Sevilla abre la puerta grande de 'La Maestranza' flamenca de Jaén
Segundo Falcón y Manolo Franco hicieron disfrutar a la afición jiennense con un repertorio largo de cantes clásicos y un guiño a los palos mineros de la provincia
Llenazo en los 'tendidos' de 'La Maestranza' jiennense del flamenco el pasado sábado. No era para menos. La Peña de aquí confeccionó un cartel de primeros espadas del cante y el toque que en cuanto pusieron los pies sobre el 'ruedo' de la calle Maestra derrocharon eso que, en una plaza, habría que calificar como 'torería'.
Sí, Segundo Falcón huele a jondura por los poros de sus cuatro costados, por donde le trasmina el aroma a la sangre flamenca de los Janega de la misma manera que a un marqués que se precie se le adivina la nobleza nada más que por los andares o la forma de estarse quieto.
No a cualquiera lo lanza a los escenarios un mito del cante como don Antonio Mairena, que cuando recibió la llave del cante en el 62 entendió que, además de para adornarle las estanterías de su casita sevillana, le venía de perlas para abrir caminos a quienes tuvieran el privilegio de llamar su atención. Segundo Falcón es de esos.
Bajo los altos techos finiseculares del antiguo Lyon D'Or, el artista oriundo de El Viso del Alcor derrochó compás y conocimiento; deleitó por alegrías a su manera, hizo taconear en sus sillas hasta al más marmolillo cuando se arrancó por malagueñas; por soleá, un poco más y hace presente al mismísimo José Illanda en el templo jiennense de la jondura, y en su repertorio no faltaron ni seguirillas de Tomás el Nitri ni la que muchos llaman la madre del cante, la caña. Tiró también de los palos de ida y vuelta y, por guajiras, su voz laína alcanzó instantes cimeros.
Pero no solo eso, no. Tenía a su lado a un himalaya del toque (como lo hubiera calificado Andrés Segovia, que sabía la tira de flamenco aunque se ganase la vida con las cosas de Bach, Villalobos o alguno de los clásicos que hubieran dado media vida por sonar en su guitarra). Manolo Franco es un 'Barón' de la guitarra y eso se nota, vaya que si se nota. A ver si no cómo iba a salirles como les salió esa taranta jaenerísima que remató con unos tangos de La Carlotica como solo saben hacerlo los grandes, como lo hacía Rosario López, por poner un ejemplo emocionante.
De nada faltó en una cita que volvió a dejar claras varias cosas; una, que a Paco Cañada no se le va a olvidar nunca mientras haya hueco en el aire para un melisma, mientras a memoria y justicia sean conceptos indisolubles. La otra, que la Peña Flamenca de Jaén sabe sacar pañuelos cuando hay que sacarlos, callarse ante una maravilla cantada de la misma manera que lo hace el público de Sevilla con un natural hondo, y mantener su estatus de auditorio serio hasta con las hojas de sus puertas verdes cerradas a cal y canto.
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