Reportero
Mi última duda existencial es si tatuarme o no los nudillos. La arrastro desde que se los tatuó un íntimo amigo. En 2011 estuvimos a punto de matarnos en la carretera; mi amigo fue incapaz de atropellar a un conejo. 'Hold fast', grabado letra a letra en cada nudillo, significa 'mantente firme'.
La de antes es una de las historias que he contado en internet desde que empecé a exponerme en 2010, cuando aún estudiaba Periodismo. Entrevisté hace poco a Raúl Beltrán, coordinador de 'Viva Jaén', y me llamó la atención su defensa de la carrera; yo soy de los que recomiendo cursar la ciencia social que más seduzca al futuro reportero y luego completar la formación con un master periodístico. Sí coincido con Beltrán en su defensa de la redacción aseada y en la importancia de la calidad más allá del soporte.
El soporte, creo, ya no es un debate si el objetivo es llegar a más audiencia. La calidad es otra historia, valga la redundancia: en el seno de LaContracrónica aprovechamos los primeros cafés de la primavera para entender al lector. Entender al lector es un misterio que a mí tanto me fascina como me provoca desazón. Entender al reportero también se ha vuelto complicado: ¿importa más lo que propiciará un trabajo periodístico —eso que los posmodernos llaman 'posverdad'— que el propio periodismo?
Pedro J. Ramírez (El Español), Manuel Jabois (El País) y Agustín Rivera (El Confidencial) tienen razón cuando sostienen que estamos ante la edad de oro del periodismo. "Hay poco empleo, pero también mucho que hacer", afirmó Rivera en una entrevista. El oficio en internet es fascinante, un escenario privilegiado para quienes nos definimos con la etiqueta de 'reportero'. Los 'contracroniqueros' hemos soltado amarras: ya navegamos en la incertidumbre.
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