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RELEVO DE GANADERAS

Por Fran Cano - Septiembre 28, 2019
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Loli Castro ha hecho una compra cargada de significado en su familia: es la propietaria de cerca de un centenar de ovejas que su madre gestionó sola durante seis años en El Saltadero de Valdepeñas; el relevo de ganaderas se ha consumado

Por hacer otra vida.
Por regresar a la infancia.
Y porque siempre se sintió bien rodeada de animales. Loli Castro (Valdepeñas, 1984) compró hace un mes en torno a un centenar de ovejas que eran propiedad de su madre, María González. El relevo entre ganaderas no es común en Jaén. Tampoco es mayoritaria la figura de la mujer ganadera. E incluso el propio relevo generacional genera siempre dudas en el sector. Contra todo eso rompe la historia de la madre y la hija. La primera cierra un ciclo que ha supuesto la sublimación de un reto; la más joven empieza ahora para cambiar de vida y ya muestra una posibilidad más a sus dos hijas.

Son las cinco de la tarde del jueves 19 de septiembre de 2019, y en una nave de las Eras del Mecedero, en Frailes, Érika (11 años) y Tatiana (9) siguen los pasos de la madre, Loli Castro. Es la hora de alimentar a todos los animales que hay en la nave: patos, gallinas, conejos, codornices, pavos, un par de chotos, gatos y hasta un perro que ha dejado la siesta para otra tarde. Todos revueltos y —parecen— en máxima armonía.

—A veces duermen unos encima de otros —dice la ganadera, mientras revisa que hay comida y agua en cada jaula. Muy cerca de la nave hay una parcela donde ahora están en torno a medio centenar de ovejas. El resto de las cabezas están El Saltadero, paraje de Valdepeñas donde creció Loli Castro.

Si recuerda la infancia y la adolescencia, la escena es similar a la de hoy: entonces también había cabras, gatos, pavos y perros. El padre se llamaba Antonio Castro y siempre fue ganadero. La hija recuerda que el oficio del silencio, de lidiar con animales que no son mascotas sino sustento económico, era su forma de entender la vida. Castro tuvo el apoyo de María González. También el de Loli Castro y de su hermano. Todos tenían que ayudar.

—Yo lo hice hasta que me fui a trabajar a Menorca —cuenta ella.

Como tantos jiennenses, Loli Castro emigró a Baleares en busca del trabajo que no encontraba en Jaén. Entró en contacto con el ritmo de los hoteles y de los bares. Y la hostelería tomó tanto protagonismo que todavía sigue, ya en segundo plano. Con el tiempo supo que buscaba otro ámbito. Menos ruido.

LA GANADERA DE LA FAMILIA TOMA EL MANDO

Un martes de febrero de 2012 Castro llevó al colegio a las niñas antes de ir al restaurante donde cocinaba en Santa Ana (Alcalá). Recuerda que llovía a mares. Al poco de incorporarse al trabajo, un allegado la llamó: le dijo que que el padre estaba "muy malo" y que ella tenía que ir rápido al hospital. Cuando se reencontró con los familiares constató que le habían cambiado el verbo a la realidad. Que el padre ya no estaba. Un infarto repentino se lo llevó con 57 años.

—Fue un palo. De un momento a otro. Nadie lo esperábamos. Cuando se trata de una enfermedad, la cabeza va preparando el momento. No supimos qué hacer —cuenta Loli Castro a este periódico desde el salón de la casa que habita en Frailes.

El punto de inflexión de la historia de María González, la madre, llegó en aquel momento. Tenía que decidir si seguía con el negocio. Es decir, tenía que decidir si se quedaba en las 150 hectáreas de El Saltadero con un centenar de ovejas y 300 cabras. Loli Castro recuerda que ella no podía en ese punto replantearse un giro laboral. Y la madre decidió asumir la empresa sola.

La casa de María González es muy grande y está próxima a la de las prácticamente cuatro familias que viven en El Saltadero. El primer año de González al frente del ganado fue, reconoce la hija, "muy difícil". Por más que estuviese acostumbrada, el asunto ganó complicaciones. Por ejemplo, la mujer no tenía coche y tenía que andar de un lado a otro para faenar. El ganado es sacrificio, y las cabras representan en mayor medida esa atención diaria: los momentos de la comida, de sacarlas, de llevarlas de regreso a la nave, de extraer la leche y de estar al quite se suceden cada 24 horas.

Transcurrieron seis años uno detrás de otro para María González en El Saltadero. Sólo ella sabe qué ha representado ese tiempo y cómo ha hecho lo que ha hecho. La hija no oculta la admiración: la madre ha estado por encima del reto. Ha dominado las circunstancias.

LA DECISIÓN: COMPRAR Y SEGUIR CON EL OFICIO

Hace aproximadamente un mes María González puso fin al periplo de la ganadera. Vendió sobre 260 cabras y también puso en venta las ovejas. Loli Castro sólo quiso a las segundas en la operación de compra porque representan más libertad, menos sacrificio que las cabras salvo en el momento de la paridera. Tomó la decisión junto con José Sevilla, su pareja.

—Él me lo propone. Lo hablé con mi madre y lo acordamos —dice Loli Castro.

El relevo es reciente y se ha gestado desde ese impulso y con un deseo: ella está materializando el paso de la restauración al campo después de más de una década en la cocina. Ahora, cuenta, quiere dedicarse al olivar y a la ganadería.

—Queremos estar tranquilos. Vivir para nosotros, como hicieron mis padres —expresa.

El reto ganadero pasa por llegar a las 200 cabezas. Aclara que será posible sin prisas y también con la complicidad en El Saltadero de María González, liberada ya de la primera línea de trabajo.

Quién sabe qué harán en el futuro Érika y Tatiana, muy atentas a los pasos titubeantes de los chotos que guardan en Frailes. Si continúan con la ganadería, bienvenidas al gremio. Según la madre, es un trabajo como cualquier otro. De los que precisan estar al aire libre, mancharse algo más que las botas y vivir pendiente de los animales. Hay que echarle ovarios.

Fotos y vídeo: Fran Cano.

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