"He superado dos crisis graves y es fundamental pedir ayuda"
Rosa María Guillén Arenas (Frailes, 1990) empezará en septiembre un nuevo comienzo como orientadora educativa en Andalucía. En el momento de la entrevista con Lacontradejaén, en la segunda semana de agosto, aún no sabe cuál será su próximo instituto (finalmente el destino es Adra, en Almería). Lleva como interina desde 2019 y cuenta lo malo y lo bueno de un trabajo que, según denuncia, vive momentos complicados: la autoridad del profesor está más cuestionada que nunca.
Licenciada en la Psicología por la Universidad de Granada, Guillén es socia de la asociacion Papageno, compuesta por profesionales que tratan la prevención y posvención del suicidio. La jiennense tomó parte en un documental que aún no ha visto la luz y hoy comparte con los lectores de este periódico los momentos más duros de su vida. Lo hace desde la convicción de que contarlo ayuda a los demás. Y si lo cuenta es también porque sabe que hay luz después de la oscuridad. "Es muy importante pedir ayuda", insiste.
—¿Por qué decidió hacer una tesis doctoral sobre los suicidios en la Sierra Sur?
—Yo terminé la licenciatura en Psicología y quería hacer un máster. No me cogieron y mi segunda opción era Antropología Física y Forense. Era un mundo nuevo que me interesó bastante. Ahí conocí a quien fue mi pareja durante cinco años, y él estaba haciendo la tesis doctoral de Arqueología. La investigación cada vez me llamó la atención y pensé en hacer mi tesis sobre el tema de los suicidios, porque ya había leído varios libros de Manuel Amezcua, que también había abordado el asunto de los curanderos en la Sierra Sur. Nunca se había hecho un estudio concreto que explique el porqué de la tasa tan alta de suicidios en esta comarca, y eso hacía que me interesa aún más el tema. Me puse en contacto con gente de las universidades de Granada y de Jaén, y nadie quería dirigir un tema tan complejo...
—Muy vasto también.
—Sobre todo es un tema tabú. Encontré a una mujer, tuve un par de tutorías con ella, pero no me contestaba y no me llegué a matricular. Mi idea era avanzar la tesis, matricularme cuando ya la tuviera desarrollada y publicarla en un par de años. Pero no tuve respuesta. Busqué a otro hombre en la Universidad de Jaén (UJA), tuvimos una reunión, me dijo que sí, que sus alumnos en prácticas podrían ayudarme con las encuestas, pero igualmente la cosa se quedó parada y dejó de contestarme. No volví a insistir, porque me matriculé en el máster del profesorado y me puse a estudiar con las oposiciones.
—¿Hasta dónde pudo llegar? ¿Qué trabajo hizo?
—Leí varias tesis. Una era muy curiosa y explicaba que los herbicidas que utilizan las avionetas para curar los olivos y demás podrían influir en el estado anímico, más depresivo de las personas. También hay otras tesis sobre el tema del litio, que es un antidepresivo. Durante mi etapa en el Ayuntamiento de Frailes, como me llevaba bien con los concejales, pude analizar el agua, que se hace cada tres o seis meses. Así solicitamos una muestra específica para el litio, para ver si había alguna alteración o algo, pero tenía niveles estables. Luego también leí sobre los nogales, que al parecer sueltan alguna sustancia que adormece a algunos animales, pero no llegué a encontrar nada en claro.
Me puse en contacto con Manuel Amezcua y me dijo que está completamente seguro que el asunto de los suicidios es por la parte social, por las creencias religiosas de la zona. Él ha investigado mucho el asunto de los curanderos y explica que es muy concreto de la Sierra Sur de Jaén. Hice la comparativa buscando en el INE la tasa de suicidios y mi sorpresa es que la primera zona con la tasa más alta era en Galicia. Le hablo de hace cinco o seis años, aproximadamente. Puede haber variado. Después de Galicia, en segunda posición, figuraba la Sierra Sur. Y la similitud son las creencias: allí creen mucho en las meigas y en el mal del ojo, por ejemplo.
—Ése es el vínculo que halló.
