"A veces me paran el coche, me dicen que me baje y me dan un abrazo"
Profesor de Lengua y Literatura, voluntario, cofrade, pintor y, sobre todo, un hombre orgulloso de su tierra. Todo eso es Santiago López Pérez, un villargordeño que, un poco más relajado ya tras los fastos de estas últimas semanas en torno al patrón de su pueblo, permite conocer hoy a los lectores de Lacontradejaén a uno de los contadísimos jiennenses que puede presumir de haber gozado de la proximidad de una santa del siglo XX.
—Para los amantes del Zodíaco, señor López: ¿qué día y de qué mes nació?
—Un 17 de diciembre de 1964, una mañana de aguanieve para reventar, mi abuela siempre me lo recordaba: "¡Qué mal lo pasamos aquel día lavando pañales!".
— Diciembre de 2024, entonces, será para usted muy señalado: cumplirá sesenta tacos y, además, le regalarán la jubilación.
—Efectivamente, sesenta años, y ese regalito después de treinta y ocho de servicio.
—Casi cuatro décadas que abrocha en el IES Las Fuentezuelas de Jaén, su último destino.
—Si; primero fui maestro en Primaria, me mandaron a Segura de la Sierra.
—Yo lo creía filólogo, no maestro.
—Primero hice Magisterio por Filología Francesa y luego, como lo que realmente me ha atraído siempre ha sido la literatura, seguí estudiando Filología Hispánica, que acabé por la UNED.
—Le confieso que tras los últimos días vividos en Villatorres, concretamente en el núcleo de Villargordo, esta entrevista iba a tener lugar en un ambiente cofrade. No en vano, es usted presidente de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Salud, el patrón y desde hace nada y menos alcalde mayor a perpetuidad de su tierra y de su gente. Sin embargo ha preferido unas instalaciones docentes como escenario. Esto de la enseñanza, ¿fue vocación o es que le viene de familia?
—Bueno, mi hermano también es profesor de Francés y marcó un poco el camino, pero ya de pequeño, siempre, en el colegio, desde tercero de Primaria, tenía yo claro que quería ser como mi maestro don Antonio López Cañas, que falleció el año pasado y al que siempre le agradezco mi vocación, que en cierto modo e inconscientemente me inculcó él.
—A lo mejor no lo hizo de forma tan inconsciente y es que vio en aquel jovencísimo alumno a un pedagogo en potencia...
—Recuerdo una vez que, en Villargordo, me encontré con antiguos alumnos de Mengíbar y se dirigieron a saludarme. Alguno de ellos me dijo que quería ser profesor de Historia gracias a la vocación que yo le había inculcado, sin yo pretenderlo ni nada. Te empiezan a recordar anécdotas de las que yo ya ni me acordaba.
—Eso de que no se acuerda de antiguas anécdotas suena a modestia, que alguien dijo que es el complemento perfecto de la sabiduría. Se lo digo porque el pasado sábado 14, en la ceremonia de imposición del bastón de alcalde al patrón de su pueblo, le tocó a usted una lectura bíblica y dejó impresionado al personal: ¡no leyó, la recitó sin mirar el libro!
—Me la sé de memoria, sí; hay determinados pasajes que tengo memorizados. Por ejemplo, esa carta a los filipenses me encanta y cada vez que hay un cambio de respaldo o de fajín en la ermita, es la oración que rezo cuando presentamos a Cristo al pueblo.
—¿Satisfecho tras esa trayectoria profesional de treinta y ocho años? Le ha dado tiempo a asistir a algún cambio generacional y a muchos tecnológicos y de metodología.
—En mi trabajo, muy satisfecho. Sí que tengo que reconocer que desde el punto de vista administrativo, cada vez nos exigen más papeleos y más tonterías.
—¿Tonterías, Santiago? A ver...
—Digo "tonterías" con el pleno significado de la palabra: como digo muchas veces, creo que lo hacen para justificar el trabajo de los que están arriba, aunque a nosotros, los profesores, nos toque después fastidiarnos. Realmente tienen poca incidencia en la labor educativa del día a día con los alumnos, que es lo importante, que el alumno salga aprendiendo no solo a nivel instructivo, sino también como persona.
—Diciembre está a la vuelta de la esquina. ¿Echará de menos su trabajo, o está deseando que huela ya a Navidad y venga Papá Noel con su pensión bajo el brazo?
—A ver, estoy deseando que llegue y no, hay una mezcolanza agridulce, porque por una parte ves lo que te espera...
—¿Qué le espera a Santiago López Pérez?
