MOLINA VERDEJO: RETRATO ENTRAÑABLE DEL POETA DE JAÉN
Se cumplen en 2022 veinticinco años de la desaparición del considerado el lírico más representativo de la segunda mitad del siglo XX en la provincia. Un prolífico escritor y un enamorado de su patria chica de cuya obra y figura pública se había dicho casi todo hasta ahora y de quien, hoy, Lacontradejaén acerca a los lectores un perfil aún inédito: el más cercano y familiar.
De Felipe Molina Verdejo (Madrid, 1924-Jaén, 1997) se ha escrito y se ha dicho prácticamente todo. Sus biografías (blanco sobre negro u 'on-line') trazan un perfil humano y artístico más o menos detallado de quien, durante décadas, fue considerado en la capital del Santo Reino el poeta por antonomasia.
Un auténtico maestro de inolvidable fisonomía (réplica exacta de su carácter, como el capitán MacWhirr de Conrad), cuya memoria continúa intacta en este 2022 del vigesimoquinto aniversario de su muerte y del que, en sus páginas digitales, Lacontradejaén dibuja su retrato más personal y entrañable de la mano de su familia.
Datos, anécdotas, vivencias e imágenes inéditas que refuerzan el recuerdo de todo un clásico de la poesía de aquí que jamás se cansó de escribirle a su tierra. Un lujo lírico que gozó del respeto de sus paisanos, protagonizó un apasionante periodo de la vida cultural jiennense y a quien, desde 1998, una calle con su nombre le rinde tributo cotidiano.
MAESTRO INDISCUTIBLE
"Acaso sea Felipe Molina Verdejo el poeta más representativo de la literatura giennense de la segunda mitad del siglo XX", escribió de él el crítico y profesor Juan Manuel Molina Damiani.
El escritor y docente Manuel Morales Borrero afirmó: "Salvados del olvido estarán para siempre los poemas de Felipe Molina, estos y aquellos que su pluma y su voz fueron dejando hechos letra y palabra y armonía en su larga andadura por la tierra", y para el desaparecido cronista Vicente Oya fue "uno de los poetas más representativos del Jaén de su tiempo": "Han influido en él tanto los clásicos, que ha llegado a serlo él mismo entre nosotros", afirmó.
Su colega carolinense Guillermo Sena lo definió con estos versos: "Felipe amigo, poeta compañero, / fecundo manantial de hermosas rimas, / cantor apasionado de Jaén, / cincelador exacto del soneto..." y Diego Sánchez del Real, el histórico 'olivista', reivindicó para él: "Es el momento de que despierten las conciencias y las responsabilidades para elevarte a la justa medida de tus merecimientos, porque ya eres página importante en la historia".
Son solo algunos de los juicios que un buen puñado de nombres propios dedicó a este jiennense nacido en Madrid "por casualidad", como él mismo manifestó en más de una ocasión, más de aquí que la cuesta de la Ropa Vieja o el tintineo de las tulipas (¡aquellas tulipas!) del trono de El Abuelo.
Pero, ¿qué circunstancias lo llevaron a ver la luz primera en la patria chica de su admirado Quevedo? Esta y otras cuestiones en las que, normalmente, no ahondan sus semblanzas protagonizan hoy el amplio reportaje sabatino de este periódico.
DE JAÉN, JAÉN
"Sus padres eran de Jaén, pero antes de que él naciera, mi abuelo me imagino que se fue a trabajar allí. Se dedicaba a los seguros, igual que hizo mi padre luego. Desde que yo tengo conciencia y memoria, mi abuelo tenía la compañía Bilbao, que ya no existe; estaba en el número 1 del Paseo de la Estación. Antes de ir a Madrid estuvo en Sevilla, y mi padre decía más de una vez: 'Yo estuve a punto de ser sevillano'. Pero en cuanto pudieron venirse a Jaén lo hicieron y ya se quedaron aquí para siempre".
Son palabras de Felipe Molina Molina, el hijo mayor del poeta, que ponen luz sobre uno de los episodios más repetidos en torno al autor de Del ser y el sentir (poemas de la vida doliente), su primer libro, de 1954.