—Sí, luego entendí que aquí, en el sur de Jaén, falta todavía inteligencia emocional. Si a la gente le hablas de ir al psicólogo lo siguen asociando con la idea de estar loco y falta capacidad para expresar lo que uno siente. Tras vivir en varios pueblos y ciudades me he dado cuenta de que aquí se muestra una cara de puertas para afuera y luego por dentro quizá hay personas amargadas o que están sufriendo. Lo de pedir ayuda y decir 'estoy mal' se sigue interpretando como un signo de debilidad. Otra cosa muy común aquí es la naturalización del lenguaje con expresiones tan duras como 'hoy estoy para agarrar un ramalillo y me ahorco'. Eso no se puede normalizar, porque te crías con ello y de alguna manera lo interiorizas.
—¿Pudo entrevistar a personas con tentativas o a familiares con casos?
—No, no me dio tiempo. Sí que me entrevistaron a mí, porque yo tuve ideas suicidas cuando me preparé las oposiciones para profesora. Lo pasé tan mal que la presión pudo conmigo y acabé teniendo ese tipo de ideas. A la Sierra Sur vino Sonora Estudios a hacer un documental y me entrevistó Álvaro Langarica, un periodista del País Vasco. Hasta donde sé, le están dando forma al material y quieren también incluir un toque de ficción.
—Ya que lo ha comentado y es tan valiente de abordarlo: cuando habla de idea suicidas no es pensar en el suicidio, sino que se proyecta haciéndolo. Ir más allá del concepto, quiero decir.
—Claro, una cosa es tener pensamientos o ideas suicidas y otra, llevarlo a cabo. Como bien ha dicho, cualquiera en un momento puede decir 'qué mierda de vida...', pero nunca te lo planteas en serio, no pasa de ser un comentario. Yo llegué a un punto en que continuamente, en mi día a día, en cualquier cosa de mi entorno veía la forma de suicidarme. Si veía un espejo, enseguida en mi mente pensaba 'rompe el espejo y córtate las venas'. Cuando trabajaba en un restaurante y veía los cuchillos grandes, me proyectaba cogiéndolos y cortándome.
—¿Eran pensamientos intrusivos o algo más peligroso?
—Son pensamientos que obedecen a un nivel de estrés y ansiedad muy elevado. Llegan los ataques de ansiedad y te mermas físicamente. Si no buscas ayuda desde el primer momento, no sabes cómo gestionarlo. Y eran pensamientos que me daban miedo. Lo hablé con mi pareja en ese momento y con mi mejor amiga. Me daba miedo porque me veía capaz de hacerlo.
—Y pidió ayuda profesional.
—Sí, lo hice. Un día mi madre me reprochó la actitud que yo tenía y fue cuando la cabeza mi hizo un clic y me di cuenta de que llevaba tiempo mal.
—¿Cuánto?
—Empecé las oposiciones en septiembre y cuando fui al médico era ya febrero. Fue por la presión. No quería decepcionar a nadie, y fue un cúmulo. Hablé con mis padres y de nuevo tuve ese asunto del tabú, porque no estamos acostumbrados a hablar de lo que sentimos y de lo que nos afecta. No fui capaz de hablarlo a la cara con mis padres; se lo conté a través de un mensaje en el grupo de WhatsApp de la familia, donde están mis padres y mi hermano. Ahí escribí que sólo quería morirme y que tenía esos pensamientos. Mi madre y mi abuela fueron a buscarme enseguida, llorando. Así pedí cita al médico y me derivó al psiquiatra, que no me quiso mandar medicación. Me busqué una psicóloga privada, porque las citas con el psiquiatra en la sanidad pública eran cada mes o cada dos meses. Hasta junio me recetaron un ansiolítico, porque tenía unos niveles de ansiedad muy grande. Al pasar los exámenes, mi cuerpo se liberó y empecé a tener ataques de ansiedad muy continuos. Ahí sí tuve tratamiento de antidepresivos durante una época.
Y a los años volví a tener otra crisis muy grave, de nuevo con medicación, pero no he vuelto a tener pensamientos de este tipo, porque empecé con el psicólogo, me apunté al gimnasio, hice yoga y meditación. Al final, es un proceso de conocerte y saber cómo funciona tu cuerpo. Y a la mínima mides y gestionas todo. De esa manera me metí en la asociación Papageno.
—Su caso demuestra que se puede salir de ese pozo. Supongo que lo más complejo es vivir la sensación de que no hay salida.