—Quiero escribir un libro con todas las vivencias que tuve en Calcuta, me quiero dedicar a pintar, a leer, a cuidar a mi madre. Pero como soy maestro por vocación, lo voy a echar en falta evidentemente. ¡No tendré que madrugar!, eso es lo que voy a ganar. Pero el contacto directo con los alumnos, su simpatía, la confidencialidad con ellos... Busco no ser solo un profesor de Lengua sino ser una persona cercana a ellos, que a veces se me acercan y me cuentan sus problemas personales por si les puedo ayudar en algo; a veces lloran también conmigo, se desahogan. Yo les digo siempre que se preocupen de aprender, pero sobre todo de ser buenas personas. Y que busquen un trabajo que el día de mañana les haga felices. Y les dé de comer.
—Cambio de tercio: presidente de la Cofradía del Cristo de la Salud desde...
—Desde 2019.
—Pero vinculado de toda la vida a esa devoción tan arraigada en Villargordo, ¿no?
—Hace muchos años, sí. Un poco de rebote, pero ahí estoy. El otro día se lo decía al párroco [don Antonio Blanca]: en la providencia de Dios, todo tenía que pasar así para llegar adonde estoy ahora y ser utilizado por él.
—Todavía tendrá su retina poblada con todos y cada uno de los actos y cultos que el 175 aniversario de su cofradía ha generado. La última, ese nombramiento de alcalde mayor al Crucificado, una cita multitudinaria. ¿Cómo ha vivido esta intensa agenda? ¿La ha disfrutado, o han pesado más los malos ratos?
—Lo estoy disfrutando. A veces voy por la calle y me paran el coche, me dicen que me baje y me dan un abrazo; otras veces, un beso. Se agradece. No son cientos de felicitaciones, son miles.
—Eso lo tendrá a usted más ancho que pancho, claro.
—Hemos sido todo un equipo, no ha sido una sola persona: el Ayuntamiento, y Paco Jiménez [Francisco Jiménez Delgado], que ha llevado la voz cantante y ha hecho una labor impresionante, aunque yo tenía la confianza en él porque sabía perfectamente que había organizado otro tipo de eventos y había estado a la altura. El subdelegado del Gobierno, cuando terminó el acto, me dijo: "Enhorabuena, habéis marcado un listón muy alto, a ver cómo se supera". Ha sido una labor de equipo, pero sinceramente he terminado agotado.
—¿Tanto como eso, señor López Pérez?
—Agotado, sí. Tuve que dejar a mi madre (que tiene noventa y dos años y la tengo a mi cuidado) un poco desatendida, pero hice un pacto con el Señor de la Salud...
—¿Un pacto con Jesús de la Salud? Esta entrevista no sigue adelante si no aclara usted los términos de tan divino acuerdo.
—Le dije: "Señor, yo me encargo de Tus cosas y Tú te encargas de mi madre".
—¿Ambos cumplieron su parte?
—Sí, y cuando llegaba a casa encontraba a mi madre pletórica, contenta.
—Líneas arriba dice usted que lo paran por la calle y le hacen bajar del coche para abrazarle y hasta besarle. ¿Nadie para reprocharle algo, para echarle la bronca?
—Hay alguna voz disonante por ahí, pero está quedando fatal; si todo el mundo dice que todo salió maravillosamente bien, la voz disonante puede ser respetable, pero no puede llevar la razón. En Cinco horas con Mario, su viuda le dice en un momento dado a él, de cuerpo presente: —"No te creas tú que cada vez que protestabas y los demás decíamos que estabas equivocado, llevabas la razón". En esto hay un trasfondo de envidia, de recelo. Este tipo de eventos (como nos dijo el párroco), a todo el mundo no les pueden caer bien. ¡Pero es que me he encontrado con gente totalmente alejada de la fe que me ha dicho que le impresionó el acto, y hasta que les cuestionó!
—¿Qué argumentan esas voces disonantes, cuál es su queja?
—Se basan en mentiras, en falta de información; yo siempre digo lo mismo, y es que no hacen falta lenguas para criticar, sino manos para ayudar. A posteriori está muy bien decir que se tenía que haber hecho de una manera o de otra, pero a nadie se le cerró la puerta para implicarse.
—¿Le queda mucho tiempo en el cargo?
—Dos años.
—El profesor, el cofrade... ¿Y el voluntario, el colaborador de causas solidarias, sociales?
—Sí, desde hace ya muchos años; empecé como colaborador del grupo de misiones de la parroquia y a raíz de ahí se fue formando en mí un deseo de ir a vivir esa experiencia. Lo cumplí en el año 97.
—Tiene usted una historia apasionante, relacionada con Santa Teresa de Calcuta, a la que conoció personalmente y con la que mantuvo más de una conversación, ¿verdad?
—Sí, varios días y en varias ocasiones el primer año que fui a Calcuta; luego repetí cinco veces más, estuve seis años yendo allí. En 1997 ella vivía todavía, tengo una fotografía con ella del 5 de agosto, y murió el 5 de septiembre. En varios momentos me acercaba a ella y podíamos hablar tranquilamente.
—¿Qué impresión le causó esa experiencia? ¿Le ha marcado su vida?