Diez años de edad tenía el literato cuando se reencontró con el mar de olivos, un par de años antes de que estallara una Guerra Civil de la que le quedó un recuerdo de lo más paradójico:
"Nos contaba que, una vez, su padre lo envió a Correos a enviar unas cartas de la compañía y que, cuando entró en la oficina, el funcionario, al verlo, le dijo que saliera y entrara de nuevo 'saludando correctamente'; él se quedó asustado, dudó y el funcionario, republicano, le repitió que saliera y volviera a entrar saludando como Dios manda. Para explicárselo, levantó el puño izquierdo y le dijo: 'Así, como Dios manda'. A mi padre le llamó la atención esa contradicción y la recordaba mucho".
Anécdotas al margen, cabe recordar que la ascendencia y la descendencia del protagonista de este reportaje no dejan lugar a dudas en cuanto a su jaenerismo. Hijo de jiennenses (Felipe Molina Muñoz y Josefa Verdejo Jiménez), fue el mayor de cuatro hermanos (Manuel, ya fallecido; Adela, religiosa y afincada actualmente en Francia; Mercedes, también finada, y Josefina, residente en Ávila a día de hoy).
Una genealogía de la que formaba parte, como principal ancestro artístico, la escritora y periodista Matilde Muñoz (Madrid, 1895-La Habana, 1945) y que, unida a su producción literaria, capitalizada temáticamente por el Santo Reino, dejan clara la querencia del delicado vate hacia los primeros paisajes de su mirada, donde encontró el amor y fundó su hogar definitivo.
DEL SEMINARIO AL ALTAR
Que Jaén fue el motivo principal de su escritura lo confirma el sinnúmero de poemas inspirados en gentes, rincones o cualquier cosa que exhalara perfume a paraíso interior. Ahí están sus libros, algunos de ellos con títulos tan reveladores como Épico Jaén, lírico Jaén (rapsodia en morado), de 1995, su última obra édita.
Pero que otros temas tampoco le fueron ajenos a la hora de invocar a las musas no es menos cierto, y entre ellos el asunto de la fe brilla con luz propia. Hombre de profunda devoción, gran parte de su poesía gira sobre el eje de unas creencias que supo recrear magistralmente en composiciones de inimitable aroma pasionista.
No en vano, la inclinación religiosa del poeta no es, precisamente, un secreto: "Ingresó en el Seminario de Jaén, un tanto porque él querría y otro porque mi abuelo quiso afianzar la imagen de familia católica en esa época, elucubro yo. Una hermana suya se hizo monja de las Hermanitas de los Pobres", recuerda el primogénito de la casa. Y apostilla:
"Tenía vocación, pero no llegó a sacerdote. Del Seminario de aquí se fue al de Vitoria, allí siguió estudios pero no los terminó". Y es que, como el propio Molina Molina apunta, el amor hizo que "se le fuera la vocación" al conocer a la que sería su esposa, María del Dulce Nombre Molina del Moral (1922-2011).
"Era un poco mayor que mi padre; mi madre era el cariño, el calor del hogar. En mi casa nunca nos han gritado, mi madre quizá un par de veces, porque tenía más trato con nosotros, pero poco más", evoca el mayor de los hijos. Ama de casa, amabilísima y cercana, su presencia era habitual en la multitud de actos en los que tomaba parte su marido.
Con ella contrajo matrimonio en Madrid en 1949 no porque proviniese de la villa y corte, no, sino porque (huérfana de padres desde su infancia), en la capital española residían sus familiares más cercanos y de su casa salió camino del altar de la madrileña iglesia de San Lorenzo.
Fruto de esta unión, que solo rompió la muerte, nacieron el citado Felipe, Ángel, Mercedes (que falleció con seis meses de vida), Enrique, José, Jesús (malogrado con apenas un año de existencia) y Celia, la benjamina, que perdió la vida a finales de 2019 y con la que la pareja aparece (además de con sus nietas mayores, Patricia y Nuria) en la foto que encabeza este trabajo, tomada durante un viaje de placer en Mérida, en 1979: "Vosotros, hijos míos, sois el poema más básico y hermoso de mi vida, gozo de todas mis horas". Así los sentía.