—Claro, tú piensas que no hay salida, pero tienes que pararte a analizar los motivos. Mi vida en esa época era buenísima: tenía pareja y la quería muchísimo; tenía trabajo; vivía con mi familia y la relación era sana; no tenía problemas económicos. Era todo la ansiedad de la presión y de no decepcionar. No fui consciente de todo hasta que acudí al psicólogo, que me dijo que o me lo tomaba de otra manera o tenía que dejar de estudiar. La suerte es que me presenté a las oposiciones, aprobé sin plaza y así he ido trabajando. No he vuelto a ponerme en serio con las oposiciones. Si me pongo delante de los apuntes rememoro aquella época y llega la ansiedad... Sigo trabajando para volver a enfrentarme a esa situación.
—Ahora es jurado del certamen periodístico que promueve Papageno. ¿Cuál cree que es el error más común que cometemos los medios al informar de los suicidios?
—Hace tiempo se consideraba que contar un suicidio provocaba la incitación.
—El efecto llamada. Eso nos dicen a los periodistas en la facultad.
—Pero se ha probado que no. Hay un montón de estudios que te dicen que no es así. Lo importante es tratar la noticia sin morbo. Y lo más recomendable es no comentar ni el método ni el lugar del suicidio. Además, es importante que se dé voz a testimonios reales y sobre todo valoramos mucho que en las noticias haya información de los teléfonos de contacto para pedir ayuda. Hay muchas personas que entran en el bucle y desconocen que hay un teléfono (024) habilitado las 24 horas los 365 días del año. El problema es que cuesta pedir ayuda, y al final todo en la vida tiene solución y yo no se la veía. Cuando pasa el tiempo te das cuenta de que sí es posible.
"LOS CENTROS EDUCATIVOS NO ESTÁN PREPARADOS PARA RESPONDER ANTE UNA MUERTE"
—¿Tuvo claro lo de estudiar Psicología?
—Yo siempre había querido hacer Biología. Pero cuando tenía 16 años mis tíos tuvieron un accidente de tráfico. Un hermano de mis padre, su mujer, mi prima y mi primo. Mi tío murió en el acto; mi tía, al día siguiente; mi prima al día siguiente, y sólo quedó vivo e ileso mi primo, que tiene 24 años ahora. Lo pasé fatal y no tuve la oportunidad de ir ni al entierro ni al cementerio ni a nada. Nunca me había enfrentado a algo así y en el instituto los profesores me veían llorando. Nadie me preguntó qué me pasaba. Seguí el curso adelante, como si nada. Tuve un duelo patológico varios años. Al siguiente curso me matriculé en la optativa de Psicología. Creo que inconscientemente la vida me ha llevado a que ningún otro alumno adolescente pase lo yo pasé sin ayuda.
Desde el coronavirus se está dando un aumento importante de problemas de salud mental, sobre todo en adolescentes. Hay ataques de ansiedad diario, síntomas depresivos e ideaciones suicidas. Este año he abierto siete protocolos en Chiclana de la Frontera. Es cierto que es un pueblo muy grande, y el instituto tiene mil alumnos. Éramos dos orientadoras. Es decir, yo cubría quinientos. Siete protocolos, con casos de autolesiones, es mucho. Nos enfrentamos a situaciones muy complicadas. Aunque me haya especializado en ser orientadora educativa nadie nos forma para enfrentarnos a esto. Tengo mucha empatía y, cuando veo a los niños sufrir como yo lo hacía hace años, se me cae el mundo encima.
—Claro.
—Yo intento ayudar todo lo que pueda, pero no tengo los medios suficientes.
—¿Por qué se especializó como orientadora?
—Estudié Psicología por el asunto familiar que he comentado y después hice el máster de Antropología. Cuando acabé la carrera pensé que me iba a costar mucho dedicarme a la psicología clínica con los problemas que yo ya tenía para gestionar mis propios asuntos. No sabía qué hacer y al final descubrí el máster del profesorado. El tema de la docencia siempre me había gustado mucho. En el trabajo fin de máster también tuve problemas, porque había tema libre y lo hice de pedagogía didáctica de la muerte. También me costó encontrar a un profesor que quisiera dirigirme el trabajo. Los centros educativos no están preparados para que el profesorado responda ante la muerte de un profesor, de un alumno o del padre de un estudiante. No lo sabemos. No hay protocolo establecido.
