Syfy 14: Psicópatas para dar y tomar
Tres días repletos de cine de género dan para mucho en la Muestra Syfy. No fue menos esta 14 edición con una variada propuesta fiel a sus señas de identidad: terror, fantasía y animación almibaradas, en esta ocasión, con dos superproducciones muy bien recibidas tanto en la apertura como en la clausura. Los madrileños cines Palacio de Prensa acogieron —por segundo año consecutivoؙ— al participativo, cinéfilo y bullicioso público de la muestra. Un fiel colectivo autodefinido como mandanguers y guiado por Leticia Dolera, actriz y líder espiritual del buen rollismo de esta atípica fiesta del cine en la que una mala película puede convertirse en una gozosa y divertida experiencia.
Abrió Logan el maratón cinéfilo en la noche del jueves, una proyección inaugural a la que no pudimos asistir pero bien recibida por el público a tenor de sus impresiones sobre el cierre de la trilogía basada en el popular mutante de Marvel.
El viernes ya sí nos incorporamos al club de adictos al chute anual de muestra con la primera película de las sesiones vespertinas. Dejaré, a continuación, unos breves apuntes sobre lo visto entre tantísimo material exhibido.
Worry Dolls (2016, Padraig Reynolds)
La norteamericana Worry Dolls es un despropósito propicio para echarse unas risas a costa de la vergüenza ajena generada por cada uno de los elementos de su producción. Un caótico guión mezcla un thriller policial sobre la investigación de un asesino en serie con una estúpida historia de terror sobre posesiones asesinas. Ya el arranque hacía presagiar lo peor, y así fue. Primera cinta con psicópata y primera que pasaba a la estantería de sólo apta para reírse a su costa. Afortunadamente, en esta edición de la muestra, no abundó tanto material desechable como éste. El reparto, encabezado por un inexpresivo Christopher Wiehl, está a la altura de su desdeñable producción. Segundo largo de Padraig Reynolds trufado de lugares comunes y secuencias mal resueltas al que sólo exoneró su capacidad como catalizador de cachondeo grupal.
47 Meters Down (2016, Johannes Roberts)
Por suerte, el tono se elevó con otra propuesta de EE UU. Sin llegar al notable, y pese a contar con una introducción dramática bastante absurda, 47 Meters Down funciona como desasosegante survival con tiburones. Dos hermanas se toman unas vacaciones por una playa de México para ahogar las penas sentimentales de una de ellas en alcohol y fiesta. Decididas a quemar algo de adrenalina adicional, ambas aceptan el reto de dos lugareños a sumergirse en una jaula y ver cómo nadan los grandes tiburones blancos de la zona. Algo falla, y la lucha por la supervivencia de las dos será el banderín de enganche de un filme capaz de inquietar con una historia trillada (el año pasado, Infierno Azul recuperó esta agradecida temática con éxito), aunque añadiendo matices claustrofóbicos bastante acertados.
Stop Over in Hell (2016, Víctor Matellano)
Muy a pesar del público que aplaudió al equipo de este western patrio durante su presentación, la película de Víctor Matellano fue el gatillazo del día y, probablemente, de toda la muestra. La película es un continuo querer y no poder. Quiere homenajear a un tipo de western con bandido psicópata al estilo de los creados por Gian María Volonté para los spaguetti de Leone, pero ni se aproxima. Quiere emular al Tarantino de Los odiosos ocho y a su propuesta de tensión teatral inspirada en Agatha Christie, pero queda en un burdo remedo. Incluso intenta copiar la estética de violencia explícita de los filmes del realizador de Tenesse, y también naufraga. Tampoco está acertado Matellano con un guión repleto de largos soliloquios puestos en boca del personaje central, el despiadado Coronel, cuya inclusión lastra el soporífero ritmo de la película y resultan otro mal calco de la verborrea diletante tarantinesca. La cinta quedará para el recuerdo de los mandanguers por el chascarrillo “¡Cubaaa!” a cuenta de uno los miembros de la cuadrilla del Coronel.
The Good Neighbor (2016, Kasra Farahani)
Buena apertura para las sesiones vespertinas del sábado con The Good Neighbor. El debutante Kasra Farahani dirige una película de temática muy vigente, bien hilvanada, lastrada por algún bajón rítmico, pero muy solvente en lo artístico y con una elegante resolución que invita a la reflexión. Un James Caan (El Padrino, 1972) recuperado para el cine en pequeñas producciones como ésta dota a su personaje de un halo de misterio que esconde su verdad bajo el disfraz de viejo solitario y malhumorado. Él será la víctima de un par de adolescentes aspirantes a youtubers de éxito. Pretenden vender su gamberrada como un experimento de estudio del comportamiento, aunque la broma se les terminará yendo de las manos. La película cuestiona la creciente moda de aspirantes a estrellas del vídeo por Internet a costa de la intimidad ajena y de difundir contenidos sin escrúpulo alguno. Entre el thriller y el drama oscila este filme con moraleja que dosifica la información en provecho de su relato.