POETA, PROFESOR Y AGENTE DE SEGUROS
Si en el actual DNI se siguiera señalando la profesión de su titular, en el caso de Felipe Molina Verdejo no habría duda: poeta, de vocación y de oficio. Muchos de los que lo conocieron aseguran que, a su lado, todo se volvía poesía, como afirmaba Novalis que ocurría alrededor de los verdaderos versificadores.
Eso sí, siempre tuvo los pies en la tierra y, por más que su pinta neorromántica lo idealizara como habitante de una torre de marfil, supo anteponer la obligación a la devoción y sacar su casa adelante con el sudor de su frente.
Ganó premios, su firma era requerida en la mayoría de las publicaciones de la segunda mitad del siglo XX en Jaén, pregonó lo indecible y nunca negó un prólogo a quien su exigente criterio consideró digno de su aliento, pero de ahí a vivir de la poesía...
"En el 47 o 48 estuvo en Madrid buscando trabajo, y decía que había estado a punto de ser periodista de los de entonces, sin carrera. En esa época frecuentó la tertulia del Café Gijón", aporta su hijo.
Frustrada su adscripción al universo mediático y con su bagaje académico incompleto pero sobrado para transmitir los vastos conocimientos que atesoraba, tras pasar por la antigua Escuela de Magisterio se decidió a llevar a la práctica su vocación docente, en diferentes centros privados.
"Empezó dando clases en academias antes de la suya [la recordada Academia Jaén]; primero en una que no recuerdo, y luego en una que tenía Celestino Pantoja, funcionario de Correos, en la calle Rey Alhamar esquina con Maestro Bartolomé. Posteriormente fundó la Academia Jaén, que ya era suya, como propietario. Eso fue a partir de 1965, más o menos; la tenía en el Paseo de la Estación, en el edificio aledaño al Restaurante Jockey, en el tercer piso. La tuvo hasta la década de los 70 y, después, siguió recibiendo a alumnos en casa, para darles clases particulares".
En esas aulas rememora su vástago "la única vez" que su padre le puso la mano encima, un episodio poco poético pero de lo más curioso: "Era yo alumno, y estaba sentado en la primera fila de la clase. No me acuerdo del incidente, pero pasó algo que nos provocó la hilaridad, empezamos a reírnos y yo, en ese momento, de la risa, me volqué en el pupitre y al incorporarme, recibí la bofetada de mi padre. Y dijo: 'A este le puedo pegar porque es mi hijo, pero que sepáis que esta bofetada es para toda la clase'. Un tortazo solidario, diría alguien.
Una academia, por cierto, a la que acudían incluso futuros ilustres: "Uno de sus alumnos más conocidos fue Juan Eslava Galán; de hecho, el propio escritor ha comentado más de una vez que todavía se acuerda de memoria de una cuarteta, unos versos que mi padre le hizo, improvisados, en la clase, en los que jugaba con el apellido Eslava, algo así como 'es lava de un volcán'... Juan me los recitó en una ocasión", comenta.
Andando el tiempo, Molina Verdejo seguiría los pasos profesionales de su padre en el mundo de los seguros, en las oficinas de La Unión y el Fénix Español, donde se jubiló: "Su primer sueldo fue de quinientas pesetas", exclama la principal fuente de este reportaje.
UN HOMBRE SENCILLO Y FAMILIAR
Reconocido y reconocible, el poeta era en Jaén eso, el poeta por excelencia, un honroso título del que (asegura su homónimo) no presumía, sino todo lo contrario:
"No se ufanaba de eso, de hecho muchas de las veces yo me enteraba de sus éxitos por fuera, porque me lo decía alguien, no se ufanaba de su posición".
Lector empedernido, no escatimó a la hora de procurar a los suyos la proximidad de las páginas y los lomos: "Nos infundió el amor a la lectura. En mi biblioteca tengo los tres volúmenes del Libro de nuestros hijos, de la editorial Uteha, que sigo adorando, los guardo como un tesoro. Me hizo mucha ilusión que nos comprara estos volúmenes, una enciclopedia para los niños con cuentos famosos, conocimientos..., muy completo. ¡Tiene hasta modelos para escribir cartas". Vamos, que Google no ha inventado nada.
