Un mundo sin luz
Se ha ido la luz para siempre. Por el motivo que sea. ¿Qué importa? La noticia ya no puede expandirse: no hay internet, ni periódicos, ni emisoras de radio, ni un mísero teléfono. Hemos de regresar al fuego y a la carne y la inexactitud de todo cuando acontece a una legua de nosotros. El mundo es otro, acaba ahí, donde nuestras fuerzas; tal vez nos quedamos sin mar, porque la primera ola nos coge a cientos de kilómetros; tal vez muramos sin saber siquiera que el mar se encuentra ahí, a solo unos cientos de kilómetros.
Entonces, al pronto, nos descubrimos hablando sin dedos; no temas, los dedos continúan en su sitio, en las manos, pero ahora volvemos a emplearlos para sacarnos los mocos y labrar la tierra. ¡Milagro! La tierra se remueve y le salen pepinos, tomates y judías; y si escarbamos un poco, nos regala patatas y zanahorias. La tierra es Dios, carajo, desbanca a Sofía Lores, a Brad Pitt y a Jesús de Nazaret y se erige en la madre de todos. Y la virgen es la lluvia que nos empapa. ¡A la mierda los paraguas y la herida en la capa de ozono! Llueve a cántaros y el planeta se cura, rejuvenece.
Hablamos (decía) con la boca, con la misma boca que besamos y comemos. Besar, comer y hablar; la boca, al fin, recupera su importancia. Pensar está bien, y pensar lo que se habla, mejor que bien; pero no pensemos demasiado, que no venga ahora ningún listillo a devolvernos la luz. Sigamos a oscuras.
Hablamos para perseguir un acuerdo. Ya no nos vale discutir desaforadamente porque el mal rollo no se esfuma con un golpe de clip. Resulta que nos comportamos como una tribu y que a mí tus hortalizas me ponen cantidad y a ti te entusiasman mis legumbres; y resulta, sobre todo, que detestamos caminar con la cabeza gacha. Así que hablamos para entendernos, lo mismo que un lobo con otro lobo o que los perros. Sí, eso somos, perros con dos patas. ¿Y qué? Recuerda aquella canción de Bob Dylan: “¿Si los perros son libres, por qué yo no?” Y recuerda que persiste la oscuridad y ello nos obliga a hablar con la boca, con la misma boca que comemos y besamos. Comer, besar y hablar: el nuevo catecismo.
Es verdad que le perdemos la vista a Bertín Osborne a Pablo Motos y a Esperanza Aguirre, y que hemos de acostumbrarnos a vivir sin la llamada del teleoperador de la compañía telefónica y sin el porno. ¡No, sin el porno no, joder! ¡Sin el porno no! Apaga la luz, inventémoslo.
Únete a nuestro boletín