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Catalán adoptivo y madridista pero, ante todo, de Chilluévar

Por Javier Cano - Noviembre 18, 2023
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Catalán adoptivo y madridista pero, ante todo, de Chilluévar
Pepe Serna junto su esposa e hijas, ataviados para un partido del Real Madrid. Foto cedida por Pepe Serna.

José Serna Castro lleva más de medio siglo fuera de su pueblo natal junto a su familia, pero asegura que no pasa ni un solo día sin acordarse de su patria chica

Un 5 de agosto de 1953, Pepe Serna abrió sus ojos a la vida en plena sierra de Cazorla, en Chilluévar. Y a día de hoy, setenta años después y desde la lejanía, toda su nostalgia (como le pasaba a Neruda con su Chile de su alma) tiene el nombre de su patria chica: 

"Me acuerdo cada día que me levanto, sí... Lo añoro mucho", comparte, y apostilla: "Es un pueblo muy bonito, muy pequeño pero con mucho encanto".  

Lo dice desde Parets del Vallés (Barcelona), su tierra adoptiva, un municipio de alrededor de veinticinco mil habitantes donde le nacieron sus dos hijas y su única nieta.

Hasta allí lo llevó un viaje en busca de futuro cuando apenas levantaba un palmo del suelo, de la mano de sus padres, y allí, a la orilla del Tenes, se hizo a sí mismo a fuerza de trabajo y tesón hasta conquistar su sitio en el mundo y, de paso, le dio a los suyos una vida más que digna:  

"Fue en el año 1962 cuando emigramos a Cataluña; estaba la cosa tan mal en Chilluévar y ya éramos cuatro hijos; solo había trabajo en la aceituna, así que hubo que salir zumbando de allí".

Nada más llegar, el primer destino de los Serna Castro fue Tarragona, donde anteriormente se había asentado su familia materna: "Allí estuvimos siete años, y cuando ya tenía yo dieciséis nos vinimos aquí, a Parets. Había mucho trabajo, llegabas por la mañana y esa misma tarde ya te podías enganchar a trabajar", recuerda. 

Aprendiz de panadero, de poco le sirvió a José la briega entre harinas y hornos. Su futuro estaba en otro gremio: "Empecé de nuevo en Parets. Fui a una fábrica de muebles y me dijeron que si quería, al día siguiente ya podía trabajar. Recuerdo que nos pagaban novecientas pesetas a la semana, en el año 69".

En esa empresa curró hasta principios de la década de los 80, cuando tuvo que reinventarse: cosas de la fatalidad que, andando el tiempo, se convirtieron en esa ventana que, a la par que se cierra, abre todo un balcón con vistas:

"Cuando el golpe de Tejero, habíamos empezado a fabricar para Arabia y otros países y la fábrica se fue a pique; los trabajadores nos quedamos con ella. Estuvimos un par de años que no funcionaba, porque cuando una cosa no es tuya todos queremos mandar y era un lío, así que decidimos venderla, nos indemnizaron y cada uno para su casa".

Vamos, que se convirtió en un parado pero, eso sí, con muchas ganas de no parar: "Como con eso no llegaba para comer, encontré un trabajillo. Yo saba montar muebles de cocina, pero además le dije al dueño que me iba con él un par de semanas sin cobrar, para aprender; asi fue. Estuve un año allí, y ya en el 85 me salió un trabajo donde estaba trabajando mi mujer".

 Junto a uno de sus hermanos, en su época de colegial en Chilluévar. Foto cedida por Pepe Serna.
Junto a uno de sus hermanos, en su época de colegial en Chilluévar. Foto cedida por Pepe Serna.

María Mendieta se llama, chilluevense como él aunque tuvieron que ir a conocerse y a juntarse, precisamente, a ochocientos kilómetros del Santo Reino:

"Llegó  un año después que yo, era de mi pueblo pero yo no la conocía. Y un día que iba con su primo, estábamos en el bar y se la presentaron a un primo mío, no a mí, pero se ve que cuando me vio se quedó enamorada de mí", evoca Serna.

Así empezó la cosa, y ya llevan más de cincuenta años de vida en común que, si se repasa con la sensibilidad suficiente, da para un buen guion sesentero:

"Ella trabajaba en una multinacional alemana, Dual, que hacía tocadiscos, los mejores platos que había por entonces. También la echaron, y nos quedamos los dos parados". Menuda papeleta, ¡pero de ahí a venirse abajo! Todo lo contrario. Como en las comedias españolas de Martínez Soria o López Vázquez, no lo dudaron y se arremangaron sin moverse de casa:

"Viendo que no salía nada, porque era un año malo, más o menos en el 82, nos compramos una maquinilla de tricotar, y nos sacábamos mil pelas cada día; así salimos. En el 84, mi mujer se metió en una multinacional alemana, y al año entré yo. Aunque hasta entonces me ganaba bien la vida con los muebles, aquello no era vida, te mandaban a Barcelona, a Badalona..., a pisos cuarto o quinto sin ascensor, todos los días subiendo muebles de cocina, estaba reventado".

Y lo que, en principio, era un contrato para quince días, terminó convirtiéndose en una trayectoria profesional de treinta y cinco años, que se dice pronto. 

"Entré de peón y al año me hicieron supervisor de planta de producción, sin estudios ningunos. Empecé a saber cómo funcionaban las máquinas, y los ingenieros de planta me preguntaban qué carrera tenía. '¡La del galgo!', les decía yo. Y así hasta los 61, cuando me jubilé; estaba harto, la verdad. Éramos 160 personas y las llevábamos entre 2 o 3". Como el entrenador de un gran equipo, más o menos.

Por cierto, que el fútbol, y más en concreto el Real Madrid, son palabras mayores en su casa. En sus redes sociales abundan las fotos merengue, y en cuanto se le pregunta por este asunto, responde, con una mezcla de satisfacción y aceptación de su destino blanco: "¡Hombreeee!".

"Cuando gana el Madrid la Liga, pongo la bandera; antes ponía la cinta con el himno del Madrid, y los vecinos y los amigos decían: 'La tarde que nos va a dar el Serna!".

Y es que es un hombre de querencias, tanto que podría haber firmado aquellos versos de Miguel Hernández... "Una querencia tengo por tu acento, /  una apetencia por tu compañía / y una dolencia de melancolía / por la ausencia del aire de tu viento".

Sí, lo dice hasta cuando no habla, es como esa piedra que perdió su centro en la soleá de la Serneta desde que abandonó (porque no quedaba otra) los paisajes, los olores de su Chilluévar. Y si pudiera... "Estamos aquí, más que nada, por mi nieta, porque tiene trece años y vamos a buscarla al colegio, al pueblo de al lado. Está todo tan mal que no la dejamos sola". 

Hasta que el covid se coló en la historia reciente de la humanidad, Pepe y María no faltaban un par de veces al año a la cita con su pueblo en vacaciones, Navidad, Semana Santa... "Quizás alguna vez nos volvamos allí", añade mientras se lamenta de la situación provocada, a su parecer, por el movimiento independentista: "Eso es lo que me trae a mal vivir, desde que empezó". 

Lo tiene fácil. Sabe que, si regresan, su pueblo los recibirá con los brazos abiertos a la vez que, delicadamente, los cierra y los aprieta para no dejarles marchar de nuevo. Si eso ocurre algún día, Lacontradejaén procurará estar allí para contárselo a sus lectores. 

 Con Raúl González, uno de los iconos del madridismo. Foto cedida por Pepe Serna.
Con Raúl González, uno de los iconos del madridismo. Foto cedida por Pepe Serna.

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