"Recuerdo que mis hermanos y yo nos sentábamos con él y leíamos juntos. Nos visitaban con frecuencia vendedores de libros, y mi padre les compraba. Lo último fue una enciclopedia médica; ya estudiaba yo Medicina. Es un clásico, La patología y clínica médicas de Pedro-Pons, un tesoro. Le debió de costar mucho dinero", comenta.
Para ellos y sus nietos improvisaba con frecuencia simpáticos versos y hasta obrillas teatrales que los pequeños de la casa representaban en los meses estivales, para regocijo de todos.
EL ENCUENTRO CON LA MUERTE
Felipe Molina Verdejo no sabía nadar, pero se las apañaba para, impulsándose con una pierna y moviendo los brazos, aparentar la destreza de un Johnny Weissmüller de inconfundible pelo cano: "Daba saltitos, parecía que nadaba pero sabíamos que no. Nos miraba y se reía".
Sin embargo, el río que se llevó su vida andaba por otros cauces, que tampoco fueron los del volante, y eso que pocas personas pueden 'presumir' de haber sufrido dos accidentes de tráfico el mismo día:
"En 1970, el día de San José, teníamos por costumbre ir a casa de mis abuelos y comer toda la familia allí. Mi abuelo ya tenía prohibido fumar, así que mi padre y mi tío Manolo Gordillo decidieron salir a fumar y tomarse un café en La ruta del sol. Al ir hacia allá, en el Simca 1000 que acababa de comprar mi padre tuvimos un accidente que pudo ser mortal", relata el mayor de la familia, coprotagonista del siniestro. Y continúa:
"Lo curioso es que todavía no había tantas ambulancias como hoy, y los traslados se hacían como se podía. La gente empezó a pararse al ver el accidente, alguien reconoció a mi padre y se ofreció a trasladarlo, lo montaron en su coche para llevarlo al 'Capitán Cortés' y, con las prisas, al llegar a la Plaza de las Batallas tuvieron otro accidente. Afortunadamente el segundo fue leve, peró mi padre llegó a estar en la UVI, con riesgo de morir. A raíz de eso, le quedó una leve cojera en el pie derecho".
Lo que privó al Santo Reino de la voz, la sombra y los poemas futuros de un Felipe Molina Verdejo que por entonces contaba setenta y tres años de vida fue una embolia pulmonar a la que contribuyó, entre otros antecedentes, su afición al tabaco de pipa.
Pero pese a la fatiga, amaba tanto las calles de su ciudad que no renunció a pasearlas aunque para ello tuviese que cargar con una mochila de oxígeno hasta que las fuerzas se lo impidieron y le llegó la hora de enfrentarse al trance de la despedida:
"En la UCI se hizo todo lo que se pudo, se le puso respiración asistida pero no lo superó. Murió por la mañana. El diagnóstico fue embolia pulmonar. No sufrió al morir; al principio, al ingresar, sí tengo una imagen que no puedo olvidar, y es que al ponerle la respiración asistida le molestaba mucho. Recuerdo que me miraba, no podía hablar y me hacía gestos con las manos para que le quitara la mascarilla. Después perdió un poco la conciencia y murió tranquilo". Era el 21 de septiembre de 1997.
En la sección 25 o de Santa Teresa del cementerio de San Fernando, nicho 200, descansan en paz el maestro y la compañera infatigable de todos sus días, la que (en palabras del propio poeta) con su cariño y abnegación hizo posibles tantas cosas.
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COMENTARIOS
Antonio Salido Sanchez Febrero 19, 2022
Aunque conocidos algunos rasgos de su vida me agrada ampliar más rasgos de la biografía del poeta máxime viniendo de su propio hijo Felipe. La sencillez , la humildad y tranquila humanidad formaron de modo notable en su expresión. Muy buenas noticias de un verdadero poeta. Gracias siempre.
responderFelipe Molina Molina Febrero 19, 2022
Javier Cano ha sabido impregnar de emoción y cariño hacia mi padre sus palabras en este artículo. Ha sido un placer leerlo y, días antes de que lo escribiera, rememorar con él la vida de Felipe Molina Verdejo. Javier, un fuerte abrazo.
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