión por el contenido filosófico". Excelente retrato de Rafael Valera en torno a una figura que forma parte ya de la memoria flamenca y sentimental de Jaén, un artista singularísimo, como recuerdan estas palabras del crítico Manuel Martín:
"Mis recuerdos, que fueron muchos, no se escapan por el humo de aquel sempiterno cigarro sujeto entre los dedos de la mano izquierda. Antes bien, quedan prendidos en su mirada de aficionado exigente, en sus palabras de celoso vigilante de la autenticidad flamenca, en sus modos agresivos ante cualquier discrepancia, en su bohemia, en su modo de coger la copa de vino, en las ideas que escondía debajo de la gorra. Para el flamencólogo ecijano, "su personalidad en el cante era incontestable. Le ponía su sello a todo lo que tocaba, porque no le gustaba la copia por la copia. Buscaba, además, las letras que se asociaban a sus experiencias vividas y administraba sus facultades, cortitas, pero buscando el sabor, el gustito. A él le gustaba el cante corto, el pellizco, y la profundidad. Cantaba por necesidad vital, y en las distancias cortas no lanzaba un grito, sino un puñado de alfileres sonoros".
Bohemio, discreto, jaenero hasta la médula (ahí está su memoria en los cantones de Jesús, donde no faltaba cada Viernes Santo), la huella de Polluelas sigue vivísima en su ciudad, en la mente y el corazón de un montón de jiennenses que lo conocieron y admiraron: "De lo que me han transmitido mis maestros del flamenco, y también habiéndolo conocido en su ámbito tabernario, lo recuerdo como un hombre tímido, guardián sigiloso de sus conocimientos flamencos, que eran muchos", evoca Alfonso Ibáñez, presidente de la Peña Flamenca y autor del retrato que figura al pie de este texto. "Sin duda, un referente propio del flamenco de Jaén. A través del Festival Pepe Polluelas, que este año, si se celebra, alcanzará su cuadragésimo octava edición, tratamos de potenciar nuevas figuras del flamenco", apostilla Ibáñez.
Sí, una ensolerada cita jonda anual lleva su nombre, y en el Pilar del Arrabalejo (al amparo de las tabernas que frecuentaba) lo recuerda a diario. Alguien pidió para él, en las páginas de la prensa, una estatua en los cantones, frente al Camarín: nanay, que diría un castizo. Eso sí, su nombre campea en el título de más de un poema escrito por algunos de los bardos de la ciudad: "Viernes Santo. El cantaor Pepe Polluelas / afina su garganta de oficiante / en liturgias de amor por El Abuelo...", poetizó Miguel Calvo Morillo, ya tan recordado como él, y eso sí que no hay calle que lo garantice.
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