TESOROS EN BUSCA DE DUEÑO
El territorio jiennense alberga, según la tradición, un buen número de riquezas por descubrir después de siglos escondidas y a la espera del hábil cazatesoros que dé con ellas
De leyendas anda Jaén sobrado, la provincia rezuma mitos y, en el capítulo de la tradición oral, el mar de olivos puede presumir de un buen número de apasionantes historias de tesoros que sacar a flote.
Castillos, cerros, las singulares caserías del campo jiennense, mansiones palaciegas, casonas de moros o judíos que anduvieron por estos lares e, incapaces a la hora de llevárselos con ellos, se vieron obligados a dejar en sus propiedades cofres repletos de joyas, monedas o virguerías por el estilo que, luego, muchos buscaron y no encontraron o que, en algunos casos, ni siquiera han despertado el interés de los cazatesoros. Pero que dicen que ahí siguen, a la espera de dueño.
Recogidos de generación en generación, estos relatos en los que realidad y fantasía conviven con naturalidad todavía despiertan la curiosidad de personas que, armadas con los oficialmente prohibidos detectores de metales, escrutan el suelo del Santo Reino esperando 'cantar bingo', o por lo menos 'línea', como zahoríes interesados en quitarse de trabajar con un golpe de suerte.
En esta época de criptomonedas y pago on-line, Lacontradejaén marca, hoy, una curiosa ruta de cofres escondidos.
UNA RUTA DE LEYENDA
No son pocos los escritores costumbristas de aquí que han dedicado páginas y páginas de sus obras a tan atractivo asunto. Uno de ellos, Matías D. Ráez Ruiz, recoge en sus Leyendas de Jaén y otras historias una narración plena de encanto relacionada con la Judería de la capital y que habla de riquezas ocultas.
Se ubica en la Plaza de Blanco Nájera, antaño de los Huérfanos y donde estuvo ubicada una de las puertas de la muralla, la de Baeza.
Dedicada en la actualidad al obispo fundador de las Misioneras del Divino Maestro (que tuvieron sus primeras instalaciones escolares jiennenses a pocos metros), parece ser que en uno de los bajos de sus desaparecidas viviendas transcurrió un suceso extraordinario que, pasado el tiempo, derivó en legendaria transcripción:
"Unos ganaderos pidieron pasar la noche en los sótanos de una casa que hacía esquina y que estaba entre la calle Santa Clara y la Plaza de los Huérfanos. A media noche, la hija de los dueños despertó alertada por extraños ruidos que procedían de la parte baja de la casa".
Según continúa Ráez, la joven se dirigió a esa zona del inmueble sin que los ganaderos advirtieran su presencia, y observó que "se encontraban alrededor de un cabo de vela al tiempo que pronunciaban unas palabras rituales, dichas las cuales se abrió una brecha en uno de los muros. Entraron en la gruta, que quedó a la vista, y al poco salieron cargados de bolsas repletas de monedas. Apagaron la vela y se cerró la brecha abierta en el muro".
Lo que sigue sobrecoge, aviso para navegantes: "La muchacha esperó a que abandonaran la casa los extraños visitantes y, a la noche siguiente, en compañía de su madre, bajó al sótano, encendió el ya pequeño cabo de vela que había quedado y volvió a repetir el ritual que la noche anterior vio celebrar a los ganaderos, abriéndose de inmediato la misma grieta que se abrió la noche anterior".
Mientras la madre de la criatura sostenía la fuente de luz entre sus manos, la muchacha entró y flipó con lo que vio (tesoros a mansalva); "pero se entretuvo tanto que no advirtió los gritos de su madre cuando vio cerrarse aquella grieta al apagarse el cabo de vela".
O lo que es lo mismo: que allí debe de seguir la chica, en esa suerte de jaula de oro a cuatro pasos del Arrabalejo donde, quien se anime, puede resolver un caso de esos dignos de Colombo a la par que engorda sus cuentas.
LA CASA DE LOS SALAZARES
El recordado cronista Manuel López Pérez, en su referencial El viejo Jaén, alude también a otra de las historias de tesoros más difundidas en la ciudad: la de la casa de los Salazares.
Alude a un noble inmueble marcado con el número 2 de la calle Abades, entre la Catedral y la típica calle Llana o de Francisco Coello; una cuestecilla cien por cien Jaén, con unas vistas increíbles a la logia y la puerta sur de Vandelvira donde (cuenta el desaparecido investigador) desde hace dos siglos aguarda ser hallado un "cuantioso tesoro" escondido "para sustraerlo a las formalidades de herencias y testamentarías".
Casa de coqueto patio presidido por una monumental fuente y cuyo solado inicial proviene nada menos que del antiguo convento de San Francisco (hoy palacio provincial): "Cuando empezamos a comprar pisos de esta casa, el patio estaba blanco; le sacamos la piedra, limpiamos las columnas, que estaban pintadas... Las piedras del suelo son las originales", en palabras de Gloria Visedo, habitante de este hermoso predio, a este periódico.
Ráez ofrece detalles sobre las riquezas que según unos alguien encontró y de las que dio buena cuenta: "Doña Ana enviudó de un banquero de Jaén a mediados del XIX. Su casa se encontraba en el número 2 de la calle Abades, edificio del siglo XVIII. Uno de sus hijos la denunció acusándola de haber ocultado parte de los bienes de la herencia. El juez ordenó el registro de la casa, pero no se encontró nada". Primer asalto.
