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Los finales de cuatro grandes series de televisión

Por Fran Cano - Julio 14, 2019
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Los finales de cuatro grandes series de televisión
Escena de ‘Juego de Tronos’. Foto: IMDB.

Ojo, spoiler | Existen el final redondo de The Wire; el desenlace abrupto y coherente de Los Soprano; el cierre lógico y triste de A dos metros bajo tierra, y el amor sacrificado en aras de la paz en Juego de Tronos

Espero estar en una piscina enorme bebiendo Martini con limón cuando ustedes, queridos lectores de En Cursiva, lean esta pieza. La he escrito antes de irme, y es la madre de los spoiler. Ya están avisados: voy a comentar los finales de mi santísima trinidad sumada a la serie del momento —no he visto aún Breaking Bad. Cerrar las historias es lo más difícil. En el arte y en la vida.

Juego de Tronos. Junio y julio han sido menos áridos gracias a la ficción de los siete Reinos. He devorado las ocho temporadas en turnos de tarde y noche, a veces disfrutando del contenido, como en La batalla de los bastardos; otra veces he mirado la pantalla entre el sueño y la vigilia, como con las tramas estiradas y banales del Gorrión Supremo y la maduración guerrera de Arya Stark. ¿Qué pienso del final? Había una presión de los fans importante, y yo defiendo que el creador siempre tiene que estar por encima de las expectativas estéticas de la audiencia. Es un error querer gustar; la idea es mantener el discurso y creer en tu obra. El final es correcto, porque de nuevo está Jon Nieve, el alma pura de la historia, demostrando que es capaz de cualquier cosa por la paz de los hombres. Hasta de asesinar a Daenerys, su reina, mujer de convicciones hitlerianas tras arrasar Desembarco del Rey.

The Wire. Uno de mis mejores amigos quiso ser crítico de cine, lo es en la intimidad y ha visto The Wire seis o siete veces. Cada temporada es un documento con ambición periodística. Es la realidad sólo aliñada por personajes improbables y definitorios como el bandolero Omar. El desenlace es quizá el más esférico de las ficciones modernas: es casi un no-final, porque David Simon, padre de la criatura, te dice que después de tantas horas y de tantas tramas todos los actores sociales seguirán afrontando los mismos problemas en Baltimore. Por eso mi amigo la ve y una otra vez.

Los Soprano. Como escribió Javier Marías, los mejores momentos de la serie no son las balaceras ni los derramientos de sangre, sino las tensiones internas de la familia expresadas, por ejemplo, en los momentos de la comida. Los patos sobrevolando la piscina de Tony Soprano; la depresión del hijo; las conversaciones del mafioso con la psicóloga, y el cariño desmedido de éste con los animales. Ahí no hay una bala y todo es cine de primer nivel. Desde esa lógica el final de Tony es en un restaurante, con su familia, y no en un callejón ni en un descampado. Aquella pantalla en negro generó controversia, pero los seguidores de la serie ya estaban avisados: Tony había filosofado sobre la muerte con uno de los suyos rodeados de agua. Después llega la sutileza de la hija queriendo aparcar junto al restaurante, equivocándose una y otra vez. Se pone la muerte y se quita uno, que dice Antonio Gala.

A dos metros bajo tierra. Hablando de la muerte, todavía algunos extrañamos a la familia Fisher. Allan Ball supo dar lecciones sobre la vida contando cómo era trabajar rodeado de cadáveres. Quien llega al final de A dos metros bajo tierra ya sabe qué le espera: ver a todos los personajes desfilar una tras otro, como muere gente en el inicio de cada episodio. El cierre son nueve minutos en los que vuela el tiempo y se suceden los fallecimientos de todos mientras Claire Fisher inicia, en el presente, una huida en coche a ninguna parte. La canción pone los pelos de punta. Un ejercicio de síntesis bellísimo en sintonía con la esencia de la ficción. 

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