I Am Not a Serial Killer (2016, Billy O’Brien)
La propuesta irlandesa contaba con la alquimia de ingredientes típica de una película de la muestra: humor negro, argumento original y un toque de ciencia ficción a modo de propina. El adolescente John Wayne Cleaver es un obseso conocedor de la carrera criminal de los más famosos asesinos en serie. Preocupado por embridar esa querencia suya por la sociopatía, Cleaver suele charlar con un terapeuta recomendado por su madre, quien, a su vez, regenta una funeraria que constituye un ambiente nada propicio para las raras ideas del chaval. Una serie de asesinatos en el pueblo traerá mucho trabajo a casa y despertará la curiosidad de Cleaver por saber quién ahí tras tan tanta muerte violenta. El registro interpretativo de Christopher Lloyd, el mítico Doc de Regreso al futuro, sorprende por su inquietante presencia, tan dispar a sus papeles más reconocidos. En general gustó la cinta de O’Brien y fue una de las mejor acogidas.
Pet (2016, Carles Torrens)
En el filme dirigido por el español Carles Torrens vuelven a tener protagonismo los psicópatas. La cinta se adentra en una relación tóxica con un buen primer giro de guión inicial y con un desarrollo posterior más convencional y previsible. La posesión del otro en una pareja y la enfermiza obsesión por quererlo reconducir a nuestro terreno a la fuerza constituyen algunas de las ideas de este thriller funcional y entretenido. Se deja ver, aunque la evolución de su metraje cae en la rutina una vez se le agotan los conejos de la chistera.
31 (2016, Rob Zombie)
El popular músico, metido a revitalizador de slashers y del terror más sanguinolento, vuelve a dirigir un filme muy del gusto de sus incondicionales. Ambientada en los setenta, época de la que es deudora el cine de Rob Zombie, relata el secuestro de cinco artistas de circo durante una de sus giras. La pandilla de psicópatas que lo atrapa los obligan a participar en el 31, un macabro juego en el que deberán luchar por su supervivencia enfrentándose a varios psicokillers contratados para darles caza. Mucha sangre gratuita y una conseguida atmósfera de repugnancia no son suficientes para sostener esta violenta cacería desprovista de originalidad que la eleve y otorgue un lugar destacado en su género.
Lake Bodom (2016, Taneli Mustonen)
Lake Bodom se basa en una historia real de crueles asesinatos ocurridos en Finlandia. La propuesta que abrió las sesiones del domingo es un slasher que funciona en su arranque, pero termina por pasarse de vueltas tras su giro argumental entregándose a una espiral violenta mal integrada con la introducción inicial. El filme de Taneli Mustonen relata la excursión de cuatro adolescentes al lugar donde, años atrás, asesinaron a cinco personas en un crimen aún sin resolver. Ninguno de los cuatro, aun creyéndose cada uno seguro del motivo de su presencia allí, sospecharán del terrible destino que los aguarda.
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Your Name (2016, Makoto Shinkai)
Sin ser un entendido ni un adepto al anime japonés, esta cinta, elevada por los incondicionales a instantánea obra maestra del género, me sorprendió por el derroche de imaginación puesto al servicio de su incombustible historia de amor, de almas gemelas conectadas y meteoritos. Con ese toque de humor japo tan particular y una animación tradicional de bella factura, la película me pareció muy entrañable, a ratos emocionante y, sobre todo, muy original
Crudo (2016, Julia Ducournau)
Precedida de un coro de elogiosas valoraciones tras su paso por diversos festivales, la cinta de Ducournau utiliza el canibalismo como reclamo, pero reflexiona con agudeza sobre divesos asuntos. La protagonista Justine, encarnada por una gran Garance Marillier, se halla ante el descubrir de instintos primarios adormecidos hasta entonces por una disciplinada vida habituada a cumplir expectativas ajenas y acatar prohibiciones. Esos autodescubrimientos le sobrevendrán tras comenzar sus estudios de veterinaria en una residencia en la que los novatos son sometidos a diversas vejaciones para integrarse en la gregaria convivencia del centro. Una vez desvelada su propia naturaleza, Justine se debatirá entre darle rienda suelta o ir contra su incontenible querencia. La película se proyectó aludiendo a las vomitonas entre el público de proyecciones previas, aunque, salvo un par de escenas especialmente desagradables, el resto del metraje no es para tanto comentario preventivo.
Kong: La isla calavera (2017, Jordan Vogt-Roberts)
La cinta de clausura deparó un par de horas de puro disfrute palomitero. Ambientada en los setenta, en el final de la guerra de Vietnam, la película de Vogt-Roberts está rodada con un pulso narrativo brutal y cuenta con una estética epatante puesta al servicio de un relato propio de la serie B, aunque con toda la parafernalia de una gran superproducción. La enésima revisión del mito de Kong, además, se disfruta por su sentido del humor, un reparto coral excelente y unas secuencias de acción modélicamente filmadas. Su cruce entre cinta de aventuras, bélica y de terror es saldado con éxito y confirma al director de The Kings of Summer como un realizador de brillante porvenir.
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