La ciudad de los paraguas rotos
Un viento de Mordor recorre estos días Jaén City, la ciudad partida por un accidente no geográfico, sino más bien geopolítico, en forma de raíles para un tranvía fantasma que fue visto gratis unos días antes de unas elecciones y del que nunca más se supo. Como un latigazo en un rostro, esa obra faraónica estéril deja una cicatriz permanente, grosera, omnipresente, sobre la ciudad. Yo me bajo en la próxima, y usted? se titulaba una conocida obra de teatro. Yo no me bajo en ninguna, respondemos los sufridores gienenses. Lo que no sube no puede bajar. Qué impotencia!
Jaén está fatal, solemos decir. En Jaén no hay ná, oímos. Vivimos en un hiperpesimismo, en una depresión por la falta de obras, por el desprecio de las administraciones centrales, que no nos tienen ningún cariño administrativo, un pesimismo, digo, hiperrealista, hondo cual pecado original, del que no nos libramos ni dormidos. En Jaén no hay ná y cuando hay un euro toca cruzar los dedos si es asunto administrativo…Plaza Deán Terrazas por ejemplo. Ha quedado preciosa, como cabía esperar, no sé a qué vino tanto jaleo perroflautista. Qué árboles ni que bancos públicos ni qué niño muerto! Pero mírala, mírala, La Plaza “DeanTé-rrazas”, cantaría Ana Belén. ¡Qué amplitudes! ¡Corren caballos!. Y los baldosones, cabe mayor elegancia? Si dan ganas de organizar sobre ellos un desfile con muchos uniformes y banderones rojigualdas, y bandas de música militar, a que sí? Media ciudad que da vergüenza mirarla y te gastas la pasta en eso. Me quito el cráneo, que decía don Latino de Hispalis en Luces de Bohemia.
No todo es negro, a pesar de todo. En Jaén sí hay cosas. Cantantes, humoristas, actrices y actores, magas, danzarines, pintores y escultoras, de la mano de taberneros culturetas y la Dipu, nos ofrecen un variado menú artístico prácticamente a diario. Teatro, monólogos, música en directo… Altruismos varios, economías colaborativas, autogestión y precariedad. Vocación a borbotones. Los trovadores alivian nuestros muchos achaques jaeneros, ellos que las están pasando canutas, ofreciéndonos su arte. Ahora solo falta que nos pongamos las pilas y recompensemos su generoso esfuerzo. Porque como nos quedemos sin la gente de las artes apaga y vámonos. Debemos asistir a los espectáculos de esa peñita guapa que no se rinde al pesimismo, que se empeña en “llenar de pan las tinieblas, fundar otra vez la esperanza” que decía Neruda. Sin ellos somos poca cosa, grises habitantes de la ciudad de los paraguas rotos. C´mon.
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