Pepa y Domingo: una pareja muy querida en Santo Tomé
A sus 88 y 87 años, respectivamente, el matrimonio disfruta de la tranquilidad de su pueblo y el aprecio de sus paisanos tras toda una vida de trabajo en el campo
Mucho más sonrientes que la pareja que Grant Wood retrató en su célebre Gótico Americano muy pocos años antes de que Pepa y Domingo llegaran a este mundo, la verdad es que este matrimonio de Santo Tomé refleja en sus rostros la dureza de toda una vida de trabajo agrícola, mientras las miradas de ambos evocan juventud, unas inmarcesibles ganas de seguir adelante y la alegría de quien duerme, noche tras noche, con la conciencia en paz.
Hablando del retrato de Wood, ni ella ni él sostienen una horca, para nada: una seta, mejor dicho una señora seta es lo que esgrimen ante el objetivo de una cámara que los inmortaliza en las calles de su pueblo, donde se les quiere a rabiar.
Sí, Josefa Fernández Martínez y Domingo Almansa Cepillo (Santo Tomé, 1936 y 1935) son dos tomeseños que están más cerca ya de las nueve que de las ocho décadas de existencia y ahí los tienen, estupendos, activísimos, más esplendorosos que el hongo que uno de sus cuatro hijos les regaló hace unos días:
"Yo me he volcado siempre con ellos; eché una alpaca en mi parcela para ellos, les crié una alpaca de setas y qué quiere un hijo, pues llevarle lo mejor a sus padres", comenta Francisco Almansa Fernández. Qué bonito eso...
"De Santo Tomé de toda la vida" (aclara Domingo a este periódico), la historia de la pareja está completamente vinculada al campo, excepto el "año y pico" que él pasó en tierras guipuzcoanas "de mocico".
En cuanto pudieron se hicieron con un pedazo de tierra, que se curraron bien durante años y años para que a sus hijos no les faltase de nada: "Se han dedicado siempre al campo, han tenido olivas y los dos, además, siempre rebuscando, lo mismo aceituna que trigo, algodón...", explica Francisco Almansa.
Será por eso, por su estrechísima relación con el mundo rural, por lo que se les rompe el alma cuando miran al cielo y no ven una gota de agua ni de lejos, como el propio Domingo deja claro:
"La sequía la llevamos muy mal, muy mal, esto lo he vivido otras veces pero tan largo, no. He conocido sequías, pero no tan largas", lamenta.
Lo que no perdonan (caigan chuzos de punta o arda el lorenzo) es su desayuno diario, cita inexcusable que cumplen a rajatabla:
"Siempre van juntos a comprar el pan, a tomarse su tostada por la mañana, y todo el mundo los conoce; son muy agradables, es una pareja muy querida por el pueblo", asevera su hijo Paco, y Domingo apostilla: "Estamos muy a gusto en Santo Tomé, si no nos habríamos ido". Eso es hablar claro y lo demás, tonterías.
Luego, a sus cosas, sus 'mandaos', sus recuerdos, esa cotidianidad maravillosa (o eso pensaba Kafka) que en el caso de Domingo no renuncia, a estas alturas de la película, a un ratico de tarea entre olivos: "Yo es que lo necesito, lo necesitamos para vivir", afirma.
Según su hijo Francisco, ambos han sido y son inmejorables como padres, abuelos (de siete nietos) y hasta bisabuelos (de dos bisnietos), "ejemplares", sentencia. "Ellos quieren que todos los domingos estemos todos allí con ellos, venimos de vez en cuando pero no queremos darles trabajo, que nos tengan que hacer de comer, son ya muy mayores".
Como padres, abuelos, bisabuelos... ¡y como tomeseños!: "Nosotros somos personas que no nos metemos con nadie", concluye Domingo Almansa Cepillo, y el silencio cómplice de Josefa Fernández Martínez, su mujer, lo suscribe. Ese silencio rural, como el del cuadro de Wood.
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