No me las violaréis
“–¿Quién es ese? --preguntó Otto, volviéndose.
–Un crítico de mala muerte –dijo Hannah--: cree que tiene que hacerte infeliz para que le tomes en serio.” (Gaddis, página 217 de Los Reconocimientos, Alfaguara, 1987)
¡Críticos de mala muerte! No voy a leer Serotonina. Os hago responsables de mi decisión. Sois los secuaces del rico epulón. Ni migajas para lázaros como yo habéis dejado. Vendidos, siempre. Arrodillados, y a baja altura. Chupad, perdón, chupar de la prosperidad editorial era esto: recibir en tu mesa de la redacción -y un mes antes-, Serotonina. Abrir el paquete salivando como el perro de Paulov. Leer el libro antes del primer café de la mañana y escribir para publicar rápido, rápido (fastfood to food) la reseña de Serotonina. ¿Fin? “Ha sido sin querer, lo siento -dice el crítico chichinabo número uno-, pero es que me da igual si te reviento -piensa el crítico chichinabo número dos- puesto que soy el gran periodista -de chichinabo- cultural y me gusta fulminar -insisto, sigo pensándolo, pero no te lo digo- la ilusión que tenías por leer lo último de Houllebecq”. “Te jodes, vamos; ¡si eres una mierda de Lázaro!, un lector más, de entre miles y miles que sí van a leer el libro gracias a mi gran reseña. Sí, lo van a hacer, van a comprar y leer Serotonina.”
¡Hijos de vuestra madre! Esperad, que escucho una voz: ¡Despidan a estos desgraciados!
El rodillo de la maquinaria editorial, de la gran maquinaria del inmenso grupo editorial, tiene que nutrirse, aun a costa de los lectores más fieles. Yo era un lector fiel a ciertas editoriales, pero hoy, y no te quiero engañar, la concentración más alta de lo “mejorcito de lo mejorcito literario” está publicado en editoriales literarias y pequeñas (sí, compra sus libros en librerías Blablablá, pero hazlo también en sus páginas web: ganan más y, por tanto, publicarán más).
Con el caso de Serotonina se ha producido -lo he percibido así- una reacción que no observaba hacía tiempo. Se podía esperar, desde luego. Es lo que en física se llama acción y reacción, es decir, la tercera ley de Newton. Este principio determina que a cada acción siempre se opone una reacción igual, pero de sentido contrario. Así, la acción es evidente: la maquinaria editorial de Anagrama lampaba por vender miles de ejemplares de Serotonina. ¿Qué medios ha utilizado? Enviar decenas de ejemplares para que apareciesen reseñas, muchas reseñas antes de que el libro estuviese en venta en las librerías. ¿A costa de qué? De reventar la novedad entre los verdaderos interesados que somos el universo del ninguneado lector, o la galaxia de nosotros, los lectores pardillos; hoy, pobres lázaros. Reacción: no comprar, no leer Serotonina.
El problema no ha estado en las decenas de reseñas, puesto que una editorial apoya gran parte de su estrategia para vender libros en las reseñas. Es una estrategia editorial legítima y lógica, por supuesto. El problema ha estado en el nivel de las “reviews”, que más que “reviews” parecían alfileres para extraer bígaros. Y claro, cuando te dan un alfiler, sacas el bicho entero para comértelo, como han hecho estos críticos. Pero ¿y las ganas de bígaros con que nos han dejado?
Una reseña no tiene por qué reventar una novedad. No la destripa, no la deja ni muerta ni marchita para el lector. Y es, por desgracia, lo que he encontrado en muchas de las que he leído. He perdido las ganas de leer Serotonina. Hasta he perdido las ganas de leer las reseñas publicadas en algunos medios.
No pido a los críticos que se hagan un Gabriel Ferrater, ni tampoco que haga falta salivar en exceso hasta conseguir leer ese título tan esperado. Lo que sí os pido, queridos, es que penséis en nosotros, los lectores. Leemos un mes después las novedades que tan grácil, gratis y graciosamente os ha dejado el rico epulón encima de vuestra mesa.
¡Condescended, majetes!
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