—Y si hay, por ejemplo, un accidente de tráfico que implica a un familiar de un alumno. ¿Quién lo comunica? ¿La dirección?
—Nunca me he enfrentado a eso gracias a Dios, pero tengo una compañera que tuvo que lidiar con el intento de suicidio de un alumno en los baños del instituto. A la directora o a la jefa de estudios le dio un ataque de ansiedad y tuvo que actuar.
—Hizo lo mejor que pudo con los recursos que tenía.
—Como si se lo hubiese encontrado usted. Es que no sabes qué hacer. Mi trabajo consistía no sólo en la búsqueda de un protocolo para situaciones así; la muerte forma parte de la vida. ¿Por qué se sigue viendo un tema tabú? Hay países como México que incluso celebran la muerte. Aquí si muere alguien lo primero es que los niños pequeños no acudan al funeral. ¿Por qué lo ocultamos? En mi trabajo sólo buscaba normalizarlo. Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Finalmente, me dieron la enhorabuena y ahora sí está mas normalizado.
—El término 'orientar' es tan genérico que le voy a pedir que describa en qué consiste su trabajo más específicamente. ¿Cómo es su día a día?
—Los orientadores tenemos, a nivel de horario lectivo, las mismas horas que cualquier otro profesor. Pero la mayoría son en nuestro despacho. Nos pueden asignar docencia en materias como Psicología o Aprendizaje social y emocional, que es una optativa de cuarto de Secundaria. Las clases que siempre impartimos son las tutorías específicas de Diversificación, integrado por el grupo de alumnos a los que les cuesta un poco más el ritmo de clase. En estos grupos las materias se agrupan por ámbitos y un profesor da clases de asignaturas diferentes. Trabajamos también habilidades sociales, autoestima o técnicas de trabajo intelectual.
—Ahí sí hay cuerpo a cuerpo con el alumnado.
—Sí, sí. Hay una hora a la semana con tercero y otro con cuarto. Son grupos de máximo quince alumnos, pero son complejos por las características de cada estudiante. Yo recurro mucho a los juegos didácticos. En el despacho, en nuestro día a día, los orientadores detectamos si los alumnos tienen necesidades específicas de apoyo educativo. Por ejemplo, si creemos que un chico puede tener dislexia, iniciamos el protocolo y entrevistamos a a la familia, que nos autoriza las pruebas necesarias para comprobar si hay o no dislexia o discapacidad intelectual. Esas necesidades las detectamos con la ayuda del resto de profesores, que son los que aprecian si hay estudiantes que les cuesta más el cálculo matemático o la comprensión lectora. Además, cada semana nos reunimos con los tutores de cada clase. En la ESO las tutorías sirven para trabajar las ideas que proponemos los orientadores o las directrices a nivel de centro.
—Lleva trabajando en institutos desde 2019. ¿Cuáles son los desafíos educativos que ha detectado?
—Actualmente la carencia más grande es el poco respeto que los alumnos nos tienen a los profesores. El gran desafío es recuperar la autoridad.
—No es la primera profesora de su generación que me lo recalca.
—Tengo 33 años y empecé a trabajar con 29, y cada vez se nos pierde más el respeto. El problema raíz es la educación base que los estudiantes reciben en las familias. Hay padres que piensan que el instituto está para educar a los niños, y no es completamente así. Nosotros enseñamos conocimientos, educamos en valores, sí, para crear ciudadanos válidos, pero esos valores también tienen que llegar desde casa. Nos enfrentamos a alumnos que no obedecen: les dices que se sienten y no lo hacen. Saben que no podemos hacer nada, porque nos pueden denunciar. Y falta respeto. Hay niños que se portan mal adrede para que les pongan partes y sean expulsados. Luego hablas con la familia y el padre viene al instituto a gritarme y a culparme por la situación de su hijo. Qué se puede esperar así.
—¿Qué es lo más incómodo que ha vivido?
