El merecido descanso a toda una vida de trabajo tras la barra
Pedro Blanca echa la persiana de Casa Vacas tras 45 años de actividad profesional en Torredelcampo y con una idea muy clara: "Si volviera a nacer, volvería a ser hostelero"
"Si volviera a nacer, no sería otra cosa; he sido muy feliz en mi trabajo". Cuando alguien se expresa así, queda claro que lo suyo ha sido ejercer su vocación, y ese es el caso de Pedro Blanca Vacas, que por más que su DNI asegure que nació en Lérida en 1959, es más de Torredelcampo que el castillo del Berrueco.
Hijo de emigrantes, allí, en tierras catalanas, perdió a su padre cuando este contaba solo veintisiete años de edad, y con su madre, viuda con solo veinticuatro primaveras, comenzó un periplo laboral que lo llevó por diferentes locales hasta forjar al profesional que ha sido.
"Mi madre nos llevaba con ella a trabajar en la hostelería en los Pirineos, donde nací: a barrer, porque yo era un crío. Pero cuando iba por la noche a la cocina a tomarme un vaso de leche, los de la cocina me decían si quería irme allí de pinche. Yo se lo conté a mi madre y ella me dijo: 'Hijo, por lo menos ahí vas a tener comida". Y mira por donde, ahí empecé, el día de mi santo, San Pedro. Empecé ayudando y luego ha sido mi dedicación.
Décadas y décadas de esfuerzo junto a su esposa, Mati Moreno ("la verdadera artífice de Casa Vacas", afirma Pedro), que ahora se ve recompensado con el merecido descanso, desde que el pasado Domingo de Resurrección echaron el cierre para los restos.
"Han sido cuarenta y cinco años con el restaurante", aclara quien, en sus años mozos, se forjó también un nombre propio como futbolista en las filas del Torredelcampo CF, en aquellos tiempos en los que Ruiz Sosa o Antoñete formaban parte cotidiana del balompié provincial. "Me retiré con cincuenta y dos años, el fútbol ha sido mi vida", sentencia Vacas.
No en vano, y tras demostrar sus cualidades igualmente en el CD Hispania (que fundó), presidió la entidad, en la que dejó tan buen recuerdo como cuando se batía el cobre con el balón.
Admirado sobre el césped y detrás de la barra, Casa Vacas se va con una vitrina copada de reconocimientos gastronómicos, premios a la excelencia que se han ganado a pulso: "En mi casa han comido representantes de toda España, y de Jaén me conocen abogados, jueces..., por mi casa ha pasado lo mejor", comenta, satisfecho.
Padre de dos hijos (el mayor, llamado a sucederle si no hubiera sido por un problema de salud que lo hizo alejarse de la hostelería), sabe que le costará trabajo eso de pasar al otro lado de la barra: ser el cliente, en lugar del hostelero. Pero tiene tantos proyectos, que ese mal ratillo le durará nada y menos.
"Ahora me voy a dedicar a lo que siempre he añorado. Ya no juego, pero me gusta estar con Pepe Carvallo, con Ruiz sosa..., con los veteranos. Y andar, me gusta andar por la naturaleza; y dedicar tiempo a mis tres nietas, las dos que tengo aquí y la de mi hijo, en Algeciras; no hemos ido en los cinco años que llevan allí".
Y es que un bar no requiere solo el tiempo que va desde que abre hasta que cierra; luego, los días libres se convierten en colas de banco, pedidos, gestoría... "Ya no tengo nada de eso", celebra Blanca.
Podrá, entonces, visitar a sus familiares pirenaicos, regresar a los paisajes de su infancia catalana... "Quiero recordar mi niñez", dice. La vida le ofrece un banquillo inmejorable para hacerlo.
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