Impulsar el espíritu emprendedor desde las etapas más tempranas
La cultura en emprendimiento se presenta como una tendencia internacional que tanto países como instituciones educativas se enfrentan al gran reto de desarrollar, entre los ciudadanos, actitudes positivas hacia la iniciativa empresarial. La educación formal se convierte, por tanto, en una de las vías más utilizadas para fomentar el espíritu emprendedor y promover su desarrollo en todas las etapas educativas, desde la educación temprana a la educación superior.
En décadas anteriores, la educación para el emprendimiento estaba relacionada con el ámbito universitario y niveles de postgrado. A comienzos del siglo XXI, en el año 2000, el Consejo Europeo de Lisboa dejaba constancia de que la iniciativa emprendedora debería de naturalizarse en el sentir de los ciudadanos. Esta declaración originó varias reformas educativas, en la mayoría de países, subscribiendo la inclusión del emprendimiento en el currículo de todas las etapas educativas, dado que su implementación es un proceso a largo plazo.
Si queremos conseguirlo debemos formular una estrategia integrada y coherente que cuente con la participación activa de todos los agentes implicados a nivel nacional, regional, local y educativo. Educación, por su parte, está apostando por políticas orientadas al crecimiento integral del alumnado capaz de impulsar el desarrollo intelectual a través de la creatividad e innovación, el desarrollo social mediante la búsqueda del bien común y el desarrollo moral, con la construcción de valores éticos. Estas capacidades evidencian que la cultura emprendedora no sólo se debe manifestar en un ámbito empresarial, también en un orden personal y social.
La propuesta de la educación en emprendimiento es desarrollar conocimientos y habilidades emprendedoras en el alumnado desde dos perspectivas: propias de la gestión y derivadas del comportamiento emprendedor.
En el caso de la primera perspectiva, referente a las habilidades necesarias para crear una empresa y su organización están relacionadas con el “management” y suelen enseñarse en las últimas fases del proceso educativo, es decir, en la formación profesional, las etapas universitarias, formación en postgrados e incluso, investigación y escuelas de negocios.
La segunda perspectiva, concerniente al comportamiento emprendedor, según Gribben (2006) está relacionado con la personalidad emprendedora, el pensamiento crítico y las actitudes necesarias para identificar nuevas oportunidades, reconocer nuevos recursos y actuar sobre ellos. En educación es el enfoque con el que se debe potenciar la iniciativa emprendedora en edades tempranas de aprendizaje, primaria y secundaria, preparándolos para tomar buenas decisiones y generar sus propias respuestas en situaciones inciertas frente a un entorno cambiante. Además, hemos de tener en cuenta que los jóvenes absorben con mayor facilidad las nuevas ideas y los nuevos métodos.
Habría que decir también que el emprendimiento se ha convertido en objeto de estudio, entre otras causas, por la transformación que han sufrido las grandes empresas pasando de generadoras de empleo, en décadas anteriores, a ser destructoras de empleo como consecuencia de las nuevas tecnologías, automatización, robótica, inteligencia artificial, tecnologías de la información y telecomunicaciones, que reducen costes a expensas del ahorro en mano de obra, principalmente. De hecho, el emprendimiento es clave como base para la creación de empresas, contribuye a mejorar la empleabilidad e impulsa el desarrollo económico, con la consiguiente mejora en la calidad de vida.
En definitiva, el objetivo del sistema educativo es formar a jóvenes en emprendimiento, que sean capaces de crear valor en el mercado y convertir su idea de negocio en un proyecto de éxito, crear algo diferente a lo que ya existe, mediante la creatividad y la innovación. De ahí que el contexto educativo debe abordar esta problemática aportando elementos de formación que estimulen el espíritu emprendedor, fomenten la iniciativa empresarial y mejoren así, la empleabilidad de los jóvenes, de tal manera que contribuya al desarrollo económico y social de los individuos y de los países.
Es obvio que cada vez se observa más cómo los centros educativos, en todos sus niveles, se esfuerzan por utilizar en sus clases, métodos más adecuados para desarrollar dichas habilidades y conocimientos en el estudiantado. En el caso de Bachillerato y FP, para fomentar la iniciativa emprendedora, el alumnado desarrolla a lo largo del curso un proyecto empresarial, en el que demuestra la viabilidad técnica, social y económica de la idea de negocio. Para conseguirlo se requiere de la coordinación de un personal docente y expertos dotados de conocimientos y habilidades especificas necesarias para inculcar la mentalidad empresarial y completar un proyecto de empresa íntegro y riguroso.
Desde SECOT colaboramos con Educación en promover la iniciativa emprendedora, que no consiste únicamente en la enseñanza de crear y gestionar una empresa, debe incluir también la formación en competencias que impulsen actitudes y habilidades esenciales como la creatividad, la innovación, el autoempleo, la autonomía, el pensamiento crítico, la tolerancia a la incertidumbre o la capacidad comunicativa y relacional, entre otras. Todas ellas bajo el paraguas de la ética. Porque en empresa “no todo vale”.
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