—Sí. Con el tiempo, luego, te das cuenta de ese privilegio. Yo acompañaba a una amiga de Madrid, que no quería ir sola a despedirse de Madre Teresa, entonces iba con ella y yo veía que cuando aquella chica se volvía, estaba llorando. Me acuerdo de que la última tarde que pasé en Calcuta me fui al sagrario, a estar con el Señor, a meditar y reflexionar sobre lo vivido allí. Aquella tarde, después de comer, me salí al paso de aire, al paso de las puertas, porque en Calcuta el calor es espantoso.
—Perdone el inciso, ¿un calor peor que el de Villargordo, que el de Jaén?
—Sí, un calor húmedo, pegajoso; los ventiladores allí son necesarios, no un artículo de lujo.
—Se ha quedado usted en el paso de aire de las puertas, ¿qué ocurrió? Tiene al lector en vilo, Santiago.
—Ella, la Madre Teresa, estaba al otro lado, me vio y me dijo: —"Come, please, come" ["ven, por favor, ven"]; me fui con ella y hablamos un ratito. Me preguntaba en qué estaba trabajando, qué me parecía aquella experiencia misionera; incluso me preguntó si yo era de Italia, porque le recordaba mucho a un chico italiano del año anterior. En fin, así me llamó hasta cinco veces. Venía gente y yo me apartaba y me iba a la capilla, pero cuando se quedaba sola volvía a decirme —"come more, come more" [se emociona].
—Se le sube la lágrima a los ojos, Santiago, cuando recuerda esos instantes.
—Yo decía: "Señor, ¿por qué? No me merezco tanto, esta mujer que es una santa me está llamando para hablar con ella".
—¿Era consciente de lo que estaba viviendo, de lo que muchas personas darían por poder contar una experiencia como esa?
—Era consciente, sí, del pedazo de regalazo que me estaba haciendo el Señor.
—Está feo apostar, pero apuesto lo que quiera a que le habló usted del Cristo de la Salud, de Villargordo... Seguro.
—¿Seguro? Lo oyó y lo vio. Aquel primer año llevé el equivalente a unos seiscientos euros, recogidos entre amistades; luego, en otros viajes, llevamos miles. Aquel primer año llegué y cambié el dinero por rupias, me dieron un fajo de billetes y me presenté delante de ella con una fotografía del Cristo de la Salud y otra de la Virgen de los Dolores, y el paquete de dinero encima, y le dije: "Toma, esto para tus pobres". Tengo una foto en la que está ella con la boca abierta, al abrir el sobre.
—¿Reaccionó ella de alguna forma singular al enseñarle esas estampas?
—Sí, le llamó la atención del Cristo que tuviera el pelo tan largo, aunque en realidad eso llamó la atención de todas las misioneras. Pusieron la foto del Cristo en el refectorio, y al año siguiente me dijo la hermana Candelaria, de Nicaragua: —"¿Sabes que madrecita murió con la foto de la Virgencita de los Dolores en su celda?". Tengo muchas anécdotas de ese tiempo, de cuando Madre Teresa dejó de ser superiora de la congregación y quería dejar su celda para irse a dormir con todas las demás al barracón. Era muy humilde, muy humilde.
—Si se pierde, ¿podrían encontrarlo en Calcuta, o ya le vienen largos esos viajes?
—Sigo colaborando con Ayuda a la Iglesia Necesitada, pero Madre Teresa decía que empezaras por tu casa y tus vecinos y después te fueses fuera. Yo tengo Calcuta, ahora, en mi casa.
—Santiago LP es también la firma que aparece al pie de unos cuadros, los que usted pinta. ¿Esta faceta artística es pública, o aún permanece usted inédito en el panorama expositivo local, provincial...?
—Soy inédito, no he expuesto nunca. Yo empecé a pintar mientras cuidaba a mi hermano, que está enfermo; en esos ratos libres que tenía, estando yo en Lebrija, me apunté a un curso de pintura, pero le preguntaba al profesor y siempre me decía que iba muy bien, no me ayudaba. Me planteé que no tenía sentido seguir yendo, así que lo dejé. Prácticamente soy autodidacta.
—¿Se ha planteado presentarse como pintor, exponer? En su pueblo hay un museo importante, el Cerezo Moreno.
—Hombre, si me permiten exponer en mi pueblo, expondré. Es cuestión de programarlo.
—¿Por qué no se lo van a permitir? No es usted, precisamente, una persona anónima en Villargordo.
—Intento ser buena persona. ¿Que recibo palos?, pues también, pero yo no los doy. Alguna vez me puedo equivocar, pero a conciencia jamás.
—Uy, esto puede no entenderse del todo. ¿Se siente bien entre los suyos, entre sus paisanos?
—Evidentemente: Villargordo es un pueblo muy noble, con gente muy buena y muy servicial, sales por ahí fuera y no encuentras gente como la que encuentras en Villargordo. En Villargordo el amigo es amigo de verdad, y el vecino también. Es un pueblo entrañable, con muy buenas personas.
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