—Fue este curso. Estaba hablando con un alumno en el despacho, le dio un ataque de ansiedad y empezó a pegarse y a darse puñetazos en las piernas y en las paredes hasta que llegó jefatura. Me salí al patio llorando, con un ataque de ansiedad también. Me afecta muchísimo. Si analizas la situación del niño, lo entiendes perfectamente. Y el contexto es complejo, porque si la familia no tiene medios para llevar al hijo a un psicólogo privado, la situación se agrava. Son situaciones muy complicadas. Pero el reto es recuperar la autoridad y poder dar clase. Recuerdo que de niña yo llamaba a los profesores de 'don', y nada más entrar por la puerta te callabas. Eso se ha perdido. Ahora puedes estar diez minutos diciendo 'por favor, sentaos'. Y si alzas la voz, ya saben que te han ganado. Los móviles también imposibles de gestionar. Y el váper...
—¿El váper? ¿Fuman en clase?
—Está prohibido, pero en el cambio de clase, aprovechando que se va un profesor y viene otro, fuman váper. He tenido hasta que llamar a la Guardia Civil porque sabía que había droga en mochilas de alumnos. Me he dado cuenta de que las zonas de costa son realmente complicadas en la educación.
"ME ENCANTARÍA TRABAJAR DE ORIENTADORA EN MI ANTIGUO INSTITUTO"
—¿Cómo lleva la vida nómada de interina?
—No he repetido destino todavía, porque no lo he intentado. Al final, estar cada curso en un lugar diferente también te enriquece. Puedes aprender mucho del equipo directivo. En Almería el equipo es una maravilla, por cierto. Yo llevo bien la vida de interina porque no tengo hijos y puedo moverme, pero cansa. Vives con la maleta a cuesta y cada nueve meses tienes que instalarte. Estoy un poco cansada.
—¿Dónde le gustaría asentarse?
—Me encantaría trabajar de orientadora en el IES Alfonso XI de Alcalá la Real, donde estudié. Supongo que nos pasará a todos. Es complicado por la ratio. Si es un orientador por centro, hasta que no se jubile el compañero o compañera yo no tendría opciones. Pueden pasar 30 ó 40 años. Este año sí quiero quedarme cerca de Jaén para evitar la mudanza.
—¿Tiene la sensación de que hay más talento que nunca entre la juventud aunque no termina de florecer en puestos de trabajo?
—Tengo la sensación de que las leyes educativas cada vez ponen temarios más fáciles y creo que estamos perdiendo potencial. El nivel de ahora de primero de ESO es más bajo que el de hace 20 años, por ejemplo. Cada vez hay más jóvenes que llegan a la Universidad sin saber escribir bien y sin comprensión lectora. Hasta las universidades admiten que están bajando el nivel. A ver, más que perder el potencial creo que no llega a salir. Hay algo también en esto relacionado con el uso de los móviles. Los niños cada vez consumen más contenidos cortos y les viene grande leer un texto de tres páginas.
—Usted ha trabajado en la hostelería, empleo bisagra por excelencia. ¿Qué le dejó este ámbito?
—A mí me ha servido mucho para perder la timidez y ser capaz de enfrentarme diariamente a personas desconocidas. Es algo que todavía me sirve en mi trabajo de orientadora. Cada septiembre es un comienzo nuevo. He ganado habilidades sociales. Y la hostelería me ha permitido estar donde estoy. Así pagué el máster del profesorado y pude estudiar oposiciones en una academia. Tengo muy buenos recuerdos de mi etapa como camarera, que duró desde los 24 años hasta el fin de semana anterior a empezar en la educación. En la hostelería la fatiga es física; en mi trabajo el desgaste es más mental.
—Estudió un posgrado en la UJA y ha vivido la mayor parte de su vida en Jaén. ¿Cuál es la mayor urgencia en la provincia?
—Con mi visión de interina le digo que faltan infraestructuras a nivel de carreteras. Yo siendo de Jaén no quiero que me manden, por ejemplo, a Santiago de la Espada, Siles u Orcera. Tardo más en llegar a esos municipios que si me mandan a Cádiz. Es la urgencia más grande.
Las personas con conductas suicidas y sus familiares tienen disponible el 024, una línea de atención del Ministerio de Sanidad. También pueden dirigirse al Teléfono de la Esperanza (717/003/717), dedicado a la prevención de este problema. En casos que afecten a menores, la Fundación Anar dispone del teléfono 900 20 20 10 y del chat de la página https://www.anar.org/ de Ayuda a Niños/as y Adolescentes.
Fotos y vídeo: Fran Cano.
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