José Luis Moreno Codina "Codi"
Piensas en José Luis Moreno Codina y recuerdas al director tras una mampara de cristal, detrás de una mesa grande que se quedaba pequeña entre una máquina de escribir, una multitud de periódicos y de páginas en blanco en las que rayaba espacios entre los módulos que dejaba la publicidad. Piensas en Moreno Codina y te lo imaginas con una petaca de coñac en la cajonera, con una mano en el auricular de un antiguo teléfono de disco, sumergido en una nube de humo, con un ojo lacrimoso, con el corazón y el índice sujetando un cigarrillo y el pulgar, rozándose la comisura de los labios. Hay una conversación que no escuchas, que se presiente ronca, fatigada, seseante, astuta y un tanto socarrona.
Piensas en Codina y reverbera una Redacción vieja y, luego, otra de transición, de impulsos que martillean letras entre hojas de colores y papel carbón y ordenadores con escasa pantalla que te brindan el fin de la pirámide invertida. Con Codina en la memoria, imaginas el ruido de una Redacción que se ha ido silenciando, el olor a tinta que se ha esfumado, el plomo de la linotipia convertida en un arcaísmo, la magia de una rotativa cada vez más alejada de su sala de partos.
Piensas en Codi y en las tertulias nocturnas que prolongaban hasta la madrugada el amor propio, en aquellas veladas entre rivales de día y compañeros de noche, entre fenómenos de pitillo y copa que se zumbaban la noticia publicada y la que estaba por publicar, entre aquellos taimados de la letra y la palabra que lograban exclusivas entre aquel mismo humo y algún que otro lingotazo de whisky on the rock.
Vuelves a pensar en José Luis Moreno Codina y sientes cuando hablaba de las dos crisis del periodismo, la propia y la de los lectores de periódicos, del periodismo en tiempos del sensacionalismo y del espectáculo, del periodismo sin contraste, de nota de prensa y fuentes oficiales. De cómo llegó a esta profesión el hijo de un tabernero que se crió en la plaza de Las Pasiegas de su Graná natal, que nunca llegó más allá de cuarto de Bachillerato, que no pudo presumir de estudios, que presumió de trabajo desde que era chico, que tuvo su primer empleo con apenas quince años y que, a su trayectoria de mecanógrafo, de quinielista, de agente de seguros y de cronista de equipos modestos y de corridas de toros, se le unió la del periodista granadino que más periódicos había cerrado.
Codina era puro, irónico, socarrón, dicen casi todos los que lo conocieron. Amaba el fútbol, los toros, el teatro, la novela televisiva de la sobremesa y la cultura. Su memoria era un prodigioso artefacto de fechas, nombres y lugares, de anécdotas, de historias con la que llenar una edición especial del periódico Patria, en el que publicó sus primeras crónicas, una edición especial de Diario de Granada, en el que ascendió a jefe de Deportes, una edición especial de El Día de Granada, en el que alcanzó la Dirección, o una edición especial de Diario Jaén, periódico de una provincia a la que, a finales de los ochenta, llegó con su mujer, Concepción Zarzas, y sus tres hijos, y en la que se quedó para siempre.
Codi nunca dejó de ser un granadino de pro, se le notaba en el habla. Y, desde su llegada a Jaén, se convirtió en un jiennense de palabra y hechos. Vivió cómodo, feliz e implicado en esta sociedad. Era aquí donde tenía a su familia. Desde aquí se escapaba a La Herradura, a aquella playa que la quiso privativa. Fue un militante del periodismo. Y, como militante del periodismo, su mejor crónica fue su propia vida.
Texto de la Asociación de la Prensa de Jaén - Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía en Jaén
Únete a nuestro boletín