El segundo sigue así: "Sin embargo, doña Ana pasó esa noche en compañía de una criada buscando una pared apropiada para ocultar el dinero. Al pasar ante el retrato del marido, la criada le indicó que este reprobaría su actitud. La criada fue despedida [eso, por hablar] y, a los pocos días, doña Ana murió súbitamente [eso, por mala, ¿no?].
¿Cómo acabó el combate? Pues con la venta del caserón por "ochenta mil duros de plata de los tiempos de Alfonso XII, un fortunón del que nada se volvió a saber... O sí: "Algún comprador perforó las paredes en su busca y se dice que una modesta familia que allí vivió después, prosperó y terminó por mudarse". Eso es lo que dicen, pero a ver quién asegura de todas todas que un buen martillazo no saca a la luz las cuatrocientas mil pesetas que, hoy, valdrán mucho, pero que mucho más.
FUERA DEL CASCO URBANO
Copadas de leyendas, las caserías que salpican el paisaje de la provincia no podían quedar fuera de esta peculiar ruta. Una de ellas, en los alrededores de la capital, es la conocida como casería de Mariblanca. Se trata (a partir de la información que ofrecen Luis Berges y López Pérez en su obra Caserías de Jaén) de una construcción situada en el Zumel bajo, uno de esos cerretes característicos que a modo de pequeños cerros cruzan el valle del arroyo de Valparaíso.
Propiedad en su día de la familia Alcántara y, después, del médico Andrés Álvarez Rubira (1898-1967), aclara el libro, la leyenda en cuestión evoca los tiempos de ocupación musulmana: "
"Contaban los viejos que los moros, al marcharse de Jaén, habían dejado enterrado un fabuloso tesoro junto a una alquería del Zumel bajo. Hubo crédulos en el siglo XIX que desempolvaron la leyenda y se gastaron un dineral buscándolo. E incluso en 1919, un don Leandro Aguilar solicitó por conducto oficial de la Comisión de Monumentos permiso para iniciar 'excavaciones arqueológicas' junto al Zumel bajo, con el oculto deseo de dar con el legendario tesoro", se puede leer en la publicación, que sentencia:
"Nada se consiguió, salvo derrochar dinero y energías". Algo más de un siglo después, quizás a alguien se le ocurra recuperar aquella expedición y, con los medios de hoy, hasta consiga mejores resultados.
¿Sabrán quienes se alojan en el Parador Nacional de Santa Catalina que igual, tras sus lienzos de piedra, está la solución a todos sus problemas? Y es que si se le hace caso al reconocido literato arjonero Juan Eslava, hubo en la fortaleza, en un apartado muro de una no menos apartada estancia, una "una piedra que representaba una cabeza de toro labrada con mucho primor por los antiguos y, debajo de ella, medio desgastadas sus palabras por los siglos, una cartela que decía [sic]: 'Enfrentedel toroestáeltesoro'.
Para el premio Planeta 1987, es esta una alusión común a muchos alcázares de la provincia: "Un rey oro escondió su capa de pedrería en alguno de ellos antes de la llegada de los cristianos y ahora no se sabe qué rey fue ni en qué castillo. Los pealeños dicen que en el de Toya. Los de Cazorla que en el suyo. Los de Cabra fatigaron todo un monte en busca de la ganancia. Los de Villanueva barrenaron medio castillo de Arenas sin encontrar nada. Vaya usted a saber dónde está el tesoro, si es que lo hubo". Pues eso.
Sea como fuere, Eslava afirma que "mucha gente que conocía la leyenda, la cabeza del toro y la inscripción, iba con picos y palas y llenaba con los ruidos de sus labores la ruinosa soledad del castillo". Eso hasta que, cansado de buscar sin encontrar ni un ochavo, descargó su furia contra la testuz del astado y se la cargó, vaya que sí.
No están todos los que son en estas páginas digitales, pero sí todos los que están, que Jaén, también en esto, es un paraíso la mar de amplio.
¿QUÉ HACER SI SE ENCUENTRA UN TESORO?
Para más de uno, la pregunta se responde mucho antes de hacerla, es una perogrullada: ¡disfrutarlo! Pero quienes quieran evitarse problemas y hacer las cosas como es debido, tienen que tener en cuenta que cualquier hallazgo tiene su normativa.
El Código Civil contiene diferentes artículos al respecto, pero hay uno de ellos, el 351, que lo deja meridianamente claro:
"El tesoro oculto pertenece al dueño del terreno en que se hallare. Sin embargo, cuando fuere hecho el descubrimiento en propiedad ajena, o del Estado, y por casualidad, la mitad se aplicará al descubridor. Si los efectos descubiertos fueren interesantes para las ciencias o las artes, podrá el Estado adquirirlos por su justo precio, que se distribuirá en conformidad a lo declarado" (Art. 351).
En cuanto a los métodos de búsqueda, cuidado con los detectores de metales, que en la legislación autonómica están prohibidos al menos a una distancia mínima de dos kilómetros de zonas arqueológicas, reservas naturales, Bienes de Interés Cultural, castillos, iglesias y zonas catalogadas como yacimientos arqueológicos.
La multa, en estos casos, es cuantiosa... Prudencia, pues, a ver si al final va a salir más cara la búsqueda que el hallazgo.
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