Poder y no querer
Hace unos días el Ayuntamiento presentaba varios proyectos de intervención en la ciudad que pretende ejecutar con cargo a los fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, o lo que es lo mismo, de ese maná post-covid procedente de la Unión Europea con el que se aspira a preparar nuestras ciudades y países para los retos de las próximas décadas, sobresaliendo entre ellos los efectos del cambio climático. Concretamente, se pretende enmarcar dichos proyectos en la convocatoria de ayudas para la implantación de zonas de bajas emisiones y transformación sostenible de la movilidad urbana.
Suena bien, ¿no? En principio, no podría haber mejor noticia para una ciudad que a pesar de su reducido tamaño, lleva años en el deplorable ranking de las más contaminadas de España. Desgraciadamente, basta un rápido vistazo a las actuaciones propuestas para darse cuenta de que lejos de tratarse de un proyecto de transformación de Jaén, de su movilidad y de su espacio público, no es más que una suerte de postureo verde con el que captar algunos millones de euros para remozar determinadas zonas de la ciudad, como si nada hubiéramos aprendido desde aquellos tiempos del tristemente famoso Plan E.
Parece que no se alcanza a entender que entre los objetivos principales de una Zona de Bajas Emisiones está la reducción de las emisiones de CO2 y otros gases nocivos en toda la ciudad. O sea, que adecuar un par de calles en un entorno ya prácticamente peatonalizado no es poner en marcha una ZBE, ya que para que ésta sea efectiva en la lucha contra el cambio climático y a favor de la salud, debe tener el tamaño suficiente para provocar un trasvase de los modos de transporte más contaminantes hacia la movilidad activa y el transporte público de cero emisiones. En román paladino, que sea más incómodo coger el coche que ir andando, en bicicleta o (esperemos que algún día) en tranvía. Mucho nos tememos que el resultado de las actuaciones, lejos de ser recuperar espacio para las personas, ganar superficie verde o retirar coches particulares de la circulación, sea el que parece haberse obtenido con las demás peatonalizaciones que ya se han efectuado en el centro: facilitar la ocupación del espacio público por parte de la hostelería y convertir nuestras calles en una terraza de bar king size.
Mención aparte merece la propuesta en relación con lo que no nos atrevemos a llamar infraestructura ciclista. A pesar de que vivimos en una ciudad hostil para hacerlo, cada vez somos más las personas que usamos la bicicleta en nuestros desplazamientos diarios, no sin jugarnos un poquito la vida en ello, todo hay que decirlo. A esto ha contribuido sin duda el auge de la bici eléctrica, de la que el Ayuntamiento y la Universidad hacen bandera cada año cuando llega la Semana Europea de la Movilidad y organizan su correspondiente evento de una mañana. Pero nadie parece querer hacerse cargo de que para circular en bici en condiciones de seguridad, hace falta una verdadera red de ciclovías por toda la ciudad, y no solo algunos carriles bici desconectados de todo y en las afueras. Queda claro que la visión de la bicicleta que tiene el equipo de gobierno del Ayuntamiento es la de un objeto de ocio, para los domingos, y no la de un medio de transporte libre de emisiones y tremendamente eficiente, como se ha mostrado en muchas partes del mundo.
En definitiva, está bien crear itinerarios peatonales y ciclistas, pero si realmente se quiere cambiar el modelo de movilidad y rebajar las emisiones contaminantes, esos itinerarios tienen que tejer una red que permita su uso diario en la vida cotidiana de la gente, y las actuaciones que aquí se han propuesto desde luego no persiguen eso. Hace falta bastante más audacia y menos miedo al cambio.
El tren hacia las ciudades del futuro ya ha arrancado, y parece que los gobernantes de Jaén están dispuestos a dejarnos en el andén, una vez más. Quizá para siempre.
Sara Martínez, exconcejal del Ayuntamiento, y David Palomino, responsable de Comunicación de Verdes Equo Andalucía, comparten la autoría del texto.
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