El mar de olivos 'inunda' Granada en los pinceles de Ramón Moya
El pintor quesadeño apoya la candidatura del olivar como Paisaje Cultural Patrimonio de la Humanidad en su última exposición
En su libro Retornos de lo vivo lejano, Rafael Alberti recuerda a Juan Ramón Jiménez como a aquel maestro de la poesía al que "le llevaba estrofas / de mar y marineros...".
Como el poeta (y pintor) gaditano del 27, Ramón Moya (Quesada, 1946) "le llevaba dibujos periódicamente" no al creador de Platero sino al genio de la pintura que fue Zabaleta, quesadeño como él mismo del que guarda un privilegiado recuerdo de cercanía: "Cogía mis dibujos, me los corregía y me daba cuatro indicaciones", evoca Moya.
Sin más bagaje artístico que esa relación genio-discípulo y una vocación de toda la vida que, a sus ochenta inviernos, sigue fresquísima el pintor jiennense no deja de crear y, en cuanto puede, de compartir con los amantes del arte el fruto de su inspiración:
"Me ha costado mucho trabajo, porque además no ha sido mi vida profesional. Yo me he dedicado a la alimentación, pintaba en los pocos ratos libres que me dejaban el trabajo y la familia. Pero siempre que he podido coger hueco he pintado, he expuesto incluso".
Ahí está Olivo: árbol de la vida, la ciencia y el bien, que expone en la Cámara de Comercio de Granada (su tierra adoptiva desde hace tres décadas) hasta el próximo 31 de enero. Una "colección de treinta y dos olivos", en sus propias palabras, y una familia aceitunera de claro aliento 'zabaletiano' con los que, además, reivindica la candidatura del paisaje del olivar como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad:
"Sí, me uno a esa petición, que mis cuadros sirvan de alguna manera para reivindicar esta solicitud", sentencia el pintor. Un hermoso manifiesto que desde las paredes de la Cámara granadina clama con voz de pincel para que el mar de olivos desemboque en la lista de la Unesco.
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