Noventa y dos años y la conciencia tranquila: ¿se puede pedir más?

El marteño Francisco Burgos goza de buena salud y de la satisfacción de una trayectoria personal y profesional basada en la honradez y el trabajo
"Yo no he hecho nada especial, no merezco salir en el periódico". Son las primeras palabras de Francisco Burgos Sánchez (Martos, 1932) nada más conocer el interés de Lacontradejaén por charlar con él, por repasar su historia personal y profesional, tan extraordinaria de sencilla.
Humilde donde los haya, la honestidad preside su forma de estar en el mundo desde que abrió los ojos en la Ciudad de la Peña, hace noventa y dos años, y podría hacer suyo aquel cante por soleá que dejaba boquiabierto al público cuando se lo escuchaba al gran Naranjito de Triana (el Pavarotti del cante): "Tranquilo vivo en el mundo, / que a nadie le he hecho ná, / ¡a ver quién vive en el mundo / con esa tranquiliá".
Bueno, sí que le ha hecho cosas al mundo; por lo pronto, surtirlo de lo que necesitaba tras el mostrador de su entrañable mercería, una tienda de referencia en Martos que (asegura) no le procuró más que buenos ratos:
"He estado toda mi vida dirigiendo una tienda, un negocio, una mercería; yo me he portado bien con todo el mundo, mi padre me enseñó que tenía que ser honrado y esa ha sido mi vida". Pudo haber estudiado bastante más de lo que lo hizo, porque ni le falta inteligencia ni sus padres se lo impidieron, todo lo contrario, pero la pérdida de su madre marcó un antes y un después en su casa y tomó las riendas:
"Al principio era una tienda de comestibles, loza y cristal, un estilo de bazar; allí estuve hasta que mi madre enfermó se murió en el 71 y mi padre se vino abajo, para él se acabó la vida ocn la muerte de mi madre", recuerda. Fue jubilarse su progenitor, y Paco se quedó con el negocio, ya como autónomo, y así hasta su jubilación:
"Mi trabajo no era trabajo, para mí fue una felicidad, disfrutaba con mi trabajo, me daba un beneficio y me reportaba la satisfacción del trabajo bien hecho, fueron una verdadera alegría los años de la tienda, enormemente felices", evoca.
Viudo ya de su "compañera, amiga y asesora" desde hace año y medio, padre de dos hijos y abuelo de tres nietos, sabe lo que es verle las orejas al lobo, vaya que sí:
"No pensé llegar a esta edad, creí que moriría antes que mi mujer, que era cuatro años menor que yo. ¡Y eso que estuve a punto de morirme cuando tenía setenta y siete años! Me dio un cáncer de estomago, pero lo superé perfectamente, aunque estuve muy mal, y cuando me revisaron después de los tratamientos me había desaparecido el cáncer por completo!".
Con una salud envidiable para lo que marca su DNI, se apaña solo a la perfección (por más que sus hijos le piden que viva con ellos), no hay día que no lea, que no salga a la calle, se dé sus buenos paseos y llene la cesta a su gusto, además de las tareas del hogar:
"Hago mi cama, mi lavadora, mi comida, hago la compra todos los días... Una mujer viene una vez a la semana a limpiar, aunque yo lo tengo todo limpio, he sido toda mi vida ordenado", comenta. Y por si fuera poco, afirma que lleva la contabilidad de "unas cocheras familiares y un local comercial". Lo dicho, envidiable.
¿El secreto para gozar de sus noventa y dos tacos en óptimas condiciones? "Dios ha querido que me quede aqui, la vida es así y hay que aceptarla; he trabajado mucho, pero estaba a gusto y no he tenido tiempo de fumar ni beber, dos o tres cigarros hace cuarenta años; y bebida solo dos o tres cañitas o una copa de vino, pero cuando me operaron ya no probé más que el agua".
Una vida plena que le ha permitido recorrer medio mundo y toda España al lado de su querida esposa y que, como ha escrito de él su paisana, la autora Trinidad Pestaña, hace justicia a este mercero que "sigue siendo muy querido y muy conocido en Martos". Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
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