Carmen y Lola: el emocionante reencuentro con las raíces
La sangre villargordeña corre por las venas de las protagonistas de este reportaje, donde conviven el exilio en tiempos de guerra y el amor a la tierra natal
"Estoy en una asociación de teatro en mi pueblo [Nuevo Baztán, Madrid]; estábamos haciendo una teatralización en Fitur, me di un paseo con mis compañeras, para despejarnos un poco, y cuando vi el cartel de Villatorres dije: '¡Esto no puede ser, es lo que siempre me ha contado mi madre!'. Me llevé una alegría, fue muy emocionante, me paré y dije 'tengo que hacerme una foto para mandársela a mi madre".
Así empezó esta historia, en las instalaciones madrileñas de la Ifema, durante la última edición de la Feria Internacional de Turismo, que si para muchos supuso la primera toma de contacto con potenciales destinos de todo el mundo, a cual más exótico y lejano, para Lola Rubio Berrios trajo consigo un inesperado y feliz reencuentro con sus raíces villargordeñas.
Efectivamente se tomó esa foto junto al alcalde, Miguel Manuel García Moreno, con el que charló, evocó ancestros y refrescó su cariño a la tierra materna, y hoy, junto a la autora de sus días, hacen partícipes a los lectores de Lacontradejaén de una historia entrañable que por más kilómetros que acumule, termina siempre en la patria chica, en el solar del corazón: "¡Cuán querida es de todos los corazones buenos su tierra natal!", escribió Voltaire. Pues eso.
"El alcalde me produjo una impresión grata, me pareció una persona muy agradable, un chico muy cercano, y me dio mucha alegría ver que era una persona muy joven. En el pueblo donde vivo, pertenezco a una asociación de hermanamiento con un pueblo francés y todo mi afán es trabajar con los jóvenes, que al fin y al cabo son nuestro futuro. Que sepan que se pueden meter en muchas cosas, que hay un abanico de posibilidades muy grande, que se impliquen. Por eso me encantó que fuera un alcalde joven", explica Rubio.
UNA HISTORIA DE EXILIO Y SUPERACIÓN
La madre de Lola (y de su hermana Yolanda) se incorpora a la conversación; espléndidamente lúcida y vitalista a sus ochenta y siete inviernos, Carmen Berrio García (el apellido delata su estirpe jiennense) guarda en su memoria la emotiva crónica de una historia de exilio y superación, que comparte generosamente en estas páginas digitales:
"Mi padre, Lorenzo Berrio Jiménez, fue alcalde de Villargordo antes de yo nacer, antes de la Guerra; con cuatro añitos me quedé sin él, porque se lo llevaron a la cárcel. Éramos cuatro hermanos y mi madre, con cuatro hijos, tenía veintiocho años entonces".
Todo un lustro pasó entre rejas aquel alcalde republicano que, nada más ser liberado, regresó a su pueblo de su alma sin imaginar que lo que encontraría en él no sería calor ni abrigo y que, para él, aquello del gran Schiller de que "la libertad existe tan sólo en la tierra de los sueños" iba a ser cualquier cosa, menos verdad.
"Lo soltaron, pero no lo querían en Villargordo; entonces tomó la decisión de irse del pueblo, a Torrequebradilla, que era Churriana. Allí nos fuimos a vivir al palacio (está todo en ruinas, tengo una foto)", rememora, y la voz se le ilumina al saber que, hoy por hoy, la vieja y singular mansión rural de la casa condal de Torralba ha iniciado el camino de la recuperación: "¡A ver si puedo ir a verlo cuando esté arreglado!", exclama.
Y es que en ese nobilísimo predio, aferradas a sus muros, quedaron muchas y trascendentales vivencias de los Berrio García:
"Allí nació una hermana mía, que ahora tiene setenta y siete años", pone como ejemplo Carmen. Dos años, más o menos, pasaron bajo el palaciego techo hasta que Lorenzo, tras vender las tierras que heredó de sus mayores, determinó iniciar una ambiciosa aventura: la de concederle dignidad de vida a los suyos:
"Mi padre, como no tenía trabajo, decidió venirse a Madrid, porque tenía un compañero de prisión aquí que le buscó trabajo de albañil. Nos vinimos todos". Once añitos contaba ella cuando llegaron a la villa y corte.
Allí terminó casándose con un "madrileño de raíces asturianas", José Rubio Doblado, chapista-pintor que, en plena época de carencias no lo dudó, hizo las maletas con su mujer e hijas y tomaron el camino de un país vecino, tan cercano como próspero:
"Recién casada nos fuimos a Francia, porque aquí estaba la cosa todavía muy mal. Un amigo le buscó trabajo y hemos estado allí casi quince años. Allí nacieron mis dos hijas".
De Villargordo a Torrequebradilla, de allí a Madrid, salto a tierras galas y, en cuanto pudieron, de regreso a la capital de España:
"Yo añoraba mucho a mi madre, la veía una vez al año y quería estar con ella, estaba delicada. A los dos años y medio de volver, falleció", lamenta Carmen Berrio. Se entristece, sí, pero le alivia el luto recordar a mamá [Dolores García Martínez], devotísima del patrón de Villargordo, el Señor de la Salud, a cuya bajada de la ermita a la iglesia volvió en varias ocasiones.
Igual que ella misma, que en cuanto la vida se lo ha permitido no ha faltado a su cita con el soberbio Crucificado del XVI que es el amor de los amores de las gentes del municipio donde nació y tiene su museo el pintor Cerezo.
Sí, nada importa en la memoria sentimental de los Rubio Berrio que Lorenzo (aquel alcalde republicano para el que la libertad no fue sinónimo de regreso) tuviera que poner tierra de por medio, involuntariamente:
"No guardamos rencor, y además tengo allí familia todavía", comenta Carmen, y apostilla: "Mi padre tenía tres hermanos, él era el segundo, y yo he ido cuando todavía vivía mi tío Juan Francisco, fui a su boda". La última vez, "hace unos veinte años", con su marido, en un viaje que les mostró un Villargordo "muy cambiado", en el que ya, prácticamente, "no conocía a nadie".
Pero allí siguen, como las pilas o el Paseo, parientes y allegados: "Tengo primas también casadas con hijos de Juan Francisco, que era maestro de escuela. El otro hijo, que llamamos Juanito, era de Correos", aclara la matriarca. Y añade:
"Mi madre tenía una prima, cuando iba a bajar al Señor de la Salud paraba en su fonda, un bar y una pensión que tenía en la plaza; se llamaba Brígida". Lo dicho, que si fuese por la memoria que conserva, al DNI de Carmen Berrio habría que restarle seis décadas.
Una mujer cuyo acento es ya más castellano que andaluz pero que, rodeada de sus hijas, de una hermana y "cuatro nietos preciosos", guarda el mejor de los recuerdos de su patria chica... ¿Chica? Con permiso de los hermanos Álvarez Quintero, la más grande.
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