El mundo
Se me hace grande el mundo, Trump, Putin, Kim Jong-un, Aznar, Bertín Osborne, la enésima tropelía de un corrupto, la parsimonia y costumbre con la que asumimos el rescate o naufragio de una barcaza cruzando el estrecho o el mar Egeo, la consagración de la violencia verbal que han traído las redes sociales, el vacío impoluto en el que vivimos de cara a la pantalla, la advertencia de Christine Lagarde, presidenta del Fondo Monetario Internacional, para que persistamos en la rebaja de derechos laborales, la justicia injusta, como de otra galaxia.
Me provoca repugnancia el mundo, las imágenes de aficionados invadiendo un campo de fútbol para agredir a jugadores y los insultos de un puñado de padres desaforados, que no entienden que en una cancha los niños con diez, quince o cien años ni ganan ni pierden.
Me produce miedo el mundo, la nula conciencia de que un papel o una botella en el suelo influye en el bienestar de todos, la tranquilidad con la que afrontamos el cambio climático, el lavado de conciencia que ejecutamos anunciando públicamente nuestros putos pareceres, como si solo nuestra opinión fuese suficiente para variar un ápice la realidad.
Me condiciona el mundo, porque resulta imposible sopesar siquiera la idea de ser feliz si uno se asoma por la ventana: no es lógico que chavales de veinte años agredan de la manera que sea a chavalas de veinte años; tampoco lo es que lo haga un tipo de cuarenta o cincuenta con una mujer de cuarenta o cincuenta, pero algo hacemos realmente mal cuando no conseguimos inocular a nuestros jóvenes de esa barbarie.
Me entristece el mundo, la intolerancia que todavía sufre la gente que folla con personas de su mismo sexo, y las que se sienten mujeres en un cuerpo de hombre, y los que se sienten hombres en un cuerpo de mujer, y los que no creen en Dios o los que sí creen en él.
Me cansa el mundo, las noticias u opiniones periodísticas que solo responden a una línea editorial, lo previsibles que nos mostramos, lo borregos que somos, el tiempo que malgastamos en explicarnos para que no se nos malinterprete, la necesidad de dar esas maltitas explicaciones, la falta de libertad, dentro de la libertad.
Me desalienta el mundo, el exiguo ánimo por revertir el sentido de los acontecimientos, la manga ancha que usamos con “los nuestros”, ese “virgencita déjame como estoy” tan cobarde y egoísta; el voto asido al corazón, lo mismo de fiel que a nuestro equipo de fútbol.
Me vence el mundo, su corriente inalterable, como de títere sin cabeza, y los cuñados y el postureo y hasta esta queja baldía, falaz, como impropia, de tonto del haba, que acaso sirve como desahogo. Acaso.
Únete a nuestro boletín