Nadie va a salvarnos
“¿Hundirnos? ¿Cómo vamos a hundirnos? Este navío es el producto más colosal de los avances técnicos en nuestra época”. No, no se trata de ninguna cita textual. Pero gracias a nuestra mente narrativa podríamos atribuir sin dificultad esta frase a una persona que navegara en el Titanic la fatídica noche de su hundimiento.
Para qué sirve la evocación de ese acontecimiento histórico en estas líneas resulta una buena pregunta. Podría aplicarse a muchas facetas de la actualidad, pero creo también que es pertinente cuando hablamos de Linares.
Recientemente se han publicado, con ínfimas variaciones respecto al año anterior, los alarmantes datos que confirman a la ciudad como la zona cero del desempleo estatal. Y, como consecuencia de la publicación de estos datos, se han sucedido reacciones de todo tipo, que oscilan entre la catástrofe y el anhelo de esperanza. Pero el contenido y el tono de muchos comentarios reproducidos en medios de comunicación o en redes sociales me han hecho evocar este instante de la historia que se ha convertido en un referente ineludible de la cultura popular.
Pues bien, en el caso de Linares y al igual que el transatlántico británico, nadie va a salvarnos. No va a salvarnos la evocación constante de nuestro esplendoroso pasado. Cástulo desapareció, aunque sus ruinas emerjan paulatinamente y muchos de sus restos sigan esparcidos por toda la comarca. No va a salvarnos ninguna institución política local, regional, nacional o europea, por más que se reclame a cada una el ejercicio efectivo de sus competencias. No va a salvarnos ninguna inyección económica providencial, se llame ITI, EDUSI u otro acrónimo impronunciable. Tampoco va a salvarnos la movilización constante de la ciudadanía, por el mero hecho de manifestarse.
Lo cierto es que vivimos una realidad extremadamente complicada de gestionar. Además, no somos ningún desierto en medio de resplandecientes oasis. Por si alguien lo ha olvidado, el planeta entero asiste a un colapso medioambiental, a un retroceso generalizado en los estándares democráticos, a una incipiente guerra comercial mundial e innumerables crisis sociales. Pensar que somos un caso único o que precisa de atención especial en medio de todo este panorama resulta desconcertante.
Una vez aceptada la incuestionable realidad de los datos estadísticos y la evidencia del desastre, ¿queda alguna esperanza? La respuesta es, indudablemente, sí. Ha llegado la hora de que afrontemos el futuro sin atajos. Como ciudad, no podemos resignarnos, pero tampoco podemos esperar salvavidas donde no los hay. Necesitamos alternativas que surjan no de la esperanza en un rescate milagroso o de un relevo político, sino de la asunción de un nuevo proyecto de ciudad.
Porque además de urgente en términos económicos o sociales, también lo es por motivos emocionales. Quienes nos visitan se maravillan del patrimonio histórico, de nuestra cultura gastronómica y de la calidad de vida que disfrutamos. Y, sin embargo, la respuesta habitual entre muchos residentes es hablar mal de la ciudad y lamentarse amargamente por sus carencias y miserias, hasta el punto de haberse convertido “casi” en un rasgo propio del carácter linarense. No deberíamos rendirnos a esta clase de evidencias.
Pero para articular alternativas es preciso contar con modelos adecuados. No se trata únicamente apelar a un cambio de actitud individual, sino también de generar una nueva conciencia colectiva. Un compromiso que deje atrás la apatía imperante para dirigirse hacia una dirección diferente. El futuro, nos insisten quienes saben de esto, será de las ciudades. Pero para que ese futuro sea ilusionante, estas ciudades deberán activar todos sus recursos y orientarlos al bien común de sus habitantes.
¿Cómo hacerlo? En la actualidad, proliferan centenares de experiencias municipales que a lo largo del mundo construyen nuevos modelos de ciudad. Algunas de ellas incluso están cerca de aquí y pueden servirnos para concebir nuestro propio modelo. Nos hablan de municipios por el bien común, comunidades inteligentes, municipios en transición… Todas ellas plantean, desde abajo hacia arriba, y siempre con el consenso de todas las fuerzas políticas, económicas y sociales, la necesidad de profundos cambios en el territorio. Ejemplos que recurren además a herramientas, estructuras y procedimientos contrastados de innovación social.
Y lo que es más importante, se alimentan de un recurso muy poderoso que a menudo pasa inadvertido para quienes nos gobiernan. La construcción de una visión para un territorio más justo, equitativo, sostenible y solidario. La imaginación como instrumento al servicio de la inteligencia colectiva. La celebración como momento necesario para consolidar los triunfos (y eventualmente los fracasos) a lo largo de todo el proceso vivido. En definitiva, una nueva narrativa en la que el futuro se construya sobre bases más ilusionantes y humanas. Unas bases que son mucho más sólidas para sortear o resistir a ese iceberg que amenaza con hundirnos.
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COMENTARIOS
Antonio Castro Guzmán Septiembre 08, 2018
Me parece muy bien el discurso. Visto lo visto, ahora, los aparcamientos de San Agustín y de Santa Margarita, mas parados, suma y sigue, el optimismo no lo levantan palabras y mas palabras. Hay que ser mas realistas, esto no se va a pique; ya se hundió.
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