Chispas: el 'académico de la calle' que limpia, pule y da esplendor
El jiennense Francisco Castillo Cruz, que lleva más de veinte años en el servicio de limpieza viaria de la capital, se ha convertido ya en parte del paisaje de la ciudad
El lema de la Real Academia Española de la Lengua ("limpia, pule y da esplendor") le cae que ni pintado al protagonista de este reportaje, un auténtico 'académico de la calle' al que si le dicen "¡Pacooooo!" puede ser que responda, pero si lo llaman por su eléctrico apodo no falla: "¡Chispaaaas!".
Y eso que siempre tiene la oreja conectada a la radio mientras maquea su zona de la capital (veintidós años lleva como barrendero en el servicio de limpieza viaria), cuando alisa el albero de la plaza de toros (cuatro décadas como arenero lo avalan) o subido en ese trasto de pulidor que los chaveas (y algunos padres) envidian y deja los suelos como una patena, de brillantes.
Sí, Paco el Chispas es el nombre de guerra de Francisco Castillo Cruz (Jaén, 1961), un jaenero de El Almendral al que la sonrisa constante (y unas buenas gafas) le difuminan unos envidiables ojos, tan verdes como los que hizo célebres Steve McCurry a mediados de los 80; al que Chagall le pagaría un pastón por pintarlo vestido de verdiamarillo (las tardes normales) o blanco (las que hay toros) y a quien (irremediable ya) Carmelo Palomino, seguro, hubiera retratado con gusto en plena faena, escobón en mano.
"No estudié; bueno, ya de mayor me saqué el Graduado; empecé a trabajar con catorce años, de herrero, en el Cantón de Jesús; después fui mecánico de tractores, yesista, pulidor (mucha gente me conoce por eso) y abrillantador de suelos; trabajé también en las obras del Camarín, y en la Universidad".
Todo eso ha hecho este conocido trabajador que, sin embargo, parece inseparable de su uniforme de faena, con el que se bate el cobre todos los días para que la ciudad ofrezca su mejor cara:
"Estoy muy a gusto en mi trabajo", asegura. Un oficio que le mantiene ocupadas las tardes "en la zona centro, la Plaza de las Palmeras [hay que ser muy pero que muy de Jaén para seguir llamándola así, sesenta años después de que las talaran], Madre Soledad Torres Acosta, los Jardinillos...". Si será de Jaén, Jaén que hasta lleva dos de sus principales símbolos como apellidos: el Castillo y la Cruz. Ahí es nada.
Hablando de uniformes... Cada Cuaresma, Semana Santa o cuando se tercia se coloca el de la Banda de Tambores y Cornetas Cristo de la Expiración, de cuyo banderín es portador desde "hace siete u ocho años":
"No soy cofrade, soy de mi banda; mis zagales estaban ahí, yo los bajaba y los subía y un día alguien me dijo de llevar el banderín a Bailén, a un certamen, porque no tenían quien lo llevara. Dije que sí con la condición de que si iba a Bailén, luego tenía que estar para todo, llevarlo siempre". Ahí quedó eso, como dicen los capataces.
De su padre, albañil, heredó el mote, que afirma le llena de orgullo, y a alguno de sus hijos ha legado él mismo una herencia que sabe también de sobrenombres: la afición taurina. Ahí está su Francisco Manuel (Curro Castillo), novillero que cambió el oro por el azabache y, en la actualidad, se gana la vida como subalterno.
Alejandra, "auxiliar de dentista" (los piños flamantes, blanquísimos, del Chispas certifican que en su casa la boca es sagrada); Sofía, una auxiliar de farmacia (camarera en estos tiempos difíciles para encontrar trabajo en lo que se ha invertido años de estudio) y hasta un árbitro de fútbol, Daniel, componen la foto familiar que completa su esposa, Ascensión Liébanas, con la que lleva treinta y tres años casado. Que se dice pronto.
Marido, padre... y abuelo, anda que no: "Desde hace dos años, y ya viene otro de camino". A la pregunta de si se le cae la baba con la nena, responde con rotundidad: "Sí, totalmente, pero la veo poco, porque está en Mijas. Cuando puedo vamos, o ellos vienen". Ay el yayo Paco, si por él fuera tenía los pies metidos en la playa malagueña todo el año, junto a su nietecilla.
Se siente querido por la gente de la calle, nunca ha tenido altercado alguno y si no fuera porque se toma el trabajo con la seriedad que requiere, no le daría tiempo ni de empezar a barrer, de tanto como intentan darle conversación, charlar con él, saludarle: "Me siento apreciado, hay muchos que me paran hablar conmigo, pero yo estoy a mi trabajo". A su trabajo... y a su radio, esa que no falte.
"Es que me gusta mucho el deporte, no hacerlo, sino oírlo; el fútbol, el baloncesto...". Un hombre a un transistor pegado, vaya donde vaya.
Esta es la epopeya cotidiana de un jaenés sencillo, de carácter afable y sonrisa fácil, que cuando cruza Jaén vestido de barrendero, en vaqueros y zapatillas o tocado con la gorra de plato, solemne, de La Expiración destila buen rollo, autenticidad y que a fuerza de años a cielo abierto se ha cuajado su propia opinión de sus vecinos de la capital:
"Hay de todo, hay gente limpia y gente que no lo es tanto, pero en general la gente es buena". Por lo demás, en todas partes cuecen habas, y ya se sabe que dos no discuten si uno no quiere: "Siempre hay alguien que mira por encima, no solo a mí, pero en general me siento apreciado".
Dejó dicho Willian James (que de lo suyo sabía tela) que lo que más anhela el ser humano es eso, precisamente: ser apreciado. Más de un siglo después de que el prestigioso psicólogo americano lo pensara, Paco el Chispas lo disfruta así, como si nada, en sus propias carnes. ¿No será esa la recompensa cotidiana de la gente auténtica? Igual sí.
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